La buena conversación nos da estabilidad emocional
Conversar amorosamente es importante. Incluso, una persona puede aprender a disfrutar de una conversación como si fuera una experiencia emocional.
La conversación con uno mismo y con los demás puede mejorar nuestra vida. Y está claro que si nos calláramos todos un rato, sería un bálsamo de calma en el universo.
Yo creo que la conversación nos vuelve mejores personas.
Todo esto que he escrito surge de la lectura del doctor en Neurociencia, Mariano Sigman.
Y es que la conversación nos lleva a lugares mejores, sobre todo, las buenas conversaciones. Todo el tiempo hablamos, pero aprender a hablar mejor nos acerca a que tengamos una vida más acorde a la que queremos. Y la buena conversación es la fábrica de ideas más extraordinaria que tenemos a nuestra alcance.
Es evidente que hablando, la gente se entiende. Y además diría que las claves que hacen que una conversación (con uno mismo o con los demás) sea realmente efectiva para todo tipo de objetivos son, desde resolver conflictos interpersonales hasta superar barreras que nos impiden avanzar como humanidad.
Hablar aclara las ideas, ayuda a identificar errores en los razonamientos propios y a encontrar soluciones. Es una herramienta para pensar mejor. El punto es que nadie nos enseña a conversar.
Conversamos todo el tiempo, conversamos con amigos, conversamos en familia, conversamos en en el trabajo, en la esfera pública. Pero nadie nos enseña realmente cómo conversar. Y conversar es la esencia de cómo compartimos las ideas y cómo adquirimos ideas de los demás, o sea: es una ventana al conocimiento. Pero a veces eso va un poquito a la deriva.
También es muy difícil hablar en una situación en la que no tienes tiempo, oportunidad, ni disposición de escuchar a los demás. Porque hay que conversar también con gente que piense distinto a ti.
La buena conversación es una conversación en la cual alguien te sorprende y te dice algo distinto de lo que pensabas, pero eso no te genera rechazo ni ganas de responder ni de contraatacar, sino que te induce a pensar y te enriquece. La buena conversación es ese espacio pequeño en el cual, cuando una idea distinta llega a tu cerebro, en vez de rechazarla, le das la bienvenida, la aceptas y así creces en tus ideas.
La disposición emocional, la de escuchar al otro, es básica en este entorno. Un ejemplo claro es el de un chico que se cae y el padre le dice: «Te dije que no hicieras eso», en vez de preguntarle cómo está. Vale la pena preguntarse ¿Por qué pasa eso? Y l respuesta va seguir porque hay un automatismo que sale de algo que es bueno, que es el deseo de cuidar a una persona. Uno pierde la oportunidad de entender al otro cuando viene con una predisposición en la que, en vez de tratar de hacer eso, trata simplemente de atacarlo.
Hay muchos ejemplos donde la conversación no funciona porque uno entra con la predisposición equivocada. El ejemplo típico es una discusión. La pregunta es: ¿cuál es el objetivo de esa conversación? Muchas veces, el primero que aparece es convencer al otro de que tengo razón. Pero al final uno se da cuenta de que hay cosas más importantes que la razón. Por ejemplo, puede ser más importante que la otra persona termine bien o que uno termine bien. A veces es mejor ceder y decir “bueno, no importa, sabes qué, da igual”.
Raramente uno piensa cuál es el valor de una conversación. Uno a veces se mete en discusiones donde no piensa realmente cuál sería el mejor resultado posible para esa conversación. A veces hay un montón de automatismos que viven en el lenguaje. Casi todo el mundo piensa que el futuro está delante y que el pasado está atrás. Caminamos hacia el futuro, vamos hacia adelante, hacia un futuro mejor. Uno siente tristeza en muchas ocasiones. La tristeza aparece y es como una enfermedad: ocurre y ya es difícil de evitar. Las emociones las vivimos como reacciones viscerales sobre las cuales no tenemos ninguna injerencia. Pero no es así. Uno tiene un montón de opciones para reinterpretar cómo vivir una emoción.
