Mantener el ego bajo control, aprovechando sus beneficios y evitando que tome el control de nuestro destino

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El ego nos impide aprender y desarrollar nuestro talento | Foto: Pixabay
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He visto durante mi vida profesional a profesionales a los que el ego les salía a borbotones. Cualquier momento siempre era bueno para querer quedar por encima de los demás. Cuando había conseguido un éxito profesional, nos lo pasaba por delante de la cara una y otra vez. Y, además, cuando las cosas no iban bien, siempre era culpa de los demás, nunca de él. Y además, la cantidad de veces que hablaba de él demostraba que si algo le sobraba, era mucho ego. Y seguro que algo le faltaba: humildad. Es evidente que el ego le perjudicaba cuando pretendía conseguir algo importante, cuando lograba un cierto éxito y cuando fracasaba.

Muchos quedan impresionados y se dirigen a uno con palabras aduladoras como "referente" o "líder". Mucha es la admiración que algunos reciben cuando tienen la suerte de dedicar profesionalmente a algo que posee interés público. El problema no viene de los halagos, que bienvenidos sean, sino que a partir de los mismos vivamos pendientes de recibirlos y de pasarlos por la cara de todas las personas que nos rodean.

Es evidente que el ego es “cabrón”: hace daño a quien lo sufre y a quienes sufren al que tiene el ego. El ego es una creencia poco saludable de nuestra propia importancia. Se trata de una inflamación patológica del Yo. Se trata de un exceso de autoestima que nos induce a centrarnos únicamente en nosotros mismos y nuestro propio interés sin contar con los demás. Lo define como la enfermedad del "y yo más", ya que la felicidad se mide en base a factores externos como la aspiración a ser mejor que el resto o la búsqueda constante del reconocimiento.

El exceso de arrogancia o autoestima provoca cierta aversión a nivel social. A nadie le gusta tener al lado a alguien que alardea constantemente de sus logros personales.

A menudo se cae en la tentación de pensar que la consecución de los objetivos es gracias a lo bien que lo hemos hecho, a lo buenos que somos. Y cuando las cosas van mal o se tuercen, la culpa es de los demás: nuestros compañeros de trabajo, nuestro jefe, el sistema de juego o incluso la propia suerte que no ha estado de nuestro lado. Pero raras veces, o al menos no de forma inmediata, somos capaces de mirarnos al espejo, de hacer autocrítica, de asumir nuestra parte de responsabilidad, tanto en el éxito como en el fracaso.

El ego nos impide aprender y desarrollar nuestro talento. Al empezar un nuevo proyecto, por mucha experiencia que tengamos, debemos dejar de lado nuestra sensación de suficiencia y afrontarlo con humildad y curiosidad. Asimilar el sistema de juego del equipo, detectar sus puntos fuertes y débiles, conocer y aprender de cada uno de los compañeros y miembros del equipo... Todo esto es lo que te permite definir nuestro rol, entender de qué manera podemos contribuir al grupo para así tener un impacto positivo y aportar el valor necesario.

Puede ser que, con el paso del tiempo, empecemos a recibir elogios o reconocimientos y esto nos lleve a pensar que somos buenos, incluso imprescindibles. El riesgo aquí está en perder la perspectiva y disciplina necesarias para seguir avanzando y aprendiendo cada día. Para combatir este ego, lo importante es centrarse en los resultados: basta con preguntarnos qué queremos conseguir y si verdaderamente lo hemos logrado. Siendo humildes y realistas nos daremos cuenta del camino que nos queda por recorrer.

Cuando alcanzamos el éxito, el riesgo es que nos olvidemos del camino -lo que nos ha traído hasta aquí- y que esto nos impida conservar lo que hemos logrado. Obviamente, la consecución de una victoria es fruto del trabajo diario, del esfuerzo y la disciplina que hemos desarrollado previamente y que nos ha permitido alcanzar nuestro objetivo.

A veces ocurre que las reglas de ayer -constancia, sacrificio, dedicación, etc.- dejan de tener sentido porque creemos que hemos llegado, que no existe un "más allá". Entonces, centramos el foco en actividades secundarias que contribuyen a fortalecer nuestro ego. Es habitual que, cuando consigues un título, la atención mediática se desate y pasemos a ser el foco de todas las miradas. Todos los medios quieren entrevistarnos, la gente nos elogia por lo conseguido, recibimos premios y reconocimiento público... Sin darnos cuenta, destinamos más tiempo y energía a cosas superfluas a cambio de elogios.

Este fortalecimiento del ego nos puede hacer pensar que nuestro tiempo es más valioso que el del resto y nuestras ideas, simplemente, mejores. Dejar de confiar en los demás y pasar a querer gestionarlo todo nosotros mismos nos hace pensar en creernos mucho mejores. Esta necesidad de control y autoprotección nos puede llevar incluso a la paranoia y este es el camino más rápido al fracaso. En estos momentos es importante recuperar la perspectiva, entender que lo que nos ha llevado hasta allí no es nuestra genialidad sino el trabajo diario, el esfuerzo, el sacrificio, la ayuda y apoyo del equipo y/o familia... Y, por encima de todo, comprender que aún tenemos mucho por delante, que este es solo un momento, un pequeño paso dentro de nuestro largo viaje.

