Otro más que se va
Dicen los especialistas en números, en vaticinios, en cálculos futuristas, que en este país dentro de nada estaremos sin médicos, y ya hay más de uno que cuenta que habrá que importarlos, porque a los que salen huyendo y se van al extranjero se añaden a los que se jubilan. El calendario no perdona.
Entre estos últimos hay uno, don Manuel, que este jueves, 29 de septiembre, día de su cumpleaños, dejará su despacho del consultorio del barrio Fígares y mirará hacia atrás después de haber cumplido con la idea que tuvo desde niño, para ilusión de Manolo y Ana, sus padres, de ser un médico de calidad dedicado al enfermo, antes que nada.
Es un granaíno de la década de los cincuenta que jugaba cuando niño con sus dos hermanos en los jardincillos del Triunfo, donde ahora está Hacienda, que aprendió a no ser racista viviendo con los chaveas gitanos de la calle Ventanilla, que vivió las Navidades de entonces viendo a los pavos que se vendían vivos en la plaza de Bib Rambla, que esperó intentando dormir como fuera a los Reyes Magos la noche del 5 de enero, y el comienzo de su cultura se la debe a las monjas de Riquelme, en la calle de las Tablas, y a los Maristas del Carril del Picón.
Este es el principio de la biografía de este doctor que se hizo en la antigua Facultad de Medicina, en medio de noches de estudio, y alguna de juerga con sus amigos y compañeros de toda la vida que conserva aún. Y, después, había que buscar trabajo porque, aunque más de uno cree que un médico es el que sale en las series americanas, todo guapo y arreglado en un soberbio hospital, con coche caro y hermosas enfermeras al lado, se equivoca del todo.
No había trabajo en Granada y terminó en los montes castellanos, en la provincia de Ciudad Real, pero en una población perteneciente a Toledo – una de esas cosas raras de este país – que se llama Anchuras, con una gente sencilla, volcada, con un coto extraordinario al lado para disfrute de tiradores y ejerciendo de médico de pueblo que es la mejor forma de hacerse y practicar casi todas las especialidades sin contar horas ni festivos.
Dos años después, carretera y manta para volver al sur y llegar a Aldeire, allí, al lado del castillo de la Calahorra y las antiguas minas de Alquife, con la sierra encima, un paisaje de lujo para disfrutar, con inviernos duros de nieve, festivos de moros y cristianos, y estando casi once años con unos enfermos que se unían a los de otros pueblos cercanos, porque no solo de una población había que ocuparse. Y seguimos con la medicina rural, de la que tantos hablan y pocos conocen, aunque ahora con la certeza de que cruzando el Puerto de la Mora y poco más estabas de nuevo en casa.
Pero los años pasan, las oportunidades también y de ahí, dejando llantinas y lamentos atrás de los nativos, se llega a Granada, primero en el Fargue y, más tarde, en el Albayzín, con el Mirador de San Nicolas como balcón privilegiado, y ya con un mando en las manos y otra medicina más de ciudad. Como escribía al principio, el calendario no perdona, había que cambiar otra vez y terminar en el barrio Fígares, que será la última etapa de la historia que he querido contarles hoy.
Una etapa profesional de trabajo, ilusiones, sufrimientos y alegrías. Con enfermos agradecidos y la familia lamentando las escasas horas de asueto y muchas horas de estudio, que eso no acaba nunca para un facultativo, y con una vocación que hace que cumplas los años y puedas marcharte a disfrutar de los tuyos, olvidando la bata y el esteto, pero pides una y otra prórroga porque el corazón te impide irte, y porque aparece una cosa extraña que llama Covid-19, y hay que dar la cara cuando pintan bastos. Muchos compañeros caen y se retiran y tú llegas a los setenta, eso hoy mismo, y entonces, cuando lo diga el reloj, cuelgas la bata, guardas el fonendo en el maletín y te vas a casa que te espera tu Cardenete, con la que llevas desde los diecisiete más o menos y dos gigantes de 1,90, uno de ellos a punto de hacerte abuelo, mientras las enfermeras y tus compañeros te dicen aquello de “mucha suerte don Manuel, ahora a descansar”.
Hasta aquí he querido contarles la vida profesional de un médico que les cuida siempre y que es lo que importa. También les puedo decir que es un tío estupendo, el más pequeño de los tres hermanos, con un corazón de oro, un enorme sentido del humor y… muchas cosas más. Pero, perdonen, porque de eso no les puedo contar nada. Y no puedo porque es mi hermano pequeño. Mi ‘chico’.
Comentarios
Un comentario en “Otro más que se va”
María Ángeles
29 de septiembre de 2022 at 09:40
Como paciente suya durante estos años en Fígares doy fe de todo lo bueno dicho sobre Don Manuel en este artículo, gran profesional y gran persona, siempre dedicando todo el tiempo que fuera necesario a todos los que íbamos a su consulta, con muchísima amabilidad, cariño y su eterna sonrisa.
También tengo que reconocer mi pesar ante su, acabo de descubrir, merecido retiro, pues no pensaba ni mucho menos, que estuviera a punto de cumplir los 70.
Muchas gracias por estos años, Don Manuel, y mis mejores deseos en esta nueva etapa.