Liderazgo imperfecto frente a la epidemia de la mediocridad

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"Con el tiempo, todo acaba siendo desempeñado por alguien incompetente para sus obligaciones" | Foto: Remitida
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Irene Vallejo @irenevalmore decía en un tweet: "Pericles definió las cuatro cualidades que, a su juicio, debía poseer el buen gobernante. Primero, tener ideas sobre lo que conviene hacer; segundo, saber explicarlas con claridad para convencer; tercero, ser amante de la ciudad; y cuarto, no aceptar sobornos".

Hablamos de liderar cuando sabemos que no lo sabemos todo. Así, Steve Munby, experto en liderazgo educativo, habla sobre la necesidad de desmontar el mito de que los líderes deben ser perfectos en todos los aspectos del liderazgo.

Cuanto más tratemos de convertirnos en líderes perfectos y cuanto más creamos que lo sabemos todo, más probable será que quitemos poder a los que nos rodean.

Por lo contrario, los líderes imperfectos valoran a sus equipos, distribuyen la responsabilidad del liderazgo y generan confianza entre sus compañeros. Piden ayuda, gestionan su ego y lideran con amor y amistad. Si queremos que nuestro liderazgo sea eficaz y sostenible, debemos celebrar el hecho de que somos líderes imperfectos.

Nacho Maroto dice que hay que ser además valientes, MUY VALIENTES, para promover liderazgos flexibles y de servicio, estructuras organizativas más transversales, métodos de trabajo diferentes con más trabajo en equipo, en un mundo complejo y rápidamente cambiante, y unos profesionales que de verdad quieran asumir el reto de dejar huella, de ofrecer resultados en salud a las personas, y de aportar a nuestra sociedad un cuidado más amable para todos.

Y además, liderar en tiempos complejos requiere de antenas abiertas al mundo exterior; atreverse a estar con otros desde la autenticidad, apreciando a ese otro desde su aporte, y alineando desafíos con foco, claridad, profundidad y convicción.

Y ante ese liderazgo valiente, imperfecto, flexible, inteligente, está la mediocridad, esa pandemia que afila tantos centros y organizaciones. Convertir una sonrisa encantadora en una mueca; guardarse las ideas brillantes, porque ya no interesan; no tratar de ser gracioso ni destapar el carisma; demostrar talento, virtuosismo, destreza ante situaciones que no puntúan, ni asombran, ni fascinan: es la sombra de la mediocridad.

Es el imperio de los mediocres. Con el tiempo, todo acaba siendo desempeñado por alguien incompetente para sus obligaciones.

Hay quien ha analizado el asunto de l mediocridad, con la idea de cuando los mediocres toman el poder. La conclusión es que cada cual acata las normas imperantes, sin cuestionarlas, con el único propósito de mantener su posición.

Y es que no hay ámbito libre de mediocridad: académico, político, jurídico, económico, sanitario, educativo, mediático o cultural. Cualquiera de ellos tiene a un mediocre. Lo que procede y triunfa en estos tiempos son los argumentos que confirmen las teorías ya existentes, y evitar críticas o plantear soluciones arriesgadas, mucho menos originales. Porque ya no importa la relevancia espiritual de las propuestas.

Solo una persona mediocre está siempre en su mejor momento. No actúa y, por tanto, no se equivoca. No contradice y, por tanto, no se enfrenta a nada ni a nadie. No enjuicia y, por tanto, obedece.

Kurt Vonnegut, autor norteamericano de ciencia ficción, firmó un relato que comienza diciendo: «En el año 2081, todos los hombres eran al fin iguales. No solo iguales ante Dios y ante la ley, sino iguales en todos los sentidos. Nadie era más listo que ningún otro; nadie era más hermoso que ningún otro; nadie era más fuerte o más rápido que ningún otro».

Frente a ello, la autenticidad es imbatible y nos conecta con los demás desde lo profundo, para avanzar en un desafío o propósito. La suma de las autenticidades, de los aprendizajes y las experiencias con una actitud de colaboración permite avanzar y dar cuerpo a la inteligencia colectiva. Nadie sobra, todos importamos y aportamos.

Liderar desde la autenticidad, conectando con otros para que avancen hacia un camino de autoconocimiento, es una de las claves para aquellos que ven el liderazgo como un proceso continuo, no sólo de direccionamiento sino de formación de talentos con peso específico, que aportan su riqueza para cualquier equipo de trabajo y proyecto en común.