Recuerdos

Granada-1973-74
Póster del Granada CF de la temporada 73-74. Fernández luce el dorsal 3
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Tirando piedras y palos al río. Así pasé la soleada mañana del sábado. Riendo y jugando con mis hijas y pensando tanto o más que en ese presente, en un lejano futuro. Al parecer, el preocuparnos de cómo seremos recordados es una inquietud recurrente conforme maduramos. Un aspecto que aparte de incontrolable -pues nadie puede saber que parte de tu esencia puede quedar atrapada en un laberíntico cerebro- tampoco debería de preocuparnos sobremanera, puesto que ya ni sentiremos ni padeceremos.

Sin embargo, a mí últimamente me atormenta pensar en cómo me recordarán mis hijas. ¿Lo harán como ese desgañitado padre que les hacía terminarse toda la comida? ¿Cómo esa persona gruñona que se enfadaba cuando le apagaban la luz del baño? ¿Como ese adulto inmaduro que echaba carreras y que reía tirando piedras? Y es que, a fin de cuentas, ¿qué hay más importante en la vida que dejar un buen recuerdo tras la muerte?

Vislumbrando como corría el agua. Lanzando piedras, hojas y palos. Comprobando como unos avanzaban rápidamente hasta quedar fuera del alcance de nuestra vista y otros quedaban dando vueltas sobre sí mismos en un remolino de agua, dibujando analogías sobre mis propios recuerdos, me llegó la noticia de la muerte de Pedro Fernández. Ese magistral futbolista del Granada de los 70.

Leía que había fallecido el defensa que lesionó a Amancio, el que era exponente del Granada de los carniceros, aquél que era más temido en el césped que los toros sobre el albero. Sin duda un recurrente recuerdo, cual encorvado palo yace estancado impasible a la corriente de agua.

Entre chapuzones de piedras y vuelos de hojas, mi hija me preguntó que qué leía. Le dije que una persona “se había ido al cielo”. Le expliqué que había sido uno de los líderes del mejor Granada de la historia, el jugador con más partidos en Primera División, el que no se olvidó del club cuando deambulaba por Tercera. El ‘granaguayo’.

Entonces, mientras observaba una hoja que revoloteaba sobre sí misma atrapada por la corriente fluvial y escuchaba la discusión de mis hijas de si iba rápido o lento, comprendí la subjetividad de los recuerdos; y que seguramente tenía tanta o más responsabilidad en la forma de recordar a alguien, la persona que recuerda que el propio recordado.

Que al igual que un palo de la ribera del río espera ser lanzado al agua para dibujar su camino, a ver si se estanca y es visualizado o discurre veloz y apenas es visto; no es justo que el devenir vital de una persona quede resumido a un fortuito instante. Por ello, que pinten a Fernández como quieran porque para el granadinismo siempre representará el mejor de los recuerdos.

Que descanse en paz.