Adelantémonos a los acontecimientos
Volvemos de unas vacaciones muy ansiadas tras la abstinencia de celebraciones y encuentros hasta hace poco prohibidos por la situación sanitaria, con más o menos fondos disponibles, no ha quedado pueblo sin verbenas ni español que no las haya disfrutado. A pesar de que, como todos los veranos, los incendios no nos han dado tregua devastando a su paso tierras, paisajes y recuerdos, como otra pandemia recurrente que arrasa sin perdón la existencia.
El mes de agosto ejerce un efecto placebo, nos inmuniza y nos hace ajenos a cualquier mala noticia. Como si la inflación, las subidas de intereses, el coste de la energía, nuestras deudas o la pérdida de poder adquisitivo de las familias fueran cosas del mes de julio que quedaron en suspenso y que ya, a la vuelta, retomaremos. Puede que este efecto amnésico sea el respiro autoimpuesto y socialmente consensuado, necesario para tanto que afrontar en un otoño que se avecina muy complicado.
O al menos eso nos advierten desde foros internacionales y en todos los noticiarios. Y nada de lo que escribo es nuevo, podría haber sucedido cualquier otro año. No en vano, llevamos desde hace más de dos años hablando de la crisis económica que está por venir y que, supuestamente, se ha ido dilatando en el tiempo a base de moratorias legislativas de lo inevitable, para hacernos creer que somos inmunes al riesgo, aunque el daño ya esté hecho.
Todos formamos parte de la ecuación, nadie estará libre de la situación, de saber si actuó en consecuencia, desde el primer aviso, cuando costó remontar tras la pandemia y pagar las nóminas, cuando se acogió a ERTEs y mecanismos de defensa para sobrevivir, endeudándose con préstamos disfrazados con el nombre de “ayudas” que poco o nada han servido para la recuperación de tantas empresas españolas seriamente tocadas… Y muchas hundidas.
No me canso de repetir que la prevención y la rapidez en la toma de decisiones -difícil concepto de asimilar para quien vive al día como si agosto fuera un mes eterno-, son la tabla de salvación futura de nuestras empresas, nuestros comercios, nuestro sustento y el de las familias que, junto a nuestros descendientes, dependen de nuestras decisiones. Así vengo avisando desde el inicio de la pandemia, que nos detuvo en ritmo y emprendimiento, porque las empresas debemos actuar a tiempo, por mucho que no existiera la obligación legal de tomar ciertas medidas, como si estuviéramos perdonados por el momento.
La responsabilidad en la toma de decisiones que repercutirán en la vida de otros, llámense empleados, proveedores o clientes, nunca es popular y nada fácil. Y me consta que dar el paso para adoptar determinadas medidas cuando aún nos vemos con cierta capacidad económica, es muy cruel, casi anti natural, a pesar de que pueda ser el único escudo protector para salvar los bienes esenciales de nuestra actividad para su recuperación. Siento que, dos años después, va a ser tarde para muchas empresas que han llegado «muertas» al final de la moratoria concursal, sin actividad, con sus bienes depreciados y sin posibilidad alguna de salir a flote.
Pero son muchas más las que están en condiciones de dar el paso, y a ellas me dirijo. Porque no hay mayor satisfacción para un abogado y su empresa-cliente, que la de ver el resultado que se consigue con sólo actuar a tiempo y saber que la viabilidad de nuestro negocio está a nuestro alcance. Siempre es posible. Adelantémonos a los acontecimientos y seamos partícipes del futuro de nuestro país, tomemos decisiones, pero hagámoslo con cabeza y una estrategia bien estudiada, recordando siempre que autoasesorarse es tan peligroso como automedicarse.