Fichajes de invierno
Que supla las carencias del equipo, que se acople rápido a la dinámica del grupo, que dé un salto de calidad a la plantilla, que asuma un papel secundario cuando el guion lo marque y, sobre todo, que sea barato. En definitiva, que marque un antes y un después en la temporada.
Esto es lo que debe pensar cualquier entrenador cuando se abre la ventana de fichajes del mercado de invierno. Siempre me los he imaginado discutiendo con los directores deportivos con un listado de nombres delante, tachando y subrayando a los que reúnen más cualidades; llamándose a deshoras y comentando variopintas ocurrencias y nuevas posibilidades. Algo así nos pasa en casa, cuando decidimos que es necesario hacer algún tipo de inversión y mi directora general comienza a navegar por la red y por los centros comerciales buscando la mejor opción. Yo debo de ser ese entrenador chusquero y desconfiado que intenta quitar importancia al asunto, zanjando las conversaciones con un “lo que tú quieras”. Confiado en mi equipo y receloso de cualquier incorporación que venga a agitar el buen ambiente reinante. Ni que decir tiene que rehúyo las comparativas y las expediciones de exploración.
Sin embargo, este mes de enero, como cualquier otra temporada, nuestro equipo volvía a mostrar las carencias de siempre: ropa húmeda, tenderetes por medio, calcetines sobre los radiadores y el cesto de ropa sucia a reventar. Así que, cuando llegaba a su fin el mercado de invierno, volvió a salir a la palestra la compra de una secadora. Más decidida que nunca, la directora deportiva marcó el plan de la operación y entre conversaciones vespertinas y mensajes a deshoras, me mandó una captura de pantalla con la frase con la que sueña cualquier entrenador de medio pelo. Joan -un técnico de hogar de Valencia- bajo el título de “Una buena compra” y una valoración de 5 estrellas, describía un modelo Siemens como la adquisición que había “marcado un antes y después” en su casa. Ahora llevaban “la colada al día” y había conseguido “deshacerse de los tendederos y las humedades”. Fue suficiente para dar el visto bueno al fichaje e iniciar la operación que podría conllevar la destrucción de la armonía del equipo.
Rompí un falso techo, pasé 3 ó 4 metros de cable, deseché un armario, viejo sí, pero aprovechable -el Azeez que espera siempre su turno al final del banquillo- y le hice el hueco necesario en el centro de nuestro baño a la secadora. Un par de días después, llegó a casa, flamante, brillante, incluso parecía capaz de hacer malabares en un acto de presentación frente a la afición más acérrima. Y la verdad es que no pudo tener mejor debut. En horario de máxima audiencia y mientras se libraban el partido de la cena en la cocina y el derbi de las duchas infantiles en el baño de al lado, la secadora demostró que suplía las carencias de nuestro equipo y que se acoplaba a nuestra dinámica a la perfección. La ropa salió totalmente seca al alimón que las niñas lo hacían del baño y la cena se servía en la mesa.
Pese a que la compramos en rebajas, mi mediocre conocimiento electrónico y mis cuestionables sapiencias futboleras, me hacen no aventurarme en juicios prematuros. No sé si la secadora marcará un antes y un después en nuestra casa, como lo hizo en la del bueno de Joan, pero pasado ya un mes del cierre del mercado de invierno y leyendo entre líneas a un quemado Diego Martínez, presumo que nuestro fichaje representa, al menos, al Quina de turno.