Inesperado

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Enrich ajustició al Granada con un golazo | Foto: LaLiga
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El fútbol tiene un fuerte componente de espontaneidad. Por mucho que pienses qué puede pasar, cómo puede quedar un partido, lo cierto es que casi siempre sobresalta algo inesperado que tira por tierra la mejor de las predicciones. ¿Cuántas quinielas se han roto justo por el partido que parecía más claro? Seguramente sea justo eso -el componente inesperado- lo que lo convierte en el mejor de los deportes.

No vi el partido del Granada en Oviedo. No pude. La familia manda. Y más cuando ésta cuenta con tres niñas pequeñas que te organizan los fines de semana a su demanda. Ayer, en vez de fútbol tocaba circo, y en el Granaíta me planté a eso de las 4 de la tarde para hacer cola en la puerta de una gran y puntiaguda carpa.

Al igual que el fútbol, el circo también tiene ese componente de inesperado que lo hace realmente especial. Un componente que puede ser hasta peligroso, según el padre de una de las amigas de mis hijas, que me alertó sobre la supuesta intención de los payasos cuando piden voluntarios. Su macabra teoría del ridículo hizo que no me ofreciera para salir al centro de la pista, y que me quedara tranquilamente sentado en mi silla comprobando cada 5 o 10 minutos como iba el Granada. Mientras todos veían al mago, yo celebré como el mejor de sus trucos la expulsión del jugador del Oviedo. Aunque no lo viera, parecía que el Granada, al fin, volvería a ganar.

Después de los acróbatas, al filo del descanso -del partido y de la función-, llegó el que para mí fue el momento más inesperado del show. Las cortinas rojas se abrieron de par en par para dejar pasar, entre la neblina que ambientaba la pista, a dos grandes figuras que resultaron ser las de los dos Transformers utilizados como reclamo en el cartel que presidía el centro comercial. Me esperaba cualquier cosa de aquellos dos gigantes mecanizados. Las mejores transformaciones. Los más cegadores brillos. Los más atronadores ruidos. Las más destellantes luces. Cualquier cosa. Cualquier cosa menos que se dispusieran a bailotear como si no fuera mañana. Como si se trataran de dos borrachos en una discoteca al filo del cierre.

Lo reconozco, lo de los Transformers bailarines no lo vi venir. Como tampoco vi venir la derrota de un Granada que jugaba con un futbolista más desde el minuto 40. Y es que este Granada, tanto o más que de inesperado, tiene tintes circenses. Y, ojo, que escribo esto mientras escucho en casa las mejores canciones de los “payasos de la tele” de un disco dedicado por el mítico Rody Aragón. Algo bueno tuvo que tener la tarde.