No lo vamos a olvidar
De una cinta roja y verde cuelga una medalla dorada envejecida por el tiempo. En el centro de la misma, y rodeada por dos ramas de laurel, resalta sobre relieve la silueta de un futbolista pateando un balón. En su reverso, grabado a mano y con caligrafía de un niño de colegio, destacan cuatro dígitos: 1992. Así es la primera medalla que gané en toda mi vida y seguramente fue la que más ilusión me hizo ganar jamás.
Han pasado casi 30 años, pero aún recuerdo aquel campeonato de fútbol organizado por el APA (entonces sin intercalar la inclusiva letra “M”) para los cientos de niños que nos quedábamos a comer en el colegio. Esos que escondíamos los trozos de pescado en los bolsillos o los huevos duros en las jarras de agua, y que no veíamos nunca la serie del Príncipe de Bel-Air. Seguramente la falta de costumbre o de organización -o quizá la severidad de la época- hizo que aquel campeonato se disputara entre cursos y de igual a igual. Obviando las edades de los niños que se movían en una horquilla de los 6 a los 14 años. Así, como Barça y Madrid, los de 7º y 8º de EGB se sabían favoritos y dudaban de aquel torneo cuyo cetro, sin duda, debían disputarse entre ambos. Mis compañeros y yo estábamos en 3º y se nos suponían cero posibilidades de ganar.
Todavía puedo recordar con nitidez algunas jugadas de aquellos partidos de fútbol. Algunos regates, algunos goles y muchas paradas de mi amigo Jesús. Seguramente adornadas en mi mente con el paso de los años, haciéndolas más increíbles de lo que debieron ser. Me acuerdo de los niños mayores y de todos aquellos que se preguntaban que para qué íbamos a jugar, que indudablemente nos iban a ganar. Unos recuerdos arrastrados por la actualidad de esta última semana futbolera pues la creación de la Superliga -o lo que es lo mismo, la constitución de una élite futbolística cerrada donde nadie más que los más grandes pueden jugar- y el encumbramiento de un líder de la Liga antes de haber sumado los puntos necesarios; me han hecho volver a sentir el menosprecio y los aires de superioridad. Me han hecho recordar esas miradas por encima del hombro y rememorar las palabras de esos niños que nos sacaban un par de cabezas.
Pero hay veces -muy pocas, pero muy recordadas- en las que los pequeños se convierten en gigantes y dan verdaderas lecciones de humildad. El Granada, después de 25 derrotas en el Camp Nou y justo cuando menos posibilidades se le suponían, derrotó al Barcelona: el supuesto líder de la liga y fundador del campeonato que debía salvar el fútbol. Una gesta y una cura de humildad que vamos a recordar durante mucho tiempo. Como yo aún recuerdo aquellos partidos de después de comer que, para algunos, no debíamos jugar, pero que conseguimos ganar. ¡Nunca lo voy a olvidar!