La Ciudad del Estanque

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Imagen del Parque del Retiro | Foto: josemdelaa en Pixabay
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Recuerdo la primera vez que me adentré en el Parque del Retiro. Yo tenía 13 años. Era nuestro primer sábado en Madrid, y mi padre quiso llevarnos al Parque. Resalto el término con el uso de la mayúscula de forma intencional, puesto que el término con minúsculas no hace justicia al Retiro.

Hasta entonces, yo estaba acostumbrado a la paz del Parque García Lorca, con sus columpios y sus patos a los que alimentar. Coqueto a la par que pequeño, en consonancia con mi querida Granada. Lo del Retiro, sin embargo, era algo distinto. Me di cuenta cuando mi padre propuso ir al estanque. El paseo se me hizo eterno. En parte por lo perezoso que era por aquel entonces, en parte por las dimensiones del recinto.

El paseo, eso sí, se vio compensado por partida doble. Primero con un polo flash de esos por los que matábamos los niños de entonces, comprado en uno de los populares quioscos situados junto al estanque. Después, con una vuelta en barca. Esto último me apasionó, hasta el punto de que el resto de sábados cambié mi habitual “buenos días” a mi progenitor por una pregunta: “¿Vamos al Retiro?”

He confesado previamente que por aquel entonces era preocupantemente vago cuando se trataba de caminar. Toda esta pereza, sin embargo, desaparecía cuando nos montábamos en las barcas y cogía los remos. Como si estuviera en las Olimpiadas de remo, pero sin coordinación alguna, subía y bajaba los brazos, fascinado al ver como esto tenía un efecto sobre la posición de nuestra humilde barca.

Los turistas que recorrían el estanque en una barca con motor en condiciones me miraban con una mezcla de ternura y pena. Quiero pensar que más de lo primero. En cualquier caso, he de decir que no era el único. Decenas de niños, y no tan niños, reman todos los días. De esta forma, pueden ver todos los rincones del estanque. Y, al mismo tiempo, como si de marionetas se tratara, parecen mover los hilos del resto del Parque.

De aquí en adelante, dejaré de usar este término. Cuando me refiero al Retiro prefiero hablar de la Ciudad del Estanque. Ciudad porque se compone de 125 hectáreas habitadas de forma ininterrumpida (hasta que el parque cierra por la noche para evitar actividades indeseadas) por centenares de personas de todas las edades. Lo del Estanque lo añado yo porque mi percepción es la de que todo gira alrededor de esta pequeña laguna.

Los remeros de la laguna agitan, con sus hilos, a los niños que juegan al fútbol utilizando su balón y dos porterías improvisadas con árboles. Los cuales a veces parecen haber sido colocados convenientemente para dicho fin, y en otras ocasiones dan una clara ventaja a uno de los dos equipos por cuestiones de amplitud de la meta.

El temido final del partido, al igual que sucede en todos los barrios, no lo marcan tres pitidos, sino cuatro palabras del poseedor de la pelota: “Me voy a casa”. Entonces los jóvenes futbolistas, despechados, se marchan a la calle de tierra adyacente al estanque. Allí, decenas de titiriteros cambian los hilos de los remos por los de sus marionetas, que emboban a la chavalería.

En la Ciudad del Estanque también encontramos a jóvenes de esos que en realidad no son tan jóvenes. Los hilos de las barcas también mueven a raners, eskeiters, bailarines de tik tok… También practicadores de calistenia, esa actividad que consiste en sufrir forzando los músculos hasta sin ninguna razón aparente, más que la de descubrir cuál es el límite humano.

Pero en el Retiro no solo hay deportistas y sufridores. El frenesí de los remeros también parece expandirse, como las ondas del agua cuando emergen los peces, al bar y los quioscos adyacentes. Allí los más disfrutones se sientan para conversar o discutir de política, cerveza en mano (aperol para los más recatados) y con su aperitivo. El precio, siendo Madrid y un lugar tan privilegiado, es de riñón y medio. Sin embargo, las vistas y el ambiente aconsejan darse el capricho, al menos de vez en cuando.

En cualquier caso, si queréis visitar y degustar este hábitat, siempre podéis acudir a la opción más económica. La del picnic. Es más, en temporada alta, ir al Retiro puede ser casi como ir a la playa de Benidorm. Las zonas verdes se llenan de gente armada de toallas para evitar que sus vaqueros se impregnen del verde del césped. El color es muy bello a nivel medioambiental, pero no tanto cuando se refleja en las prendas. La toalla, por tanto, no debe faltar en vuestra visita, por el bien de vuestra indumentaria.

Ahora que ya no acostumbro a remar en el estanque (si me adentrara en él otra vez, seguramente sería en el barco de motor), mi pasatiempo favorito es perderme en la Ciudad del Estanque. Creedme, es muy fácil. Lo mejor de ello es que siempre encuentras algo nuevo. Además del famoso Palacio de Cristal, podemos ver una rosaleda con más de 5.000 rosales, estatuas y fuentes varias… ¡Incluso una montaña artificial!

Estas últimas semanas hemos tenido dentro del Retiro, además, la Feria del Libro. No se me ocurre mejor lugar para situar este evento. La Ciudad del Estanque también está repleta de ávidos lectores que acuden a la misma para escapar del bullicio de la otra ciudad, Madrid, y sumergirse en sus novelas. Por las tardes acuden incluso trabajadores, de estos que ahora se llaman nómadas digitales, en busca de paz y productividad.

Niños, jóvenes, no tan jóvenes, deportistas, titiriteros, disfrutones, exploradores, amantes de la botánica… ¡Incluso cazadores de Pokemon (no sé si conocéis el famoso juego de móviles)! Si hay algún lugar en Madrid capaz de reunir a todos los públicos, este es el Retiro. Para algunos, el segundo parque más grande de España (tras el del Turia).

Para mí, una pequeña urbe. La Ciudad del Estanque.