Juan Labella, un precursor
Objetivamente, números en mano, las matemáticas nos dicen que la peor temporada rojiblanca de toda su historia fue la 2016-17, ya que en ella nuestro equipo no llegó a conseguir ni siquiera la quinta parte del total de los puntos puestos en juego, cosa que es la única vez que ha ocurrido en las 87 -con la actual- ligas en que el Granada ha participado, cualquiera que sea la categoría a que nos refiramos. Pero hay otros parámetros que influyen en la buenura o malura de un ejercicio balompédico y que los números no pueden reflejar. Así, puestos a señalar una temporada mala, mala, malísima, para servidor, ninguna como la 88-89 a pesar de que -milagrosamente- no acabara en descenso. Ni siquiera los cuatro años de tercera fueron tan infumables para el que suscribe como aquella.
Lo que se vio aquel año en Los Cármenes nunca hasta entonces se había visto. Tanto varapalo, tantas decepciones, tanta zozobra y tanta angustia para la categoría que ostentaba el Granada, 2ª B, eran algo insólito. Una plantilla de dolientes y desganados futbolistas -lo único que se pudo fichar- dio lugar a que bastantes partidos que parecían encarrilados acabaran en derrota. En especial recuerdo la visita a Los Cármenes del Olímpico de Játiva, en un partido que al descanso ganaba el Granada 3-1 pero acabó sucumbiendo 3-5 ante la apatía de todos, incluidos los pocos que aguantamos en las gradas hasta el pitido final. Años después hubo también muchos partidos en que la hinchada rojiblanca se reducía a menos del millar, pero fue en esta temporada cuando se inauguró esa negra estampa de Los Cármenes con mucho más cemento a la vista que público.
En la jornada 4 estrenó el Granada la condición de linterna o farolillo rojo del grupo IV de 2ª B al perder en Los Cármenes con el Levante, condición que fue suya de pleno derecho varias veces a lo largo del ejercicio. En las 38 jornadas que duraba el campeonato nunca consiguió nuestro equipo estar clasificado más arriba del 16º, un puesto que tampoco garantizaba la permanencia porque el peor de los cuatro grupos que acabara en esa posición caía a tercera sin más trámite. Y eso era precisamente lo peor de todo en una liga en la que abundan como en ninguna otra las cuitas rojiblancas: la sensación de que, sin que importara demasiado, ni a los pocos que todavía íbamos al fútbol ni a la ciudadanía en general, nuestro equipo estaba condenado irremediablemente al descenso a tercera, lo que casi con seguridad conduciría a la desaparición, porque la deuda acumulada ya era muy considerable.
En medio de aquella desolación que era el campo de Los Cármenes, un hincha se hacía oír por encima de todos. Se llamaba Juan Labella y solía ir a los partidos armado de una corneta, supongo que un recuerdo de sus tiempos de turuta en la mili, con la que “amenizaba”, muy a la penibética, aquellas insufribles pachangas del Granada 88-89. En cuanto un futbolista yacía en el césped y necesitaba asistencia, surgía enseguida de la esquina del fondo sur con tribuna el sonido de la corneta de Labella entonando el consabido “qué malito estoy”; que se habían agotado los primeros cuarenta y cinco minutos: toque de “descanso a discreción” al canto; que el juego era aún más aburrido de lo que solía y cundía el sopor, ahí estaba Labella entonando el “quinto levanta”. Con mayor o menor arte, nuestro hombre solía en cada partido desplegar un amplio repertorio de toques castrenses. En otras ocasiones se hacía oír, no a trompetazos sino de viva voz, con un grito invariable: ¡Joséito, cabezón! Yes que a Labella no le importaba que el zamorano llevara ya retirado de los banquillos unos cuantos años, está claro que lo que más le gustaba era dar la nota, musical o de la otra, y en un Los Cármenes vacío eso no costaba mucho trabajo.
Ya gozaba Labella de cierta fama en la ciudad porque tenía un bar en la calle Alcalá de Henares, perpendicular a la Avenida de Cervantes, en el que, en ocasiones, en vez de tapa regalaba con las consumiciones bragas de señora y otras prendas de lencería, o llaveros de propaganda y mil objetos más. Quienes más lo apreciaban eran los vecinos y vecinas de su establecimiento, que sabían que, como costumbre fija, a eso de las dos de la tarde el sonido de la corneta 'labellil' tocando fagina en plena calle indicaba que estaba listo el arroz, la paella que cada día salía de la cocina de su bar y que ofrecía generosamente a todo aquel que acudiera provisto del oportuno recipiente. ¡Y no estoy loco!, era su grito de batalla.
