Si gritamos en una discusión, hemos perdido

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"Los gritos son el resultado de esa ilusión de superioridad con la ilusión de invisibilidad" | Foto: Remitida
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“No es más fuerte la razón porque se diga a gritos”. Gritar durante una discusión no solo socava la eficacia de nuestro mensaje, sino que también muestra una falta de confianza en nuestra capacidad para expresar las ideas de manera tranquila y persuasiva, dejando al descubierto nuestra imperiosa necesidad de tener razón.

Nadie pone en duda que gritar no sirve para persuadir. Sin embargo, cuando estamos en una discusión elevamos la voz para hacer valer unos argumentos de los cuales nos sentimos incluso demasiado seguros.

A veces, pese a que confiamos en nuestras creencias, no estamos seguros de que nos vayan a escuchar, por lo que lo compensamos elevando la voz. Enfrascados en la discusión, cegados por nuestra opinión y dejándonos llevar por las emociones del momento, es fácil alzar la voz.

A todos nos ha ocurrido en alguna ocasión. Sin embargo, gritar no es la vía más eficaz para construir puentes de diálogo, acercar posturas y llegar a acuerdos que nos permitan crecer y aprender del otro.

Los gritos son el resultado de esa ilusión de superioridad con la ilusión de invisibilidad. Creemos tener razón y estar más informados que la otra u otras personas, pero al mismo tiempo pensamos que no tenemos influencia suficiente sobre los demás y no podemos convencerlos, lo cual nos genera inseguridad y frustración. Entonces gritamos.

Los gritos son un mecanismo rudimentario al que recurrimos cuando necesitamos llamar la atención, reforzar nuestros argumentos o simplemente queremos que los demás nos escuchen de otra manera. Creemos que alzar la voz nos vuelve más persuasivos, consolida nuestro poder o nos permite enseñar lo que sabemos a los demás. No es así. Cuanto más alcemos la voz, más sordo se volverá nuestro interlocutor.

La forma más fácil de expresar la ira es mediante el grito. Por eso, si queremos saber por qué gritamos cuando nos enfadamos tenemos que saber que lo que realmente estamos experimentando es la emoción de la ira. Para poder aprender a detectar que estamos experimentando esta emoción, es necesario prestar atención a las señales físicas que invadirán nuestro cuerpo:

  • Aparición de calor corporal así como sudores
  • Sentir la mandíbula en tensión
  • Fruncir el ceño o entrecerrar los ojos
  • Apretar los puños
  • Palpitaciones en el corazón
  • Ideas confusas en la mente

A veces, es difícil en ese contexto, no alzar la voz. Cuando discutimos con alguien posicionado al otro lado del espectro político, un vecino tremendamente irrespetuoso o un/a hijo/a que parece no escuchar, los decibelios parecen subir automáticamente.

Sin embargo, por muy tentador que sea gritar, es una estrategia totalmente contraproducente. Los gritos son la forma menos efectiva para persuadir a los demás porque desencadenan una serie de cambios a nivel fisiológico que se convierten en una barrera prácticamente infranqueable para el diálogo.

Nuestro cerebro percibe los gritos como un ataque. No hay medias tintas ni espacio para la interpretación. Percibimos que la persona que nos grita está enfadada o frustrada, lo cual activa nuestra amígdala, que es la zona del cerebro encargada de procesar las emociones y dar la voz de alarma cuando detecta un peligro. Entonces se liberan una serie de neurotransmisores, como el cortisol y la adrenalina, que nos ponen a la defensiva.

Por tanto:

  1. Si hay grito, no hay comunicación
  2. Preguntemos a la otra persona por qué recurre al grito
  3. Pidámosle cambios en la forma de comunicar e incentivar su empatía
  4. En caso de no ver cambios, tomar una decisión, ya que quien eleva la voz, debe darse cuenta de los efectos nocivos de dicha costumbre

Claves que ayudan a mejorar la comunicación:

