La mano invisible
Dice el refrán que no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista. El pesimismo avanza como un reguero de pólvora. Aunque, afortunadamente, el hartazgo de la ciudadanía está rompiendo las cadenas del miedo que nos tiene coartadas las libertades y los derechos fundamentales e incluso, a más de uno, sumido en una profunda depresión.
No nos engañemos, la situación económica no es buena. De hecho es bastante peor de lo que pensamos, porque muchos de los efectos de la incompetencia en la gestión de la pandemia no se dejarán notar en nuestras carteras hasta pasado un tiempo. Ahora bien, optar por la técnica del avestruz y esconder la cabeza debajo de tierra como si esto no fuera con uno, no sirve de nada.
Afortunadamente, igual que ocurre con el pesimismo, el optimismo, también es contagioso. Recuerdo con nula nostalgia cuando hace ahora algo más de un año nos vendieron la frase de que juntos saldríamos de esta. Una mentira más.
Ya lo dije en su momento y hoy me reafirmo: de esta saldremos cada uno como buenamente podamos. Y en esas estamos. La economía es como una pesada locomotora, que cuando está parada, ponerla en movimiento requiere de mucho esfuerzo, pero una vez que se consigue hacer girar las ruedas una primera vuelta, su propio peso y la inercia, hacen el resto.
En mi opinión, el primer optimista en la historia de la economía fue Adam Smith, filósofo escocés, quien en 1776 publicó en su libro “La teoría de los sentimientos morales”, la idea de una mano invisible, la tendencia de los mercados libres para regularse a sí mismos por medio de la competencia, la oferta y la demanda, y el interés egoísta.
“No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero, o del panadero por lo que podemos esperar tener nuestra comida, sino porque cada una de estas personas cuida de su propio interés”
Al vender los productos a la gente que quiere comprarlos, el carnicero, el cervecero, y el panadero esperan ganar dinero. La motivación de esta tendencia al intercambio no es la benevolencia, sino el interés personal, es decir, el deseo de mejorar su propia condición.
Si son efectivos satisfaciendo las necesidades de sus clientes, disfrutarán de una recompensa y obtendrán un retorno por su trabajo bien hecho: el beneficio económico. Mientras que ellos se están comprometiendo en sus propias empresas con el propósito de ganar dinero, también están proveyendo a la gente con lo que desean. Por si esto fuera poco, con los ingresos obtenidos podrán acudir al sastre, al albañil o al banquero, quienes a su vez contactarán con el carpintero, el boticario o el maestro armero y así sucesivamente, las ruedas de la locomotora, siguen girando...
Por lo tanto, tal sistema, crea riqueza, no solamente para el carnicero, el cervecero o el panadero, sino para la nación como un todo.
La clave del bienestar social está en el crecimiento económico, que se potencia a través de la libre competencia. Entonces, ¿dónde queda la labor del Estado en esta situación?. Pues lo mejor que puede hacer el Estado por la economía es dejar que ésta funcione según sus reglas naturales, que son las de la oferta y la demanda y centrarse en suministrar los servicios de defensa, educación, justicia, sanidad, infraestructuras, etc. Su principal función debe ser el salvaguardar la estabilidad de las instituciones, para asegurar así el funcionamiento del mercado.
“No puede haber una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados”
Nos vemos dentro de tres semanas, saludos.
Comentarios
Un comentario en “La mano invisible”
Manuel
12 de mayo de 2021 at 10:39
Entiendo que el mercado mueva la maquinaria ( no por la benevolencia, sino el interés personal) en el caso del carnicero, panadero... ¿pero las infraestructuras? ¿ Quién compra las infraestructuras ? . ¿Y en la sanidad? Vemos que hay ofertones de la sanidad privada para los jóvenes trabajadores y sanos, ¿pero qué sanidad se interesará de los mayores, parados y enfermos crónicos que son precisamente el objeto la sanidad? En EEUU tras largos periodos de gobiernos republicanos se necesitan cantidades ingentes de dinero para recuperar infraestructuras descuidadas por estos gobiernos. Sin contar que la iniciativa privada en el ultraliberalismo eliminaría todo lo que se puede convertir en dinero fácil : bosques, playas salvajes..... NO es tan simple, si no tendríamos siempre gobiernos del mismo color.