La arteria de Madrid

Abre el tramo más largo del nuevo carril bici del Paseo de la Castellana
Un ciclista circula por el nuevo carril bici del Paseo de la Castellana, en Madrid | Foto: Alejandro Martínez / Europa Press
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Madrid es, para muchos, lo que muestran las agencias. Sol y la Plaza de España, para los más puristas. Retiro y Templo de Debod, para los más románticos. Bernabéu y Metropolitano, para los más futboleros. Para mí, sin embargo, fue otra pareja la que abrió la baraja. La de las Torres Kio.

Todavía tengo en mente la tarde del 29 de abril de 2010. En vísperas de cumplir mi primera docena. El regalo de mis padres, un viaje a la capital. Por aquel entonces, Despeñaperros era para mí el equivalente de Finisterre para los romanos. Todavía recuerdo enfilar el Paseo de la Castellana. Esa gran arteria por donde a todas horas fluye la sangre de madrileños, madrileñas y charnegos. Lo de ‘charnegos’ lo pongo en cursiva porque en Madrid no son necesarias dichas distinciones, así que les he tomado la licencia a mis compatriotas catalanes.

Para un granadino que pisa por primera vez la capital, el paisaje era un tanto inédito. En el centro, una bonita arboleda que empezaba a latir al ritmo primaveral. Contrastaba con los laterales, salpicados de lo que yo, granadino ingenuo, consideraba rascacielos. Claro que todavía no había visitado Nueva York, donde pasé a reservar tal etiquetado para edificios susceptibles de ser escondidos por las nubes. Que los picores celestiales tampoco es que los vaya a resolver una construcción humana por el simple hecho de alcanzar el doble dígito en los botones del ascensor.

Mi padre, el guía oficial al volante, atrajo mi atención al fondo del estampado. Allí emergían las Torres Kio, aunque yo presté mayor atención al obelisco situado en medio. Lo había inaugurado un tal Santiago de Calatrava hacía escasos meses, pero ¿qué iba a saber entonces un mocoso de casi doce años sobre arquitectura?

El paseo de la Castellana no es solo las Torres Kio, por supuesto. Tampoco las Cuatro Torres que hay detrás. Que ahora son cinco, por cierto. Pero mejor no renombrar, que bastante confusión tenemos ya con los cambios en las calles, provocados por aquello de la memoria histórica. Los del Google Maps tienen que estar contentos con esto…

Limitar la arteria principal de Madrid a unos cuantos rascacielos (porque estos sí lo son) sería algo así como decir que el Camino de Ronda es solo el helicóptero que han plantado en medio. Ojalá algún día lo rebauticen como el Uzunicóptero, por cierto. Que uno vive en Madrid, pero no por ello pierde la ilusión por el posible ascenso de su equipo.

El Paseo de la Castellana son más de seis kilómetros de avenida. Para un madrileño quizás no sea para tanto. ¡Pero para un granadino residente en Huétor que tarda menos de una hora en llegar a pie del pueblo al centro, vaya que sí lo es!

Yo me recorro un par de miles de metros cada mañana de camino al trabajo. Empezando desde los Nuevos Ministerios. Para el forastero tienen cierta fama por su arquería y por los famosetes que allí trabajan. También destaca, aunque no se pregone tanto, porque allí se han rodado muchas de las imágenes de La Casa de Papel. No os creeríais que las temporadas tres y cuatro se grabaron en el Banco de España, ¿verdad? Como si estuvieran allí para más películas…

No es lo mismo entrar a la Castellana en coche por primera vez que recorrerla rutinariamente. Es entonces cuando florecen los detalles. Te das cuenta, por ejemplo, de que la arteria de Madrid está salpicada de embajadas. Que si la de Afganistán, la de Portugal, la de Australia… Para mí la más llamativa es la de nuestros amigos yankis, siempre haciendo honor a su fama con las metralletas de la entrada. Cómo para hacer alguna broma de estas de adolescentes allí enfrente…

Madrid tiene, como no podía ser de otra manera, una clara dimensión internacional. Que en Granada también la tenemos, pero allí las teterías y los puestos de kebabs son lo más parecido a una embajada. Y este carácter internacional condiciona a la capital, hasta el punto de que hay mañanas que no sé si me encuentro en Madrid o en la mismísima Torre de Babel, entre tanto idioma.

También merece la pena recorrer las calles ‘capilares’ que cruzan el Paseo. Mi favorita es la de Ríos Rosas, donde revivo mi año de Erasmus en Roma. A base de café de verdad (ojo, no confundir con el que consumimos aquí regularmente), aperolesprits y pizza al taglio. Que es como llamamos los españoles a la pizza por trozos, solo que el italiano suena mejor.

También hay vías que no son de mi agrado ni del de nadie, supongo. Como José Abascal, más conocida como José Atascal. No hay viernes que no haya un agente de tráfico, uno de esos que de pequeños soñaban con acabar con otro tipo de tráficos supongo, poniendo orden en medio del barullo.

Todo ello con el acompasado ruido de las bocinas de los coches de fondo. Supongo que a sus conductores no les explicaron, como a mí en las clases de conducir, que lo del claxon es para situaciones de emergencia de verdad. Como un posible accidente. No porque no llegas a casa a tiempo para ver el telediario. Pero bueno, así es Madrid, con encanto hasta en sus bullas.

Los domingos también bajo por el Paseo. Pero no me detengo en mi oficina, situada en el ostentoso Barrio de Salamanca. Si seguimos caminando, llegamos a la Plaza de Colón. Que es como la de Granada, pero a lo grande y con más vehículos, que para eso estamos en la capital.

Más abajo todavía, nuestra arteria llega al pulmón de donde recoge el oxígeno. Al Parque del Retiro. Un oasis dentro del bullicio de los madriles. Algo así como el Central Park de Nueva York, a riesgo de parecer un cateto. Pero de este parque ya hablaré en otro artículo, porque da para un aparte. Hasta aquí la Castellana. Al menos para mí, porque seis kilómetros dan para un libro. Me despido, desde el agujero del donut.