En el fracaso, el ego es también un mal aliado: hace más dura la caída y más difícil la recuperación. Nuestra autoestima desmesurada nos invita a eludir cualquier responsabilidad y nuestros argumentos se forjan a base de excusas: el árbitro ha pitado en nuestra contra, ese jugador no ha estado a la altura, la pista estaba en malas condiciones... Esta inclinación a no ejercer la autocrítica provoca que los problemas se magnifiquen y nos exime de la búsqueda de una posible solución.

Ante este panorama, hay una verdad incuestionable: el fracaso es inevitable. Todos cometemos errores, todos nos podemos equivocar. Nadie es perfecto. El fracaso no debe suponer una amenaza a nuestra propia identidad, sino que debemos entenderlo como una oportunidad de crecimiento. Ante una derrota, lo primero es asumir nuestra responsabilidad y asegurarnos de que esa experiencia nos es útil para aprender de nuestros errores y no volverlos a cometer en nuestro próximo reto.

Hay egos con cordura, equilibrados, realistas, en definitiva, con la serenidad suficiente como para vivir la vida en paz. Pero, para esto, tenemos que poner a dieta estricta a nuestro falso yo. Los egos exageradamente narcisistas defienden la teoría del yo-yo, que no es otra que la del mí, me y conmigo.

Algunas recomendaciones muy a tener en cuenta para mejorar la autoestima:

✔️1. Aprender a autoabastecernos.

✔️2. Evitar las autoafirmaciones positivas genéricas: «me quiero, soy capaz, nadie puede hacerme daño o soy alguien que vale la pena», porque son "calorías vacías". Por tanto, lo ideal es centrarse en cosas concretas con afirmaciones concretas.

✔️3. Crear nuestro propio sistema inmunitario emocional: el amor propio, la autoconfianza, un buen autoconcepto, la positividad, la resiliencia, el sentido del humor, la capacidad para relativizar, el saber decir «no».

✔️4. La autoestima no se alimenta solo de «esperanza», necesitamos convicciones y focalizar nuestra mirada hacia nuestras competencias, nuestros logros y nuestras habilidades, procurando ser realistas.

✔️5. Aceptarse, somos el regalo más maravilloso de esta vida. Nos hemos convertido en adictos al reconocimiento externo, y realmente el que es importante es el que está en uno mismo. La aceptación es un paso necesario en el camino de la superación.

✔️6. Explorar, buscar, indagar. Es importante salir de nosotros mismos buscando y explorando nuevos espacios.

✔️7. Encontrar un equilibrio entre razón e intuición. Tener en cuenta la importancia de la intuición ayuda a calibrar intuición y razón.

✔️8. Autoelogiarse de vez en cuando es de buen gusto. Los autoelogios son útiles para aumentar la propia autoestima, pero no debemos otorgárnoslos a la ligera y de forma exagerada.

✔️9. Recompensarse cada día, lo merecemos. Regalarnos tiempo para nosotros mismos es importante. Si somos capaces de tratarnos con mayor amabilidad y autocompasión, podríamos aumentar la autoestima de manera más saludable.

✔️10. Nuestro pasado no determina el futuro. El pasado nos puede condicionar en parte, pero jamás determina nuestro futuro. Como dice Eva Collado en “¡El mundo cambia. Y tú?', tu pasado te acompaña, pero no te define.

✔️11. Abrirse al cambio, para perder el miedo al futuro y ganar confianza. Es fundamental tomar decisiones que nos ayuden a crecer.

✔️13. Asumir la responsabilidad, no la culpabilidad.

✔️14. Convertirse en un eterno estudiante. Si dejamos de aprender, dejamos de progresar. Por eso la formación y el aprendizaje nos ayuda a creer más en nosotros mismos.

✔️15. Dejar de compararse. Seamos nosotros, seamos fieles a nosotros mismos, seamos auténticos.

✔️16. Ser agradecido. Cuando no somos lo suficientemente agradecidos, estamos pensando en todo lo que nos falta. El agradecimiento nos calma y nos llena. Y, además, mejora nuestra salud y es contagioso.

✔️17. Enfrentarse a los miedos hace que nuestra autoestima suba y nuestra confianza se fortalezca. Por tanto, no dependamos de las opiniones de los demás.

✔️ 18. Cambiar un “no puedo” por “voy a intentarlo”. Mejor “voy a intentarlo" a decir “lo haré”.

✔️ 19. Somos más de lo que creemos. Es importante sentir como fundamental el aprecio y el respeto hacia nosotros mismos, ayudándonos a mejorar.

✔️ 20. Nuestras metas nos permiten avanzar. Hacer, hacer y hacer, disfrutando del camino, porque el proceso es bello.

En definitiva, el ego interfiere en nuestra manera de ver el mundo: nos impide lograr aquello que queremos, conservar lo que tenemos y afrontar nuestras derrotas. Sin embargo, tiene también su vertiente positiva: nos invita a creer en nuestras posibilidades cuando el entorno no acompaña, nos empuja a superar nuestros límites y a demostrar lo que valemos. Porque es necesaria una buena dosis de ego para creer que se puede tener éxito donde los demás han fracasado. La clave, como todo en la vida, está en encontrar el equilibrio, mantener el ego bajo control, aprovecharnos de sus beneficios a la vez que evitamos que tome el control de nuestro destino. El ego es muy cabrón, decía el actor y director José Luis Gómez en la línea del artículo que escribimos aquí de 'El ego es cabrón'.