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Las barberías lucen llamativos rótulos, al más puro estilo americano algunas y vintage en otras | Foto: Remitida
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Volvía hace unos días de una de mis caminatas y correteos que realizo casi a diario para disfrutar, según los criterios médicos, de una buena salud y mantenerme en forma, cuando pasé por delante de una peluquería cercana a casa.

Ya saben ustedes que hoy en día el negocio de las barberías se ha modernizado. Aquella peluquería a la que ibas hace 40 años y que se llamaba 'Peluquería Rodríguez', hoy se llama 'Rodri´s Brothers Barber'. Lucen llamativos rótulos, al más puro estilo americano algunas y vintage en otras. Moderno, pero a la vez clásico. Y así con todo. La cosa ha evolucionado, como en los gimnasios.

Pues bien, y retomando lo que les decía, pasé por delante de una barbería en la que ya había intentado en alguna ocasión anterior cortarme el escaso pelo que me va quedando, obteniendo siempre como respuesta un “hoy no puede ser”.

-Lo siento, no puedo ni siquiera repasarle la barba, tengo todas las horas completas. Si le viene bien podría darle cita para pasado mañana sobre las 6 de la tarde -me dijo el atareado peluquero la primera vez que fui.

-No, gracias. Necesito el arreglo para mañana y no puedo esperar -fue mi tajante respuesta.

La verdad es que si hubiese querido cortarme el pelo dentro de dos días habría esperado ese tiempo para ir.

No estoy actualizado. Sigo pensando que las cosas continúan siendo como antes y no es así. Hoy hay que pedir cita hasta para entrar en el infierno -bueno para eso seguramente no, aunque mejor no saberlo.

La barbería tenía buena pinta. Sillones barberos de los de antes, moderna decoración que hacía sospechar que en peinados y cortes estaban a la última tendencia y un chico joven como barbero-peluquero que parecía dominaba y conocía su trabajo.

Tenía un punto de extrañeza la cosa, el peluquero, era de aquí, o sea, español. ¿Se han dado ustedes cuenta -me refiero a mis lectores de sexo masculino- de la cantidad de fígaros marroquíes que trabajan en Granada? Muy buenos profesionales todos ellos, eso sí, pero resulta ya raro encontrar a uno de aquí.

Con todos estos elementos positivos volví al cabo de un tiempo a probar suerte encontrándome, una vez más, con la misma respuesta: todas las horas completas y vuelva usted mañana.

-Debe de ser un auténtico crack de las tijeras, siempre con la agenda llena -pensé.

Como dicen que no hay dos sin tres volví a insistir por tercera vez pasados unos días.

Esta vez tuve suerte. No porque la agenda no la tuviera hasta los topes sino porque logré convencerle de que no iba a tardar mucho en raparme los cuatro pelos que tengo y que solo quería eso. Al final me “coló” delante de otro cliente que se había retrasado 10 minutos.

En las charlas que se suelen tener con los barberos mientras te aderezan si no te quedas dormido sobre el sillón de tanto traqueteo en el cuero cabelludo, este profesional me hablaba sobre tendencias y modas en cortes y peinados masculinos.

-Yo pocas tendencias y modas puedo seguir -le dejé caer en un momento determinado-, con este poco material poco o nada se puede realizar que no sea un buen rapado y para casa.

De repente, y ya casi terminando el trabajo en mi cabeza, se fijó en mi barba.

-Está perfectamente cuidada, pero no sigue la moda -tuvo el arrojo de decirme. Aunque muy bien perfilada y recortada, hoy en día la tendencia es dejársela más larga, sobre todo por la zona de la barbilla, tipo hípster, -concluyó.

-Yo es que soy poco de modas y tendencias -continué con la conversación-, no sigo la música alternativa, no practico deportes urbanos ni soy un bohemio. Me gusta como está.

Al final desistió de intentar convencerme para que me dejase una barba de hípster y un bigote de Dalí.

Cuando salí de allí me fui contento. En 15 minutos me había puesto al día sobre novedades, ideas y modas en peinados, barbas, mostachos y podas capilares diversas además de irme con mi cabeza bien rasurada y fresquita para los calores venideros.

La parte triste y sobre todo melancólica de todo esto es que me fui pensando en que un día yo tuve pelo. Recordaba los millones de folículos pilosos que me proporcionaban una melena considerable y llena de sugerentes rizos. Y sobre todo revivía en mi mente también esos largos y relajantes cortes de pelo de media hora en los que me quedaba extasiado y medio dormido en manos del peluquero mientras trasteaba mi azotea. Hoy todo eso se reduce a un escaso cuarto de hora y esto es lo que más me duele por el poco disfrute. Por lo demás esto de ir rapado es una gran ventaja y comodidad.

Las peluquerías de antaño eran lugares sencillos, con sillas giratorias de cuero desgastado, grandes espejos y un aroma inconfundible a colonia barata y loción para después del afeitado. Allí, los jóvenes acudíamos para recortar nuestras cabelleras y afeitarnos alguna que otra vez con una navaja afilada por manos expertas. Era una experiencia que combinaba peligro y placer, como andar en bicicleta sin manos o comer sushi en una gasolinera de carretera.

Todo esto sucedía en un ambiente de camaradería, chistes malos y revistas Interviús, donde nuestro peluquero era tan conocido como el médico de cabecera.

Algún día les hablaré sobre la academia de peluquería donde habitualmente me ¿corto? el pelo, allí donde se forja la cantera de futuros barberos y los lances y anécdotas que he tenido con todos ellos. Son una delicia y además la peluquería es cultura de la buena, de la del pueblo. Es de los pocos lugares, además de en un taxi en conversación con el taxista, donde se puede tomar el pulso a la realidad actual, al sentir de la gente.

Y como colofón a este escrito sobre peluquerías, y para terminar con un toque de humor, les pregunto si saben ese chiste de los de “se abre el telón” que dice así:

“Se abre el telón y se ve a una señora intentando entrar a una peluquería abarrotada. ¿Como se llama la película? ¡Ah! te rizas como puedas”.

Feliz verano.







Comentarios

Un comentario en “Youtube pelo

  1. En estos tiempos de confrontaciones por doquier, siempre es agradable toparse con uno de tus artículos, lecturas amables que ayudan a evadirse durante un rato de la intensidad de estos días y las noticas que nos abruman… Gracias Juan Carlos por tus textos y esa cotidianidad que nos brindas, tan necesaria