Nunca llueve a gusto de todos

Llevábamos meses esperando que lloviera. Que lloviera de verdad. Que los embalses comenzarán a llenarse y que la Sierra, al fin, luciera de impoluto blanco. Sin embargo, fue a ponerse a llover un fin de semana y no paramos de quejarnos, que si los charcos, que si la autovía, que si el niño se moja y se me resfría...

Más o menos lo mismo pasa con el fútbol. Hay veces que un empate fuera de casa nos sabe a derrota, que una victoria por la mínima no nos parece suficiente, aunque nos devuelva a la zona de playoff. Que sí, que todos querríamos estar ascendidos ya en diciembre. Que Uzuni de visitante parece que juega sin hélices, que hay veces que Melendo desaparece, que Raúl no es Maximiano y que Jorge Molina no está en racha. Cuando el Granada golea, el problema es no darle minutos a Arezo; en cambio, cuando pierde, todos esperamos mucho más de Callejón. Siempre ganamos en casa, pero nunca lo hacemos fuera… Está claro que nunca llueve a gusto de todos. Tampoco en Los Cármenes.

La mañana del domingo le decía a mi mujer que si seguía lloviendo no iría al fútbol, pero lo cierto es que preparé a primera hora mi mochila. Metí paraguas, chubasquero, gorro y guantes. Pensaba en las sillas mojadas, en el enorme charco que se forma debajo de mi asiento y en el frío que podría hacer; pero también lo hacía en los brotes verdes que empiezan a emerger en el Granada de Paco López.

Esperábamos la lluvia como agua de mayo y ahora que empieza a llover, hay que disfrutar de ella, aunque a veces se nos empape el bajo del pantalón.