Me fui, se irá

Diego Martinez
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Corría el verano de 2007 y tras tres años trabajando en el mismo lugar, sentí por vez primera que había llegado el momento de un cambio. Era joven, había aprendido mucho y podía optar a otras opciones laborales en las que me pagaran más por hacer lo mismo.

Mi empresa era pequeña, casi familiar, y las oportunidades de destacar en el sector eran prácticamente nulas. Así que, día a día, maduré la idea de marcharme cuando terminara mi contrato. La verdad es que no me costó encontrar un hueco en una flamante constructora que crecía al albor del boom inmobiliario y a la que únicamente objeté que me dejaran cumplir lo que restaba de mi contrato, para poder salir de mi antigua empresa tan bien como me habían tratado.

No sé si fue lo que dije o lo que dejé de decir, pero en pocas semanas mi marcha de aquella vieja oficina era un secreto a voces, al que solo le faltaba mi corroboración para confirmarse. Mi jefe intentó en un par de ocasiones convencerme de que me quedara, me ofreció una subida de sueldo, un mejor puesto y mayor responsabilidad. Pero ya tenía meditada mi decisión, nada de lo que me pudiera decir me haría cambiar de opinión. Necesitaba conocer otro ambiente profesional y tener unas aspiraciones laborales diferentes.

Aquel había sido mi primer trabajo y era hora de ver más mundo.

Cuando llegó el momento me expliqué, me entendieron y me marché bien. Dejando la puerta abierta como me dijeron ellos. Agradecí a todos el tiempo y las enseñanzas, y tras una invitación en el bar de abajo y después de unos cuantos abrazos y otros tantos consejos, me fui. No lo hice para siempre, pues volví a aquel ensombrecido portal en más de una ocasión, a saludar a los excompañeros, a saber de sus vidas y a por una carta de recomendación cuando me quedé en paro no muchos meses después. Tengo que decir que siempre que volví, sentí aquel lugar como mi casa y que me dio mucha pena cuando cerró por falta de actividad.

El viernes pasado, al leer la entrevista de Lamelas a Diego Martínez, me afloró la vieja sensación de necesitar marcharme y no querer irme, la de dejar a entender todo sin decir nada. Lo cierto es que apenas me bastó echar un ojo a los comentarios, incluso al del propio Lamelas –“que cada uno saque sus propias conclusiones”-, para comprender que Diego Martínez cuando termine la temporada probablemente se irá, como yo me fui. Y es que, aquel verano de 2007, ni un mural con mi rostro en la fachada de la empresa, habría conseguido que cambiara de opinión.