El poder les corrompe
Hemos leído alguna vez que el poder envenena y corrompe a las personas. Y es que en algunas personas, cualidades como la confianza y la seguridad en sí mismos tienden a transformarse en arrogancia y prepotencia.
Ese grado de narcisismo que puede padecerse en una posición jerárquica, hace que lleguen a imaginarse que lo que piensan es correcto y lo que opinan los demás, no, al punto de creer que todos los que lo critican son enemigos. La persona pierde la perspectiva de la realidad, solo ve lo que quiere ver, y aceptar opiniones ajenas lo considera una flaqueza
Y es que la exposición durante largo tiempo de algunas personas al poder y la sensación de omnipotencia, termina desencadenando la enfermedad del poder.
La enfermedad del poder implica cambios radicales en el carácter normal de personas al ocupar el puesto de un jefe y se relaciona su surgimiento con el sentimiento de poder. Quien lo encarna, se muestra extremadamente orgulloso e insensible, planta una actitud despectiva respecto a los demás y hasta despiadada.
Esa actitud que les genera tener poder, termina por corromper a las personas, transformando su forma de pensar y comportamientos. Lo que vemos es que el poder deja entrever después de un tiempo, el lado más oscuro de una persona, destruyendo su moral y sembrando arrogancia y sensación de impunidad.
Podríamos enumerar dentro de los síntomas principales de esta condición:
- Ubicar como objetivo principal el enaltecimiento del propio ego.
- Presencia de una autoestima excesivamente elevada.
- Acciones impulsivas.
- Imprudencia.
- Presentar demasiada confianza en uno mismo.
- Presentar desprecio al resto de las personas.
- Manifestación sin ningún tipo de pudor de sentimientos de superioridad.
- Pérdida de vista de la moral y la ética.
- Obsesión con la autoimagen.
- Ningún tipo de consideración respecto de las ideas y/u opiniones de otras personas.
Algunos otros síntomas de la enfermedad, son: Indiferencia a lo que otros piensan; dificultad de conectar intelectual y emocionalmente con las personas con las que uno se relaciona; frialdad hacia los sentimientos de los demás; desconexión con el sufrimiento que puedan producir sus decisiones; decisiones basadas en una lectura desequilibrada de la realidad.
Junto con ello vemos también una instrumentalización de las personas para lograr sus propios fines, un excesivo protagonismo personal apoderándose de méritos ajenos, una tendencia a rodearse de personajes poco independientes intelectual y económicamente, para que no le lleven la contraria, un juicio simplista, estereotipado, de las personas y los acontecimientos, una sobrevaloración de las capacidades personales y de la imagen personal o unas conductas desinhibidas.
Normalmente lo que podemos ver es una infravaloración de las potenciales consecuencias negativas de las decisiones tomadas, junto a una sobrevaloración de la probabilidad de las consecuencias positivas de las mismas, con una pérdida del sentido del riesgo o de la proporción en el perfil de prioridades con el que esta persona dirige la institución.
Este conjunto de rasgos en los que la arrogancia y la desconsideración abundan son los característicos de alguien con la enfermedad del poder, que descoloca a otros en público y privado con humillaciones, salidas de tono, etc.
Con el tiempo, y debido a la posibilidad de decisión sobre otras personas, la obediencia y la validez que otros le otorgan, junto a la sensación de omnipotencia de estas personas hace que persista y su autoimagen se enaltece. Cuando son halagados, se produce un refuerzo de su autoestima y su actitud altanera se ve acentuada, perdurando aún más.
Es claramente una intoxicación por poder. Quienes se obsesionan con el poder y la dominancia de esta manera, se consideran los mejores e incluso, los únicos capaces para desempeñar eficientemente un rol de esas características.
Todo ello nos viene a decir que la enfermedad del poder es un trastorno de conducta, es una especie de “defecto”, una conducta que cambia por cierta distorsión cognitiva, es un trastorno de conducta con la elección de un perfil de conductas disfuncionales que responden a una forma de ver la realidad parcial, distorsionada y desequilibrada.
Existen diversos trastornos de conducta vinculados a la enfermedad del poder: El obsesivo, el asocial; el adictivo, el histriónico y el narcisista. En la base de ellos hay diversas experiencias de inseguridad, autoestima baja, carencias, etcétera. El trastorno del poder suele ubicar en sus manifestaciones patológicas las carencias, gastando excesivos recursos o utilizando estrategias más sofisticadas de represión o violencia.
La enfermedad del poder va degradando moralmente a la persona; su egoísmo es progresivo y se hace cada vez más intenso y en condiciones desfavorables se vuelve más hostil. Ejemplos sobran. El problema de las personas enfermas de poder terminan convencidas que son semi diosas.
Parece que no es fácil tener una buena capacidad para administrar el poder; se necesita un sólido equipaje moral y ético, y sobre todo sentido de realidad con los pies en la tierra.