No acabamos de aprender o no queremos
Las catástrofes, ya sean naturales o provocadas por el hombre, son sucesos que generan un impacto devastador en las colectividades afectadas. Terremotos, tsunamis, huracanes, pandemias, guerras, nos dejan a su paso una estela de destrucción y sufrimiento humano. Sin embargo, incluso en medio del caos y la desesperación, la humanidad ha demostrado una notable capacidad para aprender, adaptarse y reconstruirse.
Un ejemplo claro y cercano lo tenemos en la pandemia de Covid que nos asoló hace muy poco tiempo y que a día de hoy sigue con nosotros aunque, afortunadamente, con menos virulencia.
Siempre es hora de aprender y perfeccionar. Lamentablemente o por suerte, según se mire, todas las desgracias y en sus diversas formas nos ofrecen una oportunidad única, si se sabe aprovechar, para mejorar, tanto a nivel personal como colectivo. Pero no siempre es así.
No pretendo caer en un pesimismo desolador como el de Schopenhauer. Todos estos ejemplos y casos reales que les voy a exponer y que seguramente muchos de ustedes habrán tenido la ocasión de vivir en primera persona, tienen remedio. Para su solución solo hace falta un poco de cabeza, sentido común y buena voluntad por parte de personas, administraciones y empresas.
Hablamos de poner en práctica el mayor súper poder de todo organismo vivo, el de aprender de la experiencia. Extendamos esta definición también a compañías privadas y organismos oficiales.
Hace unas semanas, me viene a la memoria, un buen amigo me contaba que tuvo que ir a una administración pública estatal aquí en Granada. Su intención no era otra que la de solucionar un asunto sobre la solicitud de una prestación social para su cónyuge. El funcionario de turno le dijo que debía de rellenar un impreso, que él mismo le proporcionó, y solicitar cita previa para entregarlo.
-Disculpe, esto lo podemos rellenar sobre la marcha, pues hemos venido los dos, y entregárselo ahora mismo –le dijo mi amigo a la persona que le atendió. Me resulta un sinsentido tener que solicitar cita previa para venir otro día a entregarlo.
No había mucha gente en la cola y era evidente que, esperando unos minutos, podría dejar entregada la solicitud de marras.
-Lo siento mucho caballero, pero las normas que tenemos son las normas, todo esta gente que hay en la cola han tenido que solicitar cita previa –contestó el escrupuloso e inflexible funcionario.
Y así es como se fue mi conocido, con un enfado y un cabreo monumental y sabiendo ya que nada habría en el mundo que le pudiese impedir tener que darse otro paseíto para traer rellena la solicitud. Esto me recuerda, aunque con otras connotaciones y salvando las diferencias, al gran artículo de Mariano José de Larra “Vuelva usted mañana”. En ello estamos. Las malditas citas previas que están bien como opción para los contribuyentes pero nunca deberían ser una obligación por parte de una administración.
Este es el primer ejemplo de que no aprendemos o no queremos aprender, pero tengo otros dos que les describo a continuación.
Si han viajado en avión sabrán del gran lío que se forma en los pasillos al aterrizar y tener que salir del aparato con nuestro equipaje previamente bajado de los compartimentos superiores. Un atolladero de gente que quiere abandonar el avión lo antes posible entre empujones, codazos y roces varios.
Pues bien, la pandemia trajo a los vuelos y las aerolíneas un sistema de desalojo y salida, en mi opinión, muy práctico y juicioso. El o la auxiliar de vuelo –eso de azafatas o azafatos quedó para la historia—nos indicaba que permaneciéramos sentados al mismo tiempo que señalaba desde qué fila hasta cual otra teníamos que ir levantándonos para ir saliendo. Esto trajo una organización exhaustiva y muy buena a la hora de salir. Ni había prisas, ni empujones ni nada parecido.
