Avanzar conlleva riesgos

FOTOS ESTACIÓN DE AUTOBUSES GRANADA_-Javier Gea (1)

Los que conocen de fútbol saben que no hay nada más peligroso que un contrataque, que lo avanzado o próximo a la portería que esté el adversario puede facilitar una vuelta de tuerca. Un gol rápido. Pero los equipos necesitan atacar con contundencia si entienden que el partido se encuentra bloqueado o que las posibilidades de que la jugada acabe en punto son suficientemente elevadas. Y así vamos desde el pasado 9 de mayo. Avanzando.

El jueves de esta semana fui a la Estación de Autobuses de Granada. Era por la tarde. Entonces salen líneas para la Alpujarra, otras que van hacia pueblos de la costa, a las provincias andaluzas y a Madrid (a donde yo me dirigía). El autobús va lleno. Tiene dos plantas. Cinco horas de recorrido incluida una parada de treinta minutos en Almuradiel, en Ciudad Real. Durante meses, sin justificación laboral o de otro tipo, este no podía tomarse por las restricciones de movilidad establecidas por las Comunidades Autónomas. Pienso en toda la gente que quiso viajar y no pudo, y que ahora ocupa cada asiento y carga el autobús de motivos cultivados, de intenciones que resguardaron con esperanza a tener la oportunidad de marchar y reencontrarse con la persona que se ha echado de menos.

Antes de subirme miro hacia ambos lados de la estación. Parece estar llena. Me imagino a toda Granada en autobuses. Los granadinos confinados en el desplazamiento.

Los viajes se hacen más largos. Hemos perdido esa capacidad de inserción en la continuidad de la carretera y del tiempo. La condición que edulcora el pensamiento y permite tener un viaje agradable. Es como si no tuviésemos experiencia, o como si la hubiésemos querido olvidar pues, al fin y al cabo, evitar las distracciones, observar, facilita que tomemos  conciencia de lo que acaece. Vemos más cosas. (En realidad, vemos las mismas cosas que antes, pero de alguna forma le buscamos tres patas al gato. Queremos que el mundo se cubra de una película de novedad.) Durante el trayecto, tengo la impresión de que todo el mundo charla, de que nadie es capaz de concentrase en la lectura o de mantenerse navegando por la red. Incluso hay quien habla desde filas diferentes. Sin embargo, no hay bullicio. Las palabras se desplazan casi insonoras, temerosas, son niños que dudan de lo lícito de su actividad, que juegan en la linde de la prohibición. Todo el mundo llevaba la mascarilla puesta.

La señora de la primera fila no habla con nadie. Mira fijamente a la carretera. En la parada saca una barrita de cereales y se la come en la puerta del autobús. No se aleja. Llegamos a Madrid y le pide al trabajador que para bajar su maleta se limpie las manos con un gel. Ella saca el gel y se lo echa. Desconfía. Le abro la puerta para entrar a la estación. Gracias. Una joven espera. Debe ser su hija, me digo. Se saludan con el codo. No acepta el abrazo. Seguramente tendría un viaje pesado, se le habría hecho lento. Pienso que debe haber muchos como ella.

Desconfían. No se engañan. Temen el contraataque.