¡Que mejor manera de empezar el fin de semana!

El fútbol te puede hacer sentir como el crío más ilusionado que pisa la Tierra

Granada CF - Alaves
Los jugadores del Granada CF celebran el tanto de Puertas ante el Alavés | Foto: Antonio L. Juárez
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Eran sobre las ocho u ocho y media de la mañana. Me estiré, alargué los brazos hasta tocar el cabecero y me di media vuelta sobre la almohada, placentero, sabiendo que era sábado y que no tenía que salir de la cama de un salto. Mientras terminaba de abrir los ojos para comprobar la cantidad de luz que se filtraba por la persiana y en un penúltimo estiramiento, comprobé que aún tenía los calcetines puestos. Nunca duermo con calcetines, manías heredadas. Entonces, en ese preciso instante, todavía con los ojos a medio abrir, me acordé de la noche anterior. Recaí en el frío, en las capas de ropa, en los guantes, el gorro de lana y el doble pantalón. Me vino a la cabeza la estirada de Maximiano para repeler ese balón que iba a la escuadra y la de Arias para introducir aquel triste esférico dentro de la portería del Alavés. Resonó en mi cabeza el estruendo, los gritos, los saltos y los abrazos. Y me acordé de que el Granada había sacado tres agónicos puntos impulsada por una afición que, lejos de quedar congelada tal y como las bajas temperaturas demandaban, se calentó, gritó y encendió al equipo. Empujó hasta el gol y lo llevó en volandas hasta la victoria.

Entonces me incorporé. Vi todas las prendas sobre la cómoda y comprobé que mi voz seguía rota. Ronco, con un tremendo dolor de cabeza y palpando en la mesita en búsqueda de un salvador paquete de pañuelos, cualquier otro día me habría vuelto a zambullir dentro de la cama a la espera de que mis hijas me sacaran de mi fortaleza de sábanas. Pero intuyendo como colgaba mi bufanda del Granada de la percha, sentí una gran satisfacción que me hizo saltar de un brinco.

¡Qué extraño es el fútbol! Te hace sufrir, lamentarte… hasta te puede hacer caer enfermo. Te hace maldecir, blasfemar… hasta hay noches que te impide terminar la cena. Pero también, aunque sea muy de vez en cuando y rondes ya los cuarenta, te puede hacer sentir como el crío más ilusionado que pisa la Tierra. Y todo por un gol. Solo por un gol. Solo por ganarle en casa al Alavés.

Toso, me limpio la gota que me cae de la nariz y pienso mientras escribo esta última línea: ¡Qué mejor manera de empezar el fin de semana!