Tan pronto como se levantaron las restricciones epidemiológicas, este método lo suprimieron las aerolíneas. ¿No han aprendido de esto tampoco? ¿Nadie se dio cuenta de que esa manera de desalojar al pasaje era una gran idea? Pues, parece ser que no. Tampoco se aprendió y volvimos a los empujones, a las impaciencias y a las prisas, volvimos a lo de antes. No tomaron nota las aerolíneas de esto.
Me he reservado para el final el ejemplo más preclaro y a la vez más irritante de los tres. Es tal cual se lo cuento.
Me pide un amigo que le acompañe a una oficina de la Seguridad Social, aquí en Granada. Le había llegado la hora de su jubilación y me rogó fuese con él por si se perdía entre las explicaciones e instrucciones que pudieran darle. Ya se sabe, cuatro ojos ven más que dos y cuatro orejas oyen más que dos.
Pues bien ni cuatro ojos ni cuatro orejas. El caballero funcionario que atendió a mi amigo en la primera planta tenía la potestad, según nos indicaron los vigilantes de seguridad de la entrada, de permitir o no que alguien acompañara a la persona que iba a realizar la gestión.
En este caso, y como si fuera el César en el circo de Roma, inclinó el pulgar hacia abajo y no permitió la entrada al acompañante, que era el que les escribe. Les estoy hablando de hace muy poquitos meses, 4 o 5 a lo sumo, con las restricciones de la pandemia ya más que levantadas.
Parapetado en una mampara de metacrilato –según me dijo mi amigo- tras la cual las explicaciones se entendían aún menos si cabe, lo despachó con una longaniza de normativas, decretos y leyes que se sabía al dedillo, y que no alcanzó mi colega a entender.
Se bajó decepcionado, cabreadísimo y sin haberse enterado de nada o casi nada, cuando terminó el suplicio. Quizás, y solo lo supongo, si le hubiese acompañado yo, que estoy más al tanto de mucha normativa de este tipo, nos habríamos venido con algo claro, o al menos podríamos haber compartido el mal rato.
¿Qué necesidad tenemos los ciudadanos de aguantar y soportar esto? ¿Todavía las administraciones o algunas de ellas continúan con estas restricciones?
¿Tampoco y tan poco han aprendido? ¿Qué es eso de dejar en manos de un servidor público detrás de una mampara la decisión o no de atendernos solos o acompañados? ¿O es que tienen ganas de tocarnos las narices?
Parafraseando a mi admirado Cárdenas y como dijo en uno de sus textos: “Han pasado ya cuatro años de la pandemia y no hay razón para seguir tocando los cojones al personal.” Lo suscribo íntegramente.
Ya está bien de citas previas y mamparas, volvamos a la normalidad. Aprendamos, en lo público y en lo privado, y apliquemos ese aprendizaje.
Al menos, y para dejarles con un buen sabor de boca, toda esta pandemia nos ha dejado enseñanzas y lecciones de vida. La principal, bajo mi punto de vista, es el valor que hoy en día otorgamos a lo que teníamos antes de la misma. Acciones como darnos un simple abrazo, salir sin estar pendientes de la hora, mezclarnos entre la multitud, desplazarnos libremente de una provincia a otra o tomar un vuelo internacional sin trámites sanitarios ni preocupaciones entrañan un atractivo mayor hoy en día que cuando podíamos llevarlas a cabo sin restricciones.
Lo verdaderamente importante de todo esto es no olvidarnos nunca de saborear hasta el último sorbo de cada momento.
Comentarios
2 comentarios en “No acabamos de aprender o no queremos”
Daniella
28 de junio de 2024 at 15:42
Cuanta razón lleva!!!!! No aprendemos o no nos interesa aprender. Se erizan los pelos cuando hay que realizar algún tramite en cualquier empresa. Solo rogar a Dios que nos toque una...buena persona.
Buen artículo.
Esperanza
29 de junio de 2024 at 06:48
Todo cierto y para pedir citas previas por teléfono o Internet y no hay citas disponibles ?