La ejemplaridad: ser ejemplo
Estaba el otro día en el Parlamento de Andalucía, en las toma de posesión de los diputados y diputadas y entré en la biblioteca. No había nadie. Solo el bibliotecario. Un espacio precioso, sin duda.
Busqué que libros había y encontré el de Ricardo Gutierrez Aguilar titulado predicar con el ejemplo.
Parte de una idea, el de la ejemplaridad en rivalidad con el de ser, aunque dicen que la ejemplaridad absorbe también la dimensión del Ser. El ejemplo es una cuestión de hechos, pueden ser buenos o malos. Mientras que la ejemplaridad es un deber ser, un ideal, tiene que ver con un imperativo moral, que siempre es positivo. La idea es comportarse de tal manera que el ejemplo produzca un efecto virtuoso o civilizador en el círculo de influencia. Y en el libro, Javier Gomá dice que la ejemplaridad debe ser un ideal de dignidad. Ejemplar es un concepto que responde a la pregunta de cómo es, en general, alguien, y si parece o no digno de confianza, comenta él en un artículo en El País. La ejemplaridad es una influencia civilizadora.
Y leo a Victoria Camps que cuenta que uno aprende a ser buena persona porque reconoce e imita a quienes son buenos. Y añade: no es lo mismo ser valiente, justo o moderado , que hacer zapatos, esculpir estatuas o tocar la flauta. En el primer caso, las cualidades las lleva puestas el sujeto que ha sido capaz de hacerlas suyas y cultivarlas. En el segundo, el valor está en el objeto producido, no en la conducta, buena o mala, de quien la produjo. Por eso, lo que se identifica como referencia moral es el modo de ser del hombre bueno.
Los hábitos, sigue diciendo, que hacen al buen ciudadano, los sostiene e inculca la propia ciudadanía si es virtuosa.
Educar moralmente, afirma Victoria Camps, implica enseñar a distinguir y preferir los modelos imitables. Educar es enseñar a imitar.
Ejemplo sin ejemplaridad es contraejemplo, puro ruido, vulgaridad. Pero que no haya ejemplaridad no significa que desaparezcan los ejemplos. Y lo que no es posible es escapar a la influencia de las costumbres, de las modas, de las nuevas tendencias, de las formas de vida que se ofrecen como modelos de conducta.
Cada vez parece más difícil establecer criterios de ejemplaridad. Y las celebridades tienen poco que ver con la ejemplaridad. Además, el vacío de ejemplaridad solo se explica por el vacío de contenidos morales.
Justicia y bondad se complementan, pero la bondad consiste en ir más allá de la justicia. Y ese más allá es el que sabe mostrar con sus acciones la persona ejemplar.
Ejemplaridad, identidad y confianza son nociones paradójicas en su uso ordinario. Quizás sería bueno que buscásemos otras como las de cercanía, vecindad o familiaridad para desempeñar la misma función: articular la vida común.
Todas estas reflexiones me llevaron a pensar y a escribir:
1. El ejemplo puede ser un muy buen método de enseñanza, que es necesario ejercer con honestidad y decisión.
2. Los actos siempre hablan más alto y más claro que las palabras. Todos necesitamos hechos, más que palabras. Acciones, más que simple retórica. Predicar con el ejemplo sin acción es como el árbol sin fruto.
3. Entrenar la mentalidad positiva como aspecto para mejorar como vemos nuestro entorno.
4. Desplegar coraje ante la adversidad. El coraje nace en el corazón y se mantiene vivo cuando se apoya en la inteligencia, en la autoconfianza y en el compromiso hacia una causa.
5. Desplegar virtudes y valores humanos es básico y fundamental para avanzar.
6. Gestionar el ego propio y desarrollar humildad es un aspecto clave para mejorar nuestra manera de proceder.
Y todo ello me lleva a decir que educar con el ejemplo es la única forma de realmente educar.