Las cosas excepcionales

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Imagen de dos décimos de lotería y una camiseta del Granada CF | Foto: José Quesada
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A veces, muy de vez en cuando, ocurren cosas excepcionales. Cosas que deseas con todas tus ganas pero que no suelen suceder. Como cuando abres la ventana una fría mañana de invierno esperando ver la nieve cuajada sobre la acera o cuando deseábamos que el Granada por fin ganara ese partido para ascender de categoría. Un sentimiento que genera más desilusión que otra cosa, pero que prepara el terreno para la verdadera celebración porque, cuando menos te lo esperas, amanece Granada nevada y en Primera División.

Puedo recordar más o menos de forma nítida las veces que ha nevado en Granada desde que era un crío, los bolazos que di y que recibí y los guantes de lana que destrocé por el roce contra el asfalto. Puedo rememorar perfectamente los ascensos del Granada, muchos menos de los que siempre desee. Y también me acuerdo, como si fuera ayer, de aquella fría mañana de diciembre de 1997, cuando cayó el Gordo en Granada. Cuando (utilizaré nombres falsos) mi amigo Juanmi repartía sin saberlo participaciones del número premiado y las devolvió para quedarse con el dinero que su padre le había dado para comprarlas. Imaginaos lo que debió ser su casa cuando el padre se enteró de que su hijo había cambiado los 10 millones por 10.000 pesetas. O lo que le sucedió a mi amigo Santi Rey, cuya familia agraciada con un par de décimos premiados construyó la casa de sus sueños sin reparar que el 40% del premio había que entregárselo a Hacienda y, desde entonces, se les anudó al cuello una soga.

A veces, cumplir el sueño que deseas se convierte en pesadilla. Que amanezca nevado te puede convertir en la víctima de una infernal batalla de nieve. Que tu equipo ascienda de categoría se puede revertir en un año infernal en el que encajar goleada tras otra. Quizá por ello, siempre elijo con sumo cuidado mis deseos y desde luego no soy un fanático de la lotería. Juego lo que me cruzo por el camino, lo que me llega a las manos sin buscarlo. El número del trabajo, el que me regala mi madre y las tres o cuatro participaciones de los negocios del barrio. Por eso, cuando la semana pasada las emisoras y diarios locales se llenaron de champagne, risas y mascarillas al aire, yo me alegré. Es más fácil cumplir con el riguroso fair play cuando sabes que apenas tienes opciones de ganar. Pensé en todas esas personas que verdaderamente les hacía falta el dinero y deseé que fueran ellas las agraciadas. Como cuando el Granada cayó sucesivamente con los tres últimos de la tabla y les insufló de la tan necesitada vida en forma de puntos. Nunca entendí que esto y aquello pudiera molestar tanto, porque hace muy poco que éramos nosotros los que nos retorcíamos en la última pompa de oxígeno que burbujeaba al final de la clasificación.

A los que resultaron agraciados con la lotería, este empático con los sufridores les manda su más profunda enhorabuena. Y a los demás -si son futboleros- recordarles que, cuando conduzcan su antiguo coche entre flamantes mercedes, piensen que ya nos tocó el Gordo hace un par de temporadas, cuando Diego Martínez fichó por el Granada. No todos los días te toca la lotería, ni se ve al Granada en Europa. Disfrutemos de las cosas excepcionales.