Lenguajes de violencia

Protestas Ferraz Amnistía
Protestas en Ferraz contra la amnistía | Foto: EP
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Me gusta hablar de convivencia, de diálogo, de paz. Me gusta reconocer y celebrar lo que hacen tantas personas por la ciudad, la comunidad y el país que habitamos. Estoy convencida de que nuestro día a día está lleno de actitudes solidarias, de ayuda, amistad, acuerdo y compromiso que hacen más llevadera y mejor nuestra vida.

Pero me ha preocupado, y mucho, la exaltación del lenguaje de violencia que ha llenado calles, ciertos medios de comunicación e incluso espacios institucionales en los últimos días. En ese lenguaje han abundado los insultos de marcado carácter sexista, entre ellos el de hijo o hija de puta, que ha sido usado en lugares y por personas diferentes. Lo leímos en los labios de la presidenta de la Comunidad de Madrid nada menos que en la tribuna de invitados del Congreso de los Diputados para referirse al presidente del Gobierno; lo hemos oído en las manifestaciones que han cercado la sede madrileña del PSOE, o lo hemos visto pintado en las paredes y puertas de muchas Casas del pueblo en distintos lugares de España. Ese lenguaje se materializó en la exhibición de muñecas hinchables en la cabecera de alguna de esas manifestaciones para minusvalorar, humillar y cosificar a las ministras y mujeres socialistas y, con ello, además de la pretendida burla, mostrarlas susceptibles de ser utilizadas o agredidas, simbólica o materialmente. ¡¡Y tan contentos!!

No ha sido el único insulto de este tipo que hemos escuchado, pero no los voy a repetir. Lo preocupante es que ese lenguaje, al que se da rienda suelta y se jalea desde distintos sectores e instancias conservadoras, alimenta el odio, la cosificación y deshumanización de las personas, el sexismo y el machismo más miserable. Ni es una broma, ni solo una expresión de vulgaridad o de mal gusto. Más allá del daño personal que quieren infringir, esa escalada de lenguajes sexistas y violentos va conformando un clima que anima otras formas de violencia, de todo tipo, especialmente hacia las mujeres, en su estima, su prestigio o su propio cuerpo, y pruebas de ello tenemos, desgraciadamente, muchos días. Y eso es un peligro para nuestras vidas, nuestra convivencia y para el ejercicio responsable de la democracia.

Me llamó la atención que muchas de las personas que se han dejado arrastrar por ese lenguaje soez y violento fuesen jóvenes, se supone que bien educados en centros escolares y en su ambiente familiar. Se bien que la escuela no puede afrontar sola esta situación. Importan y mucho los comportamientos de todas las personas que son referentes en la familia, la política, la cultura, los medios de comunicación y las redes. Pero si aquella asignatura llamada “Educación para la ciudadanía y los Derechos Humanos” aprobada en 2006 durante el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero no hubiese sido combatida, y finalmente eliminada por Mariano Rajoy, algo más de cultura, educación cívica, valores, sentimientos y competencias que definen a la ciudadanía activa y responsable hubiesen aprendido.

Empeñarnos en inculcar los valores cívicos que identifican a una democracia consolidada y combatir todas las formas de violencia es un esfuerzo colectivo que merece la pena hacer como sociedad. En ello estamos.