El sueño olímpico se desvanece: ¿Qué falló en París 2024?
¡Ay, España! Qué manera tan gloriosa de tropezar dos veces (o más) con la misma piedra. Si Cervantes levantara la cabeza, seguramente encontraría en la gestión del deporte español una tragicomedia digna de un capítulo perdido de 'El Quijote'. Porque lo que ha sucedido en las Olimpiadas de París 2024 es, como diría aquel, el "suceso lamentable y risible que bien vale un soneto".
Un día antes del inicio de los pasados Juegos Olímpicos de París, escuchaba por una emisora de radio de ámbito nacional una entrevista a D. Alejandro Blanco, presidente del Comité Olímpico Español. Le invitaban a hacer una porra sobre el número de medallas que podría conseguir España y le preguntaban si se superarían las 22 obtenidas en Barcelona 92. Con mucho optimismo, pero a la vez con sucinta prudencia, apostó porque se superarían aquellas 22 de Barcelona. Mostraba a su vez la verdad del deporte español en cuanto a la falta de inversión pública que, reconocía, era compensada por la de empresas privadas -véase Telefónica y algunas otras-. También confesaba que el deporte español “era el primero del mundo de largo” si nos fijamos en el cociente resultados-inversión. Con ello reconocía, de manera implícita, lo poco que se invierte en formar a nuestros deportistas en comparación con países como Italia o Francia.
Recordemos que Barcelona 92 fue un punto de inflexión para el deporte español. Aquellos JJOO celebrados en casa, nos regalaron un aluvión de medallas y un sentimiento de euforia que perduró durante años. Desde entonces, hemos vivido momentos de gloria y de frustración, pero París 2024 ha dejado un sabor agridulce. ¿Por qué no pudimos repetir el éxito de aquella generación dorada?
El eco de la Marsellesa resonó en los Campos Elíseos, pero para la delegación española estos últimos JJOO fueron una melodía a medio componer. A pesar de las altas expectativas y el talento de nuestros deportistas, el medallero final quedó por debajo de las previsiones. ¿Qué falló? ¿Por qué nuestro país, con una tradición deportiva tan rica, no pudo alcanzar los objetivos marcados?
Cierto es, por otra parte, que se han obtenido 45 diplomas olímpicos y que, muchas veces, la suerte también cuenta.
El deporte es un campo donde la preparación, el talento y la determinación van de la mano, pero donde también hay un invitado no deseado que siempre se cuela en la pista: la mala suerte. Cuando hablamos de los JJOO, esa mala suerte se manifiesta de maneras tan variadas como crueles, desde una lesión inoportuna hasta las fatídicas milésimas de segundo que pueden arrebatarle a un atleta el sueño de una medalla. Es un recordatorio implacable de que, por mucho que entrenemos y planifiquemos, el azar sigue teniendo su papel en la gran obra del deporte.
Y como ejemplo de esa delgada línea tenemos el caso de Carolina Marín. Hablar de ella es hablar de la grandeza y la tragedia en el deporte en su forma más pura. La onubense, una de las mejores jugadoras de bádminton de la historia, ha vivido en carne propia cómo las lesiones y los márgenes ínfimos pueden hacer o deshacer un sueño olímpico. Su carrera es un testimonio de cómo la mala suerte puede ser un rival tan temible como cualquier contrincante sobre la pista y de cómo las milésimas de segundo pueden transformar la gloria en desilusión. Cuatro años de dura preparación, sacrificando todo en su vida personal, trabajando hasta la extenuación, solo para que, en el último momento, una lesión arruine su meta. El sueño de defender el oro olímpico se desvaneció en un suspiro.
Y luego están las milésimas de segundo, esos fragmentos ínfimos de tiempo que pueden cambiarlo todo. A veces, una fracción de segundo es la diferencia entre la gloria y el olvido, entre el oro y la plata, o entre subir al podio o quedarse fuera de él.
