Discrepar de manera eficaz (y respetuosa) y fomentar el vínculo en las relaciones

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"La discrepancia no solo no es peligrosa o dañina sino que es de gran ayuda y debería ser siempre deseable" | Foto: Remitida
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En muchas organizaciones, en muchos grupos humanos y también en muchas relaciones, la discrepancia no solo no es bienvenida, sino que es temida. La discrepancia se vive como un desestabilizador del grupo o de la relación, y se evita siempre que se puede.

La discrepancia (en un grupo de trabajo o en una relación) no solo no es peligrosa o dañina sino que es de gran ayuda y debería ser siempre deseable. Solo a través de la discrepancia las personas somos capaces de cuestionarnos las cosas, explorar nuevos caminos y buscar nuevas soluciones a viejos problemas.

La discrepancia ayuda a los grupos a que crezcan intelectualmente y desarrollen su inteligencia colectiva, que tiene que ver con los intercambios comunicativos entre sus miembros. Ni en el contexto de un grupo, ni en el de ninguna relación deberíamos aspirar al acuerdo permanente, porque ello significaría renunciar automáticamente al crecimiento que nos aportan las diferentes maneras de afrontar una decisión o un problema.

Y si la discrepancia es positiva, ¿por qué tantas veces la tememos o la evitamos? Lo que en realidad tememos no es la discrepancia, es el conflicto, donde reaccionamos emocionalmente a lo que el otro ha dicho, muchas veces por el cómo decimos las cosas, más que en el qué decimos. Y además porque juzgamos. En el momento en que la otra persona se sienta juzgada, “atacada”, el conflicto está servido, con la diferencia de decir "la forma en que me hablas no me gusta" a optar por un juicio como "eres un histérico". Es el impacto emocional de nuestras palabras, no su contenido, la que nos afecta. No es el desacuerdo lo que nos hace discutir, sino el sentirnos ofendidos, atacados, menospreciados, en la manera en que nos hablan.

Huir de toda discrepancia, crea una ilusión de permanente bienestar. Pero las organizaciones (y las relaciones) que optan por este camino, se estancan y acaban muriendo de inanición, al renunciar al contraste de opiniones e ideas y al crecimiento. Y porque la organización (o relación) se acaba asentando en una hipocresía desmotivante, que puede generar cuando se rompe, agresividad y descontrol, pues salen a la luz sentimientos escondidos y reprimidos. Es mejor debatir una cuestión sin resolverla, que resolver una cuestión sin debatirla.

El conflicto en una discusión proviene siempre de una reacción emocional. Así pues, si hemos caído en el conflicto, y queremos solucionarlo, debemos resolver las emociones. En lugar de enzarzarnos en interminables defensas de nuestros argumentos, busquemos qué nos ha separado en el terreno emocional, e intentemos superarlo. Lo podremos hacer si somos capaces de expresar estas emociones. No es un diálogo fácil. Requiere que se lleve a término en serenidad, no en pleno fragor de la batalla. Requiere muchas veces también una preparación previa: avisar al otro que queremos tener este tipo de conversación, para que venga emocionalmente preparado y no ponga por delante todos sus mecanismos de defensa. Y hemos de saber que no siempre lo podemos lograr.

Aprender a discrepar es un arte de gran utilidad. Con él evitaremos caer en la mera discusión, manejar con eficacia a nuestro interlocutor para evitar conflictos y definir nuestra posición con elegancia sin derivar en el agravio o el mero insulto. Estamos sin duda ante una gran herramienta basada en el desacuerdo inteligente que todos deberíamos saber aplicar en el día a día. Discrepar es no estar de acuerdo con una idea o con una opinión y ello no tiene por qué suponer una amenaza o un agravio para nadie. Así, no es extraño que las discusiones degeneren rápidamente cayendo en los insultos y ataques personales.

Es recomendable por tanto aprender a discrepar con elegancia y efectividad para evitar estas situaciones sin sentido, con varias estrategias para lograrlo.

Mantenerse en calma

Hay que escuchar con profundidad al interlocutor. Cuidar el lenguaje cuidadosamente. Evitar cualquier palabra de juicio. Mostrar respeto conservando el respecto por uno/a mismo/a.

Mantenerse humilde

Después de haber afirmado nuestra posición (como una posición, no como un hecho), es importante demostrar igual curiosidad sobre otros puntos de vista.

Cuidar el tono además de las palabras

A menudo, cuando estamos hablando con alguien y optamos por discrepar o disentir en algún dato, concepto o idea, nuestro tono de voz cambia y levantamos la voz. Justo en ese momento, dejarán de importar nuestras argumentaciones porque esa tonalidad amenazante dará pie a la discusión y derivará en un momento de tensión.

Discrepancias no negativas

Lo negativo es no saber discrepar. Lo negativo es atacar al que piensa diferente. Lo negativo es excluir al que disiente. Lo negativo es cerrarse a los argumentos solo porque ponen en entredicho aquello en lo que creemos. Lo negativo es insultar, cómo la forma más baja de desacuerdo.

En cambio, el diálogo promueve un debate respetuoso entre dos personas que usan argumentos convincentes que promueven la reflexión y el razonamiento para alcanzar una respuesta lo más certera o válida posible. Ambas personas tienen la posibilidad de practicar el arte de discrepar. Abiertamente.

No damos el mismo valor a todas las palabras. La disensión que proviene de nuestro círculo de confianza más íntimo o de los grupos con los que nos sentimos identificados puede ser más dolorosa y genera reacciones emocionales más intensas. Por eso, aunque pueda resultar paradójico, el precio a pagar por disentir puede ser menor cuando discrepamos con personas que no piensan como nosotros y no forman parte de nuestro círculo de confianza ni de los grupos con los que nos identificamos.

Lo verdaderamente difícil es aprender a discrepar con los nuestros, con el grupo que nos acoge y del que sentimos que formamos parte, el grupo donde depositamos nuestros afectos y en el que confiamos para que nos apoye cuando las cosas se tuerzan. La disensión en ese grupo suele percibirse como una traición personal que nos resulta particularmente difícil de gestionar.

Todos estamos llenos de contradicciones. Necesitamos el contacto con los demás, así como cierto grado de aprobación y validación social. Necesitamos sentir que formamos parte del grupo. Sin embargo, también necesitamos sentirnos únicos y diferentes. Por eso experimentamos la necesidad de discrepar. Nos autoafirmamos a través de las diferencias, ya sea de manera literal o simbólica.

En esa interlocución social, es normal que oscilemos entre el acuerdo y la discrepancia. De hecho, de la disensión suelen nacer las ideas más brillantes e innovadoras, es una ventana abierta hacia nuevas maneras de ver y comprender el mundo. No obstante, necesitamos aprender a discrepar con respeto y lógica porque solo así se produce el cambio. El arte de discrepar consiste en ejercer nuestra libertad para disentir permitiendo que el otro también la ejerza.

A fin de cuentas, discrepar no implica tener razón, sino tan solo presentar un punto de vista diferente que puede arrojar una perspectiva distinta sobre las cuestiones de la organización o de las relaciones. Por tanto, discrepar de manera eficaz (y respetuosa), fomenta el vínculo en las relaciones.