La inquietud de ser original

Estamos demasiado preocupados por tener ideas originales cuando no es eso lo que debería inquietarnos

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Imagen ilustrativa | Foto: Remitida
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Estamos demasiado preocupados por tener ideas originales cuando no es eso lo que debería inquietarnos. Debería importarnos más ser capaces de tener una mirada original sobre las ideas existentes o pensamientos nuevos acerca de los mismos asuntos de cada día.

Tendríamos que tener más curiosidad por nosotros mismos, escucharnos, preguntarnos, darle una oportunidad a nuestra propia voz. Al principio, tal vez tímida, tonta o sumisa, no diga nada que nos turbe, pero, confiad, que la verdad está a la mano y no en las frías montañas de los Himalayas.

Como escribió Thoreau en Walden: “Los hombres consideran que la verdad está en un lugar remoto, en las afueras del sistema, tras la estrella más lejana, antes de Adán y después del último hombre. En la eternidad hay, en efecto, algo verdadero y sublime. Pero todos estos tiempos y lugares y ocasiones están también aquí y ahora”.

Muchas conversaciones cotidianas, incluso con un desconocido en el elevador, están tan cargadas de verdad como el mismísimo universo. Pero nuestra visión no suele penetrar la superficie de las cosas. Nos conformamos creyendo que todo es lo que parece ser y que no somos capaces de ver más allá. A veces, un pensamiento con matices de genialidad cruza nuestra mente, pero no lo identificamos, porque no es de un genio sino nuestro, de ese “idiota interior” que opina sin solución de continuidad sobre cualquier cosa.

Pero ese idiota es grande y pequeño al mismo tiempo. Tal como lo describen los filósofos de The School of Life, “es torpe porque se olvida los nombres, pierde documentos importantes, se le derrama comida por la frente y se equivoca con los besos al aire. Habla fuera de lugar, se enfurece porque fue momentáneamente ignorado, ve complots en su contra donde solo hubo un accidente y le echa la culpa a los demás”.

Sin embargo, el idiota interior también puede ser sagaz, naïve, curioso, preguntón y observador. De vez en cuando suelta un pensamiento original, un gran interrogante, pero nosotros, suspicaces, y hasta por momentos dubitativos (¿será que esta vez sí…?) preferimos no arriesgarnos a dejarlo hablar, no vaya a ser que nos hunda en el oprobio.

¿Por qué no hacer las paces con él? Démosle la chance, conozcámonos mejor, aprendamos a filtrar el ruido e intentemos escucharlo sin juicio. Permitámosle equivocarse, ir a tientas, recoger piedrecitas en la playa y encontrar su propio tesoro.

Es probable que ya todo haya sido hecho y dicho y reflexionado en este mundo. Pero todos somos únicos, hasta en la idiotez, y eso sí es ser original.

Parafraseando al gran Thoreau: “Las mismas cuestiones que nos turban y asombran y confunden les ocurrieron a su vez a todos los hombres sabios. Ni una ha sido omitida y cada cual las ha respondido con sus palabras y su vida. Así es como el granjero solitario de una granja de las afueras de la ciudad y que ha tenido su peculiar experiencia religiosa que considera única ha vivido lo mismo que el profeta Zoroastro, hace miles de años”.

Y como nos dice Thoreau, el granjero y Zoroastro pudieron compartir un idéntico momento de misticismo y responder con sus palabras, pero no sabremos nunca qué se planteó el granjero en su cortijo mientras reflexionaba sobre los sucesos. Quién sabe, tal vez haya pronunciado grandes pensamientos que impávidas ovejas se pastaron en el desayuno.