La cosa esa de reclamar

Hoja de reclamaciones
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Andaba hace unos días en casa, en la sobremesa de un puchero de San Antón, charlando con mi buen amigo Javier. Disfruto, como es costumbre por mi parte cada año, invitando a familia y amigos a comer un puchero u olla, llámenlo como quieran menos cocido de San Antón. Almuerzos, se puede decir, ya “institucionalizados” desde hace tiempo, que cocino con verdadera ilusión varias veces a lo largo del invierno.

Hablábamos tranquilamente, como les he dicho, sobre libros, viajes, medicina -campo que él domina casi a la perfección-, informática -este que uno intenta si no dominar al menos que él no me domine a mí-, viajes, lugares, administraciones públicas, etc.

En un momento determinado, la conversación giró hacia la falta de interés, confianza en su positiva resolución o simplemente desmotivación que acostumbramos a tener, en general, a la hora de reclamar ante cualquier organismo o empresa. En definitiva, a lo que habitualmente denominamos como pedir el libro de reclamaciones o simplemente recurrir algo ante una administración pública.

Yo le comenté a Javier que tengo un leal amigo mío que tiene la sana costumbre de recurrir, reclamar y pedir la hoja de reclamaciones allá dónde cree que han abusado de sus derechos. Y le puse cuatro ejemplos de cómo a este buen colega le habían dado magnífico resultado dichas reclamaciones.

En primer lugar -hablo de hace ya más de 30 años- recibió una carta de la Junta de Andalucía donde le reclamaban una cierta cantidad de dinero de más sobre su vivienda. Le habían actualizado el recibo de contribución urbana. Se había comprado, según la Junta, un piso en una calle de Granada de las denominadas “principales”. También le decían en aquel escrito que su vivienda disponía de unos materiales -suelos, ventanas, alicatados, etc.- de primera calidad y que, por ello, debía pagar un recibo de contribución más elevado.

Mi amigo recurrió dicha resolución alegando que nadie había pasado por su casa a constatar dichas calidades y que por el mero hecho de vivir en una calle de primera no se tenía que dar por supuesto que el piso también lo era. Recurso tras recurso y contra recurso, acabó ganando y la Junta de Andalucía le tuvo que devolver lo cobrado con anterioridad.

En otra ocasión -le contaba a Javier- mi amigo compró un teléfono móvil que parecía que tenía vida propia. Se independizó -el teléfono- nada más comprarlo. Se apagaba y encendía cuando él quería, en mitad de una llamada se reseteaba, en fin, era como un hijo rebelde que en su adolescencia quisiera imponer sus leyes. En la tienda dónde lo compró solo le dijeron que tenía que llevarlo al servicio técnico, que para eso estaba la garantía.

Él alegó, creo que con acertado criterio, que le habían vendido un teléfono estropeado ya de fábrica y les pidió la hoja de reclamaciones. A los pocos meses se celebró una breve audiencia en la Asociación de consumidores. La empresa de telefonía por supuesto no compareció, pues no pierden el tiempo en lo que para ellos son minucias. El caso es que a los pocos días mi buen amigo recibió en casa un móvil mucho mejor que el que había comprado y sin el síndrome del “adolescente independiente”. Otra batalla ganada.

Le contaba después a Javier que, unos años más tarde, este colega se mudó de piso a una casa con piscina. La depuradora se la habían dejado construida y enterrada de manera chapucera en un zulo a unos tres metros de profundidad y casi se jugaba una buena caída cada vez que tenía que bajar o subir del agujero. De nuevo la hoja de reclamaciones a la empresa surtió efecto. Denuncia ante consumidores. Esta vez no hizo falta audiencia.

La empresa constructora se avino a razones y antes de llegar a ese punto le construyó una caseta en superficie donde reubicó la depuradora, todo ello sin costo alguno. Caso cerrado y ganando de nuevo.

Y ya por último, y antes de terminar cansando con ejemplos a mi invitado, le conté el caso de la reclamación de los gastos de gestión (notaría, gestoría, etc.) que este sincero amigo mío llevaba años -así como quince- reclamando a la entidad bancaria donde contrató la hipoteca. Escritos y más escritos que no llegaban a ningún puerto más allá de la denegación por parte del banco a esa devolución.

Un buen día por casualidad, y tras años de intentos en vano, dio con una asociación de usuarios bancarios que se anunciaba en prensa.

”No tengo nada que perder -se dijo- al fin y al cabo después de tantos años qué más da un intento más”. Y la constancia tuvo su premio.

Se hizo socio de esta asociación pagando diez, sí, diez euros al año y pasados unos pocos meses le llamaron desde un despacho de abogados que trabaja para dicha asociación. Ellos le llevaron de manera gratuita todo el proceso judicial y al cabo de unos meses, lo que había estado estancado durante años, se resolvió de manera favorable para él.

Sentencia positiva y devolución de todos los gastos reclamados. Entre incredulidad y satisfacción era su sentir. No ya por el dinero que le devolvieron -no le va a resolver la vida- sino porque David venció a Goliat y esta vez no hizo falta una honda, bastó con la perseverancia. Ese extraño regusto de ver cómo la paciencia y la constancia dan sus frutos.

-Personas como tu amigo -apostillaba Javier- son solo el uno por ciento de todos nosotros, la mayoría no reclama, se conforma con lo que le venga.

Debemos reflexionar sobre todo esto y sobre nuestra actitud ante estos casos. Reclamar y recurrir es un derecho y hay que desterrar de nuestras cabezas esa idea equivocada de que nunca sirve de nada pedir la hoja de reclamaciones o de que, si lo hacemos, nos va a costar mucho dinero y tiempo. Ni una cosa ni la otra.

Tampoco debemos olvidar que las administraciones públicas no siempre llevan razón y que la ley pone a nuestra disposición instrumentos legales para recurrir ante ellas cualquier decisión unilateral que creamos injusta.

No se lo he dicho a ustedes, ese fiel y leal amigo mío tan proclive a recurrir y protestar, es este que les escribe.

-Algo de eso me imaginaba yo- asintió Javier.







Comentarios

4 comentarios en “La cosa esa de reclamar

  1. Un artículo de Juan Carlos Uribe, tan bueno y ameno como todos los que escribe.
    En el tema de las reclamaciones creo que depende del importe, injusticia y tiempo que se tenga.

  2. Esa es la actitud que todos debiéramos tener, en general ante la vida, y no aceptar con resignación que una camarilla (los gobiernos) decidan sobre aspectos fundamentales de nuestra vida y que solo a nosotros nos corresponde decidir.

  3. Tenemos que aprender a reclamar,buen artículo.