La plaza de la Catedral
Los de aquí la seguimos llamando Plaza de las Pasiegas, que es su nombre; en otros siglos se referían a ella como la Plaza de las Flores, pero ahora muchos, sencillamente, la conocen como la plaza de la Catedral.
Uno suele entrar a ella desde Bib-Rambla, dejando a su derecha la Curia Arzobispal y, a la izquierda, el Callejón de Provincias que desemboca en la Plaza de la Pescadería; este poco concurrido, muy discreto. Para los que llevan tiempo sin visitarla, o bien, nunca la han visitado tiene un efecto sorpresivo; observan la fachada del templo como un fondo de escenario, quizás de un teatro pequeño en lo ancho, aunque solemne y monumental en su altura. Y es que no tenemos espacio para una perspectiva que permita verla en su plenitud, bien contemplamos la fachada desde la plaza, o la Iglesia del Sagrario en la Plaza de Alonso Cano – la cual, es más cerrada y, para mi gusto, acogedora, casi nazarita – o la Capilla Real, más elegante y toscamente europea - oasis gótico -, desde la calle Oficios.
Sin embargo, es la primera la que llena de gentes su escalinata de mármol. Allí tengo yo mucho leído: los cuentos de Hemingway, las novelas de Bolaño o los poemas de Javier Egea. Me gusta sentarme en el lateral de la escalinata, apoyado en el pretil que da al Arzobispado, viendo tácitamente la Catedral y observando a los que en la plaza se sientan, dialogan o se cuentan chismes con desparpajo. Miro entonces a decenas de personas que se acomodan en los escalones: parejas en su mayoría, algunos grupos de estudiantes y universitarios, pocas personas mayores, a veces músicos y cantantes de la calle.
Poco a poco me fui dando cuenta de que mi gusto por esa plaza provenía de una razón más allá de lo específico del lugar o de su naturaleza física. Razones que tienen su raíz en lo literario, en las lecturas que allí hice, a la sombra de la Catedral. Son los escritores modernos quienes crean con sus libros los imaginarios de las ciudades, de sus plazas y calles.
Uno lee en la Plaza de las Pasiegas y toma conciencia del sentido del ambiente, bien de lo amargo de este – que diría Orhan Pamuk -, de lo bello o de lo absurdo. Ficción y realidad son dos telares que se enredan en lo inconsciente, llegándonos solo el resultado, una impresión: la Plaza de las Pasiegas como un gran teatro o un cuadro flamenco, cuyo decorado es la fachada, es la Catedral, y las cornisas, claraboyas y los altorrelieves los elementos de fondo; secundarios, testigos de las historias de lugareños y foráneos. El pueblo que decide allí encontrarse, mirarse, renegando al mundo efímero y constituyendo una imagen, una postal, el inicio de un libro o un artículo, quizá una columna periodística. Es el sentido de lo urbano, una plaza: uno de los símbolos donde las ciudades empiezan.
Comentarios
2 comentarios en “La plaza de la Catedral”
Ángel Palazón
7 de marzo de 2021 at 01:07
Enhorabuena Pablo!! Este es el principio de lo que será tu carrera periodística y literaria.
Ana
8 de marzo de 2021 at 12:51
Me ha encantado el artículo! Me ha recordado la pasión con la que transmitía en sus clases un profesor que tuve. Esperando la próxima entrega desde Barcelona 😀