De logo a logo
Estaría en sexto o en séptimo de EGB cuando la celebración de unas jornadas deportivas interrumpió la rutinaria vida de mi colegio. Entre otras actividades, recuerdo con nitidez el concurso que se celebró entre todos los alumnos del centro, para encontrar un logotipo que representara el evento. La casualidad quiso que por aquel entonces destacara de entre mis compañeros de clase por dibujar de una forma medianamente reconocible a los personajes de Bola de Dragón.
Aquella habilidad fue suficiente para que todos se volvieran hacia mi pupitre cuando nos comunicaron que se celebraría tal competición. Recuerdo sentir 3 ó 4 cabezas alrededor mío mientras dibujaba y me acuerdo de las palabras de aliento de mis compañeros y los cuchicheos alabando mi trabajo.
Sin comerlo ni beberlo, me había convertido en el claro favorito al premio y la verdad es que el dibujo que realicé no estaba nada mal. Pero cuando ya todos me habían dado por claro ganador, surgió desde la otra punta de la clase un logotipo que acabó imponiéndose en la votación. El dibujo era claramente calcado de una de las páginas de un libro que rondaba por clase. Todos lo sabían, pero me ganó.
Posiblemente el valor de lo genuino, de lo singular, es algo que aprendemos a apreciar con el paso del tiempo. Cuando somos capaces de captar ese halo invisible que envuelve lo único e incomparable, de lo que tiene un sentido y un porqué. Sea como fuere, se puede decir que el papel de favorito me aplastó.
Un peso del favoritismo que ese mismo verano -verano de Eurocopa- terminé de comprender, cuando España, clara favorita al título (al menos en nuestro país), cayó en cuartos de final frente a Inglaterra. Eran tiempos en los que aún no era la Roja, era la Selección y parecía empeñada en mostrarnos la cara cruel de la vida. Eran tiempos en los que las camisetas y la pintura rojas parecían no existir. Tiempos de desilusiones y de dolores de cabeza.
Es verdad que aún estábamos muy alejados de aquella generación que se proclamó campeona del mundo, sí, pero casi tanto como lo empezamos estar ahora. Y es que aquella estrella que ganó la generación de oro del fútbol español, señalará por siempre a todas las subsiguientes como favoritas a algo y eso se antoja un peso demasiado pesado para los seleccionados.
Ahora que la selección parece una mala copia de aquella que maravilló al planeta y que la RFEF presenta su nuevo logo, me acuerdo del peso del favoritismo y de aquel dibujo calcado de mala manera que ilustró las jornadas deportivas de mi colegio. Y absorto asisto a la caída en el olvido del logotipo inspirado en Joan Miró que ilustraba magistralmente la espectacularidad del fútbol de la Roja, ese del que queremos seguir presumiendo. Pero no, ahora nos representará esa especie de Aspirina. Y es que parecen volver los tiempos de los dolores de cabeza.