El lector impertinente

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Vega de Granada | Foto: Archivo

Cuando lo recordó, paseábamos por la Vega. (Concretamente, por la Vega más superficial, aquella que linda con la autovía, y que tiene en su límite un camino rocoso, paralelo a la carretera.) Puso cara de loco. Dijo que había logrado entender algo, después de mucho tiempo. Explicaba que nada tienen que ver los poemas cuando son leídos a cuando son recitados.

Recitar implica que el poema se coloque entre dos o más personas. Como una especie de mediador. Aquella idea le entusiasmaba. Me cogió del brazo, y me atrajo hacia una acequia. Mira, dijo. Se sacó el collar de debajo de la camiseta. Portaba una cruz de madera. ¿Qué crees que representa? No lo sé, contesté. (En realidad se me ocurrían varias ideas, que me parecieron muy obvias.) Pues, según Lorca, y es algo con lo que estoy muy de acuerdo, la cruz es “El punto final del camino”. Y fíjate, uno puede girarse – ascendió a la cima de una roca – y observar el camino recorrido.

Creo que lo sabrás, pero Granada tiene forma de embudo. (Formó un triángulo con sus dedos.) Supuse que ahora vendría una divagación, un cuento chino. Dijo: Granada es un embudo; sitúen ustedes la punta en Valparaíso, y vayan ensanchándolo, sin perderse. Pasen por Sacromonte y el Albaicín, y valoren en el otro lado la colina de la Sabika, hasta la Antequeruela.

Quizá la abertura más brusca llega con la Gran Vía, que se modera en la Avenida de la Constitución; paralelamente tienen el Campo del Príncipe hasta el Serrallo. (Sus brazos iban abriéndose en un ángulo obtuso.) Y ahora, mira recto, verás a lo lejos el punto de fuga, Valparaíso. ¿Lo entendiste? Negué con la cabeza. ¡El poema sigue! Espera.

Nos asomamos a la acequia. Estiró la cruz. ¿Sabes lo que escribe Lorca sobre la cruz que se mira en la acequia? No. Pues… “Puntos suspensivos”. Señalaba el reflejo fluctuante, las luminiscencias que se producían en la corriente. Me preguntó dónde podría hallar un inicio o un final, si acaso lo que consideramos invariable, un objetivo ya situado, no corre riesgos de cambiar. Yo no supe qué responder. Cuando tiró la cruz al agua entendí que la conversación había acabado. Pensé que mi amigo debía ser un grandísimo lector.