El miedo parece algo feo, pero eso se puede cambiar y de hecho todos nosotros tenemos situaciones en las cuales disfrutamos del miedo, por ejemplo, una película de terror o una montaña rusa. Entonces, uno puede aprender a disfrutar de una experiencia emocional negativa de una manera muy distinta y es como adquirir un gusto o un sabor. Empieza por no concentrarse en la experiencia negativa, sino ir intentando encontrar placer en esos lugares.
La tristeza y el enfado vienen de una pérdida. Una persona se enfada si le roban algo, una persona está triste si pierde a alguien cercano, si se va a alguien que uno quiere. La diferencia principal es que con la tristeza uno piensa que no puede hacer nada para resolverlo y entonces se queda abatido. En el enfado, esa pérdida nos parece injusta, pensamos que podemos resolverlo y entonces sale todo un vigor para tratar de solucionarlo. Pero es importante el análisis de la emoción, y eso se logra conversando con uno mismo y con los demás. Tratando de reflexionar, viviendo las emociones con menos pasión, escuchándolas, atendiéndolas, pero no sobrereaccionando. Muchas veces, el problema no es el miedo, sino el miedo al miedo. Si uno deja que el miedo ocurra y lo mira con tranquilidad, se pregunta para qué lo estoy sintiendo; qué es lo que pasó que me hace sentir lo que estoy sintiendo y a dónde me está llevando y a dónde quiero ir. La idea no es trabajar la emoción, sino entender qué es lo que la emoción nos está contando sobre nosotros. Y eso alivia la emoción y la vuelve mucho más útil e interesante.
El cerebro tiene, entre otros, un sistema de motivación, un sistema de memoria y también un sistema de alarma que nos advierte cuando hay un riesgo, y ese sistema de alarma nosotros lo percibimos como miedo. El sistema de alarma es como un amigo que nos cuida y que nos dice que tengamos cuidado porque algo parece peligroso. Pero ese sistema de alarma, que ha evolucionado durante miles de años y que nos protege de riesgos de los cuales realmente debemos protegernos, a veces da falsas alarmas, llega a una conclusión equivocada, te dice que hay peligro donde no lo hay. Hablar en público es algo que por ejemplo nos da mucho miedo. Pero si uno lo piensa, no pasa nada. Es una situación ante la cual el cerebro se equivoca y nos lleva a experimentar algo que tiene consecuencias, porque hace que no contemos eso que queríamos contar o que lo contemos mal porque el miedo nos obnubila y entonces en vez de sacar lo mejor de nosotros sacamos lo peor. Y es bueno saberlo porque podemos hacer algo al respecto.
La conversación puede ser un hábito. Los hábitos son todas esas cosas que hacemos rutinariamente, sin pensar. Pero los hábitos se pueden cambiar. Al principio, cambiar los hábitos requiere un esfuerzo consciente. Pero después de tres, cuatro, cinco, 15 veces, eso se automatiza y se convierte en un hábito. Lo que hay que entender es que para cambiar un hábito no basta con proponérselo, decirse a uno mismo que a partir de ese momento va a conversar bien, hay que trabajar para cambiar un hábito. Cambiar un hábito requiere voluntad, esfuerzo y entrenar un buen método.
Conversar con nosotros mismos es como pensar, y eso es algo que paradójicamente nunca nadie nos ha enseñado. Nadie nos ha enseñado tampoco a conversar en general, y en general conversamos mal y es algo que todo el mundo reconoce hoy.
Y la comunicación emocional servirá para evitar conflictos, empatizar más con los interlocutores, sentir más, hablar de nuestras emociones porque permite que el otro nos conozca más, generar más proximidad con alguien. Y es que la persona con la que estemos hablando se abrirá y sincerará más. La comunicación emocional expone y a la vez protege nuestros sentimientos. Eso, por contagio emocional, provocará que nuestro interlocutor haga lo mismo. Dicho de otra manera, la comunicación emocional justificará más nuestros actos, legitimará más lo que hagamos. La gente entenderá que son las emociones las que nos han movido a actuar como actuamos y que no lo hacemos por capricho, azar o incluso premeditación.
En definitiva, la conversación con uno mismo y con los demás puede mejorar nuestras vidas. Pongámosle amor a la conversación para sacar a cambio mejoras en nuestras vidas.