Las lesiones y las milésimas de segundo no son solo desafíos deportivos, son metáforas de la vida misma. Nos recuerdan que, a pesar de nuestros mejores esfuerzos, no siempre controlamos nuestro destino. Como dijo en su día el filósofo francés Jean-Paul Sartre, “estamos condenados a la libertad, lo que incluye la libertad de fallar, de ser derribados por fuerzas más allá de nuestro control”.
Al final, como en la vida, el deporte nos enseña que no todo está en nuestras manos. Podemos prepararnos, podemos dar lo mejor de nosotros, pero siempre habrá factores fuera de nuestro control que decidirán el resultado. Lo único que nos queda es aceptar el azar con dignidad y seguir adelante sabiendo que el verdadero valor reside en intentarlo, en seguir compitiendo a pesar de todo.
A mi modo de ver, el verdadero drama o comedia, según se mire, no está en las pistas, campos o piscinas, sino en los despachos. Ahí es donde encontramos a nuestros personajes favoritos, esos dirigentes cuya visión estratégica parece sacada de un sketch de Los Morancos. Si de algo han servido estos Juegos, es para demostrar que el deporte español sigue siendo rehén de la política, los egos desmesurados y la falta de visión a largo plazo.
Estos Juegos no serán recordados como el año del renacimiento del deporte español. Más bien, serán otra muesca en la larga lista de oportunidades perdidas. El reto para España es aprender de esta experiencia, no solo para evitar repetir los errores, sino para construir una cultura deportiva que valore a sus atletas, respete la planificación y, por fin, nos dé algo más que risas amargas. ¿Será algún día esto posible? Solo el tiempo lo dirá.
España llegó a París con las esperanzas de una nación que, como suele pasar, había inflado sus expectativas con las fantasías de grandeza. Nos vendieron una historia digna de un final feliz: una delegación preparada, ambiciosa y, sobre todo, ansiosa por redimir los sinsabores del pasado. Sin embargo, la realidad ha sido otra.
Decía Groucho Marx que "estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”. Parece que nuestros dirigentes han adoptado esta filosofía para justificar su caótica gestión. Cada fracaso se justifica con un nuevo discurso, una nueva promesa, un nuevo enfoque que, curiosamente, se parece mucho al anterior.
Y luego están los atletas, esos héroes que, como diría Ortega y Gasset, son el "hombre y sus circunstancias". Son quienes se entrenan con rigor espartano, a menudo a pesar de la falta de apoyo institucional. En París, hemos visto a algunos atletas brillar por pura fuerza de voluntad.
Después de todo, y a pesar de sus circunstancias, es importante reconocer que el deporte español tiene un gran potencial. Debemos mirar hacia el futuro con optimismo y esperando siempre ese “algo más”.
Mi admiradísima paisana María Pérez García, orcense de nacimiento, es el claro ejemplo del porqué hemos de ser optimistas. Esta, que es nuestra, enorme atleta, es el vivo ejemplo de la superación, de la determinación y de la humildad. Humildad y cercanía que pasea por su pueblo -Orce- y que demuestra a todos sus vecinos.
Gracias a personas y atletas como ella nunca perderemos la fe en nuestro país. Es en un espejo como el suyo en el que todos, en mayor o menor medida, debemos mirarnos para conseguir grandes metas.
Gracias María desde estas líneas por todo lo que nos estás dando.
Comentarios
2 comentarios en “El sueño olímpico se desvanece: ¿Qué falló en París 2024?”
FRANCISCO
9 de septiembre de 2024 at 18:19
Toda la razón. Grande María!!
José Pedro Cirre
9 de septiembre de 2024 at 22:01
Como siempre muy ameno tu pensamiento de esta semana. El problema que le veo efectivamente es la falta de apoyo gubernamental a nuestros deportistas. También está en que en los equipos nacionales, cada vez tienen menos peso nuestros deportistas nacionales, y con esos mimbres, no se puede hacer gran cosa con los resultados en las competiciones internacionales.