El olvido es la peor negación del futuro

Olvidemos solo lo que nos hace peores. No olvidemos lo que nos permite ser mejores

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Olvidar es perder la memoria o el recuerdo de una cosa. Es no tomar una cosa de un sitio o no ponerla en un sitio por descuido.

Y decía el otro día Luis García Montero que, en este mundo, la forma de anclaje tiene que ver con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y con algunas reflexiones experimentadas por él a lo largo del tiempo y lo define como su propio manual de instrucciones, que tiene 11 ideas y entre ellas destaco que el olvido es la peor negación del futuro. Y el resto son:

1. La libertad democrática no debe confundirse con la ley del más fuerte.
2. No deben confundirse los deseos con los derechos.
3. El respeto a la diversidad no puede ser un camino a la fragmentación sectaria, sino una invitación a la convivencia.
4. Cuidado con las expresiones poéticas: la inteligencia artificial no existe.
5. Cuidado con las buenas causas que se convierten en legitimaciones de malas injusticias.
6. Las guillotinas ideológicas separan las cabezas y los corazones.
7. Antes de decir lo que pensamos conviene pensar lo que decimos.
8. El concepto de pueblo es peligroso en manos de quien se dedica a invertir en analfabetismo e incultura.
9. La injusticia social y el desamparo hacen que los discursos totalitarios arraiguen entre los seres ofendidos.
10. Sólo el amor es más fuerte que el odio. Sólo el amor resiste a la muerte.

Y hablar del olvido me recuerda ese gran libro 'El olvido que seremos' de Héctor Abad Faciolince, que trata de su relación con su padre, Héctor Abad Gómez, médico, profesor universitario y articulista que, sin militancia política alguna, se caracterizó por su lucha en defensa de los derechos sociales y de la libertad, cuya violación en la Colombia de la segunda mitad del siglo XX denunció públicamente, motivo por el que murió asesinado en Medellín en 1987 cuando iba a dar un pésame. Y llevaba en el bolso de su chaqueta el poema de Borges que daba comienzo a esta pieza.

Rememora Héctor el momento en el que su padre le invitó por tercera vez a ver la película de Visconti, Muerte en Venecia. "La primera vez que la vi –le aseguró el padre– solo me impresionó la forma. La última vez entendí su esencia, su fondo. Lo comentaremos esta noche". No la comentaron porque "quizá había algo que yo no quería entender a mis diecisiete años", confiesa Héctor (hijo). Un decenio más tarde, tras la muerte de su padre, y al escarbar en sus cajones llegó a comprender lo que su padre quería: no era otra cosa "que yo entendiera y sintiera todo el esfuerzo, el trabajo, la angustia, el aislamiento, la soledad y el intenso dolor que la vida exige a quien escoge el difícil camino de crear belleza". Precisamente, el esfuerzo artístico de alcanzar la belleza es lo que hace el propio Héctor Abad Faciolince, por enseñarnos además de los valores fundamentales que debemos transmitir a nuestros hijos, que al final solo el amor incondicional que hayamos dado y las obras bellas que hayamos realizado permanecerán más allá del olvido que seremos.

Yo tengo la virtud de olvidar lo malo, lo que me ha dolido, lo que me ha hecho daño. Lo olvido como terapia propia para sentirme mejor, para no calentarme la cabeza ante vivencias que duelen. Pero sé que lo aprendido en el pasado, lo leído y releído, me sirve para actuar en el presente y para ayudarme a definir el futuro.

El olvido forma parte de la buena relación de una persona con el mundo. No tenemos más que imaginar, por un instante tan sólo, lo que podría significar que alguien fuera esclavo de su propio recuerdo, vivir sin ese recurso privilegiado de la memoria que es el olvido.

Olvidar lo traumático hasta poder neutralizar su potencia requiere de un trabajo, de un esfuerzo, que consiste en no pretender olvidarlo súbitamente, hay que ofrecerle el tiempo para comprender, a pesar de la intensidad del dolor que, probablemente, se pone en juego. Es un trabajo del pensamiento, imprescindible.

Una cosa es olvidar abriéndole el espacio al pensamiento. Y otra muy distinta es negar el pasado, ir en contra de la buena relación con el olvido. Hay un abismo entre una posición y otra. Si nos detenemos un instante en esto, constataremos que la cuestión es simple. Las consecuencias de cada posición se pueden observar con total nitidez. El cinismo de la negación está destinado a construir siempre los mismos escenarios, su brújula es la repetición. Porque eso que llamamos la memoria, cuando se la rechaza, en ese mismo movimiento de querer expulsarla, es cuando más se fija y no admite ninguna interpretación, se encapsula en su ritual de horror. Y como ignora lo que hay puesto en juego, su condena es la repetición. La peor forma que toma la ignorancia.

La realidad es que es imposible olvidar el ayer precisamente porque el recuerdo es inherente a la memoria. El problema surge cuando un recuerdo del ayer se convierte en una obsesión, en algo que te impide vivir feliz y tranquilo contigo mismo. Lo que debes intentar es recordar siempre lo positivo que hay en tu vida y evitar recrearte demasiado en una situación trágica.

Hay otra forma de mirar el mundo, elegir el perdón es un camino valiente y nos va a permitir conseguir la paz interior. El perdón nos regala una nueva posibilidad, un nuevo comienzo con nosotros mismos y con el mundo. Nos va a permitir ser libres en nuestro interior, con nueva energía . Es dejar marchar, liberar y olvidar el pasado y aquello que nos hizo sufrir. No significa que debamos bloquear nuestros propios sentimientos, necesidades y deseos. El perdón es una decisión, una elección, una nueva forma de mirar y una mayor comprensión de nosotros mismos y de los demás.

Perdonar no es otra cosa que colocar amor, donde hay dolor. Así será posible hacer una limpieza a fondo y volverla a llenar de alimentos nuevos y recién comprados. El perdonar no libera al otro de la responsabilidad que asumimos que tiene sobre cómo nos hizo sentir. Pero no olvidemos cosas hermosas, que ayudan, que hacen mejor el presente, que permiten entender mejor el futuro. Olvidemos solo lo que nos hace peores. No olvidemos lo que nos permite ser mejores.