  • Dejar de ver al otro como un enemigo a batir. Cuando nos involucramos en una discusión, sobre todo si versa sobre un tema delicado o importante para nosotros, es fácil ver a quien disiente como un enemigo a batir. Solo pensamos en ganar. Sin embargo, en una discusión a gritos nadie gana. Es mejor comprender que no estamos en un campo de batalla y que el entendimiento es el único camino para que todos ganemos. Mostrarnos abiertos a debatir las ideas de nuestro interlocutor contribuirá a que este baje la guardia para poder encontrar puntos comunes.
  • Dominar el arte de hacer preguntas. Cuando nos ciega el deseo de ganar una discusión nos vamos a los extremos. Nuestro discurso se polariza en un intento de resaltar nuestro punto de vista. Sin embargo, la clave para persuadir no se encuentra en nuestros argumentos sino en la capacidad para hacer reflexionar a la otra persona. Podemos lograr más con la pregunta adecuada que con afirmaciones contundentes. Podemos gritar nuestros argumentos hasta que nos quedemos sin voz, pero de poco servirá si la otra persona no nos escucha. En cambio, podemos lograr que reflexione haciéndole preguntas que le animen a analizar sus propios argumentos.
  • Parar y volver a empezar. Alzar la voz es fácil. Bajarla, no tanto. No todas las discusiones a gritos se desactivan fácilmente, pero vale la pena intentarlo. Cuando notemos que estamos gritando, debemos dar un paso atrás, apagar el megáfono y comenzar de nuevo. No importa quién alzó la voz primero, lo importante es comprender que así no llegaremos a ninguna parte. Cuando somos capaces de recuperar la calma y bajar la voz, comprendemos que la verdadera fuerza o el poder no radica en los gritos sino en ser capaces de gestionar asertivamente nuestras emociones para reencauzar la conversación.

Algunas técnicas que pueden ayudarnos a coger el mando de nuestra respuesta y evitar que sea la ira o el enfado lo que acabe hablando por nosotros:

  • Respirar profundamente: para poder controlar el enfado es importante que calmemos la ansiedad que nos ha producido esta situación. Por ello, respirar 10 veces de forma profunda nos ayudará a reducir ese estrés y evitar que respondamos de forma impulsiva y sin pensar muy bien lo que estamos diciendo. Calmarnos a nosotros mismos, coger aire y dejar que esa emoción se marche para escuchar lo que nos están diciendo y reaccionar de forma civilizada y respetuosa.
  • Practicar la empatía: muchas veces, reaccionamos con gritos y enfado porque nos dejamos llevar por el impulso primero. Actuamos de forma acción/reacción pero tenemos que evitar ese impulso y pensar de forma razonable. La mayoría de las veces, las grandes discusiones no son más que errores comunicativos entre dos personas que no han sabido expresar bien sus sentimientos. Así que no nos precipitemos y procuremos entender qué nos quiere decir.
  • Expresar nuestros sentimientos sin reproches: si ha habido alguna cosa que no nos ha sentado bien, sentémonos con esa persona y hablémosle abiertamente. Expresar cómo nos hemos sentido y procurar que nos entienda. Pero ojo: nunca reprochemos ni culpabilicemos. Nosotros tenemos que hablar desde cada uno, nunca desde lo que los demás tienen que hacer por nosotros.
  • Nos vamos a dar una vuelta: sobre todo al principio puede ser que nos resulte complicado controlar la ira y evitar los gritos, por eso, un truco es que nos marchemos unos minutos de ese clima de tensión para pensar con más claridad y analizar qué es lo que realmente está sucediendo. Marcharnos de esa atmósfera tan tensa y relajarnos para poder tener la mente más despejada y pensar de forma más clara. La ira puede nublarnos el entendimiento, por eso, no nos dejemos arrastrar por ella y controlar nosotros la situación.
  • Recordemos la técnica del 5x5 que es perfecta para que podamos disfrutar de un estado de ánimo más tranquilo y sosegado. Consiste en que elijamos 5 momentos del día para vivir un momento de relajación. Por ejemplo, podemos ir a tomar un café, entablar una conversación con un compañero de trabajo, tumbarnos en un sillón con una canción que nos guste mucho, disfrutar de un baño relajante, etcétera. Y tenemos que usar estos momentos para, realmente, reducir el estrés.

Disentir sin gritar es una habilidad que vale la pena aprender porque la usaremos muchas veces a lo largo de la vida. Alzar la voz no nos volverá más persuasivos, solo generará tensión, ira y frustración. Por tanto, si creemos que existe la posibilidad de mantener un intercambio beneficioso y maduro con la persona que tenemos delante, deberíamos asumir un enfoque más suave, comprensivo y amable. Todos saldremos ganando.