No obstante, sus destemplados trompetazos en Los Cármenes no hacían tanta gracia. Son cosas del fútbol y sus irracionales pasiones. A ver, que levante la mano aquel forofo que en ocasiones (o siempre) no se haya encomendado a un amuleto pensando que el fetiche traería la suerte y de esa manera podría nuestro Graná ganar su partido, y que tire el primer losco quien más de una o de dos veces no haya pensado que determinadas personas o situaciones son gafes y con ellas no se gana ni a la de tres. Eso precisamente fue lo que ocurrió con Labella y sus toques militares. En el desierto Los Cármenes de la 1988-89 en que tantos chascos futboleros se sufrieron, a gran parte de los pocos hinchas presentes les dio por señalar a nuestro héroe y su trompeta como la causa de tanto desastre por ser gafe, y así sucedió que en muchos partidos los toques de Labella eran contestados por la parroquia con abucheos. En la jornada 20, el Granada no fue capaz de sostener el 2-0 con que ganaba al Eldense y acabó empatando a dos goles, y según refiere José Luis Piñero en su crónica de Ideal, en el apartado “Incidencias”: «El hombre de la trompeta no puede hacer sonar su instrumento, amenazado por un grupo de hinchas que le rodean durante todo el primer tiempo».
Como digo, son cosas del fútbol, a fin de cuentas, un juego en el que el azar influye en gran medida. Que los forofos reaccionen así por creer que alguien o algo trae la mala suerte entra dentro de lo normal. Lo que no lo es, es que sea todo un presidente quien crea en los mengues que supuestamente convoca un músico poco afinado, y ordene la confiscación del instrumento. Sin embargo, eso fue lo que ocurrió y pude yo presenciar en Los Cármenes la muy calurosa tarde del 18 de junio de 1989 en la penúltima jornada, con visita del Cartagena. Emisarios muradianos, una pareja de seguratas enviados desde el palco, intentaron arrebatar su corneta a Juan Labella para que éste no siguiera con su recital. El interfecto se negaba a la confiscación y los de uniforme insistían, hasta que se fueron por donde habían venido sin cumplir con su misión de requisa ante los abucheos de los presentes, que en esta ocasión se situaron a favor del trompetista. «¡Sí hombre, la culpa de que el equipo baje a tercera la tiene el tío de la trompeta!», decía Labella mientras se negaba a ser despojado de su metal.
En esta nefasta temporada empezó en la presidencia Alfonso Suárez, pero a mediados del campeonato fue relevado por Murado, quien con su dinero salvó la temporada. Entrenadores hubo hasta cuatro: Lalo (poco antes de que lo echaran aseguraba a la prensa: ¡Que el Granada sería campeón y que en 1992 estaría en Primera!), a quien sustituyó Pachín, con un partido intermedio dirigido por José Luis Garre; después vino Crispi, que sólo duró un mes; y finalmente se confió nuevamente en Lalo, que, con los futbolistas puestos al día, ganó cinco partidos de los últimos nueve (los mismos que en todas las jornadas anteriores) y acabó salvando la categoría. Bueno, no hubo descenso gracias al buen trabajo de Lalo, sí, pero también a algún otro factor metálico sobre el que correremos un (es) tupido velo, ustedes disimulen. En la historia del Granada hay cuatro 25-J que no relucen más que el sol, pero que sí que fueron los cuatro cruciales. Uno de ellos se dio en el último partido de esta temporada, en Marbella, 25 de junio de 1989, donde la victoria 2-5 de los pupilos de Lalo salvó la más angustiosa temporada que uno recuerda.
Faltaban todavía unos cuantos años para que en los estadios españoles surgieran las llamadas “gradas de animación”, aunque ya existían en otros estadios las peñas forofas que animaban sin parar organizadas en “frentes”, como los ultrasur madrileños, pero esto eran cosas que los futboleros granadinos solamente veíamos por TV. Así que Labella fue en realidad un precursor, aunque su “frente rojiblanco” constaba de un único integrante: él mismo.
Comentarios
Un comentario en “Juan Labella, un precursor”
José Luis Entrala
14 de marzo de 2021 at 22:55
¡Lo que va de ayer a hoy! Tiempos horribles que ojalá no vuelvan nunca pero que conviene tener presentes en el recuerdo.
Enhorabuena por el articulo , tan ameno como siempre, incluyendo el chiste de Soria.