Vivir el presente: quien no tiene un ojo en el pasado no aprende, quien tiene los dos no avanza
El tiempo es el mismo para todos, pero la forma en qué lo percibimos varía en función de muchos elementos
La percepción que tenemos del tiempo varía en función de muchos factores. Hemos de mirar al futuro, pero no con los ojos del pasado. El presente es la clave, es el regalo, es el presente.
Vivir el momento presente es algo de lo que todos somos conscientes, pero que muy pocos hacemos realidad debido a las prisas, el trabajo, el estrés y otros muchos factores que hacen que cada día sea como otro cualquiera. Solamente, cuando nos encontramos enfermos o ante una situación adversa somos conscientes del aquí y el ahora, de nuestro presente, ese que ignoramos sin darnos cuenta.
El presente tan solo dura un instante. Un segundo, un minuto que ya haya pasado se puede considerar pasado y el segundo, el minuto al que nos dirigimos es nuestro futuro. El tiempo es efímero y cuesta saborearlo.
El pasado nos ayuda a aprender y progresar; es necesario leer con calma y aprendiendo de lo que ha pasado. Y el futuro , a donde queremos llegar, nos ayuda a conseguir nuestras metas, a motivarnos y soñar con aquello que deseamos.
Evadir el presente es algo que hacemos inconscientemente. Así nos han enseñado y por ello lo ignoramos sin darnos cuenta. No vivir nuestro presente nos hace idealizar el futuro en el que siempre pensamos, ese futuro al que nos dirigimos, pero que vemos como algo muy lejano. No podemos ni debemos evadir el presente.
Lo curioso es que tristemente le damos más importancia a nuestro pasado y nuestro futuro que a nuestro propio presente. Ese que pasa tan rápido delante de nuestros ojos, tanto que ni nos damos cuenta de ello.
Sacrificar nuestro presente por pensar en el futuro nos impide disfrutar del ahora. Este presente, este ahora constituye sin duda, todo lo que la vida significa, donde se encierra todo lo positivo, toda nuestra felicidad, todo lo que es importante vivir.
El futuro es ese segundo, ese minuto, esa hora que está por llegar. Pensar en el futuro como algo lejano e idealizado es una vía de escape ante un presente con el que no nos sentimos conformes.
Vivimos a caballo entre el pasado y el futuro, con el presente escapándosenos constantemente de las manos. El pasado nos da recuerdos y conocimientos adquiridos, comprobados o por comprobar, un tesoro inapreciable que nos facilita el camino. Y no podemos pasarlo sin tener claro lo que hemos aprendido de ello. No sabemos hacia dónde nos conducirá ese camino en el futuro, qué características nuevas aparecerán en él, si será fácilmente transitable o no. También en la ciencia, la actividad humana es la que tiene la mayor capacidad de hacer que el futuro sea muy diferente al pasado.
Precisamente por la importancia que para nuestras vidas y sociedades tiene el futuro, una cuestión que ha surgido una y otra vez es la de si es posible predecirlo; predecirlo disponiendo de sólidos conocimientos de aquello que nos ofrecen el pasado y el presente. Y si importante es hacerse una idea de hacia dónde se encaminarán los acontecimientos históricos e individuales, más lo es en lo que se refiere al futuro científico. Admitamos que es preciso insistir en que el conocimiento científico constituye un elemento central, irrevocablemente central, en el futuro de esos individuos y sociedades; en, de hecho, el futuro de la humanidad.
Las emociones, las enfermedades, la edad, las actividades con que llenas ese tiempo, la cantidad de acciones que realizas en un día… son algunos de los elementos que ayudan a modular esta noción del tiempo.
No es extraño que tengamos la impresión de que el tiempo vuela a medida que nos hacemos mayores, que las horas no pasen ni a tiros cuando estamos enfermos, o en paro, o que una larga comida con amigos a los que no ves desde la infancia se haya pasado en un abrir y cerrar de ojos.
En realidad el tiempo es el mismo para todos, pero la forma en qué lo percibimos varía en función de muchos elementos. Sin duda, las emociones pueden ser poderosas moduladoras de la percepción del tiempo. Cuando hacemos algo que nos gusta mucho, el tiempo parece acortarse.
La distinta percepción subjetiva del tiempo varía en función de la implicación del individuo con aquello que realizamos: si lo que estamos haciendo nos produce bienestar o placer, el tiempo pasará más rápido que si lo que hacemos nos molesta, aburre o cansa.
Tener una agenda muy repleta de actividades también condiciona nuestra percepción del tiempo. El trabajo, las relaciones, el quedar con amigos, el ejercer de padre o madre, atender las redes sociales, las tareas domésticas, el conducir, el ir al gimnasio, el ver nuestras series favoritas en la televisión… Si tuviéramos que enumerar todas las acciones que realizamos en un solo día, probablemente nos faltaría papel.
Cuantas más acciones hacemos, más rápido nos pasa el reloj. La percepción del tiempo es aquello que sucede entre antes y después de un cambio. Entonces, cuando en el día a día uno empieza y acaba muchas acciones tiene la sensación que ese tiempo pasa muy rápido.
Al umbral de los 40 años, momento a partir del cual el tiempo empieza a pasar rápido, empezamos a percibir que nos estamos haciendo mayores. Romper con la cotidianeidad y salir de esas rutinas que tenemos instauradas también ayuda a dilatar la percepción del tiempo. Tras irnos una semana de vacaciones, al regresar podemos tener la sensación de que han pasado tres meses.
Nuestro juicio retrospectivo del tiempo se basa en la cantidad de nuevos recuerdos que creamos durante un período determinado; así cuantos más nuevos recuerdos construyamos en un viaje o en una escapada de fin de semana, más largo será el viaje en retrospectiva. Además para un niño de diez años, un año representa el 10% de su vida; mientras que para alguien que tiene 40 años; un año equivale al 2’5%. Desde esa perspectiva, no es sorprendente que el tiempo tienda a acelerarse a medida que envejecemos.
Desde la infancia hasta la edad adulta temprana tenemos muchas experiencias nuevas y aprendemos innumerables habilidades; sin embargo, como adultos, nuestras vidas se vuelven más rutinarias y experimentamos menos momentos desconocidos. Como resultado, al reflexionar sobre nuestros primeros años estos parecen haber durado más.
Mientras miramos el futuro con miedo e incertidumbre, dejamos de vivir el momento presente. Vivamos el presente. Leamos el pasado. Pensemos en el futuro. Avancemos. Aprendamos del pasado. Regalémonos el HOY. Aquí y ahora.