Lo que pasa en el Metro, se queda en el Metro
Sevilla, Cartagena, Bilbao, Ibiza, Oporto, Buenos Aires… Todos estos destinos tienen algo en común. Un medio de transporte capaz de conectarlos en escasos minutos. No hablamos del fallido proyecto del Concorde. Tampoco de los cohetes de Elon Musk, que seguramente sigan el mismo camino (opinión personal). Me refiero a la red metropolitana más antigua de España, la de Madrid.
Bromas y juegos con los nombres de las plazas a un lado, el Metro de Madrid es fundamental en la vida de la Villa. Tanto que debería ser asignatura obligatoria en los colegios madrileños. En los españoles, si me apuras, teniendo en cuenta la tendencia creciente del donut a agrandar su agujero en términos de población. ¿De qué sirve estudiar los puntos cardinales en la capital si al final todos terminamos referenciando los puntos de quedada con paradas de Metro?
La palabra Metro la introduzco en mayúsculas deliberadamente. En primer lugar, porque Metro Madrid es toda una institución en la ciudad. Si en una tienda de souvenirs no os ofrecen accesorios con el logo romboide rojo del Metro, sospechad. En segundo lugar, porque lo que hay en Madrid es un Metro con todas sus letras. A diferencia del tranvía ligero Granada. No me gustaría menospreciar a este último, pero llamarlo Metro me parece un tanto pretencioso.
¿Sabíais que los anglosajones utilizan el término subway (subterráneo) para referirse al Metro? La alternativa a este es tram (tranvía). Este podría parecer un detalle superficial, pero lo cierto es que condiciona. No solo por el hecho de que el Metro de Madrid evite ser noticia por incidentes relacionados con coches. En Granada ni los tramos subterráneos se libran de estas noticias. Quien no sepa a lo que me refiero, que tecleé en Google 'coche metro Granada'.
El Metro de Madrid es más noticia por sus frecuentes fuertes demoras de… ¡10 minutos! A quienes hemos esperado al “metro” de Granada nos entra la risa al oír a la gente hablar de este “problema”. Pero lo cierto es que los políticos lo utilizan en campaña. He escuchado a diputados de la oposición madrileña criticar más estas esperas que las de los hospitales.
Dejo la política a un lado. Os quiero hablar del Metro de Madrid. No del transporte, sino de las historias que tienen lugar en las “entrañas” de esta ciudad. La aburrida rutina de utilizar este medio de transporte puede transformarse en historias de los más variopintas con un poco de suerte y predisposición del viajero.
En el caso de no suceder nada fuera de lo cotidiano, como mínimo tenemos asegurado un concierto “callejero” por cada quince minutos de trayecto. Los viajeros frecuentes incluso nos permitimos el lujo de poner seudónimos a los músicos, una vez nos hemos aprendido sus actuaciones y discursos previos de memoria.
A veces nos imaginamos siendo coaches del famoso programa de La Voz y valorando sus actuaciones. Sin asientos, eso sí, ya que conseguir sentarse en el Metro en hora punta sí que puede calificarse como aventura. Que se lo digan a los estudiantes de selectividad, que acuden al examen más importante de sus vidas cual rebaño apelotonado en el vagón a la espera de llegar al matadero…
El Metro también es testigo de la famosa picaresca madrileña. Jóvenes que saltan o pasan por debajo de los tornos (esto según su altura) cuando el vigilante no está atento. Extranjeros improvisados con los que llevas más de media hora hablando en perfecto castellano, pero que cuando pasa el revisor dicen aquello de 'I don´t understand'. Algunos directamente salen corriendo, conscientes de que se pilla antes al mentiroso que al fugitivo.
Si vais al Metro de Madrid, tened cuidado. En primer lugar, con las inundaciones en días de fuertes tormentas. Ahí debo reconocerle a los políticos granadinos una ventaja de tener un “falso metro”. En segundo lugar, con los cordones. Todavía no he visto ninguna noticia de tragedia en una escalera mecánica. Sin embargo, según los carteles del Metro de Madrid, parece ser que ir por las mismas con los cordones desatados es todo un deporte de riesgo.
Por último, pero no por ello menos importante, tened cuidado con los techos. Sobre todo, las personas altas, en las líneas 1 y 2. Como os podréis imaginar, los números de las líneas siguen un orden cronológico. Hace un siglo, los madrileños eran bajitos (bastante, diría, a tenor de los chichones que me he ganado ya en el Metro). Los arquitectos, por su parte, no debían ser muy previsores, puesto que no pensaron en las posibilidades de crecimiento del pueblo madrileño.
En el Metro de Madrid también podéis realizar visitar. Porque a los madrileños en otra cosa quizás, pero en museos no les gana nadie. Y su subsuelo no podía ser menos. Exposiciones de trenes antiguos, la estación fantasma de Chamberí… He de reconocer que no he realizado ninguna de estas visitas. Bastantes veces me adentro ya en el subsuelo para transportarme. Pero si alguna vez visitáis el agujero del donut y queréis hacer algo distinto, esta es una opción.
No me gustaría terminar este artículo sin mencionar algunas de las anécdotas que he vivido en el Metro. Una vez estaba teniendo una animada conversación con mis amigos en el vagón cuando uno soltó: “O todos moros o todos cristianos”. A lo que respondió una mujer magrebí recriminándole ese imperdonable ataque a su comunidad. Yo no sabía si pedirle que se metiera en sus asuntos o indignarme yo también, en mi condición de cristiano católico apostólico.
También he vivido anécdotas más amables. Una vez un chico me ofreció un masaje. Otro un abrazo. Supongo que ambos me vieron cierta amargura en la cara. He de reconocer que no tengo un buen madrugar. Otra persona se acercó a hablarme al leer el mensaje de una de mis pulseras: “Vive y deja vivir”. La conversación filosófica no tuvo precio. Supongo que los que usan el vehículo privado se pierden este privilegio.
Ese es otro tema. La cruzada del transporte público contra el privado, más ahora que el cambio climático parece haber surgido de la noche a la mañana. Yo siempre uso el transporte público. No lo hago por principios. Bueno, en realidad sí. Por los principios de mis examinadores de la DGT, que no consideraban moral concederle el carné a un pésimo conductor. No les culpo. Al menos en el Metro vivo más experiencias. Lo que pasa allí, allí se queda.