Perrilandia
Así llamamos en mi familia a uno de los oasis (por belleza, por aislamiento y por desconocimiento) de Madrid: los Jardines de Azca. Básicamente porque es el lugar donde llevamos a nuestro querido Kiro a juguetear (e intentar aparearse cuando nos descuidamos) con otros chuchos.
Reconozco que no somos muy originales en el apelativo que le damos a este parque. Ya no recuerdo de dónde vino la idea, aunque supongo que será de Cortylandia. Ese lugar fantasioso cuyo nombre rendía homenaje, en primer término, a su creador: El Corte Inglés. Ahora creo que más bien hace mención a los cortos que piensan que la mejor forma de salvar el planeta es asustar con pintadas a niños inocentes. Quien no entienda esta referencia, que tecleé en Google 'activistas Cortylandia', a riesgo de llevarse un disgusto.
En Perrilandia se juntan canes de todas las razas. Desde nuestro querido y diminuto caniche toy hasta otros de un tamaño que asusta, pero que luego confirman aquello de 'perro ladrador, poco mordedor'. Pasando por los sabuesos del Ministerio de Trabajo, que de vez en cuando se pasan para olisquear las torres adyacentes en busca de pobres cachorros explotados.
Si la mezcolanza de chuchos es amplia, no menos lo es la de sus dueños. Cuando voy a Perrilandia, todos los ladridos me suenan igual o parecido. Sin embargo, sí distingo los distintos acentos de los humanos que les intentan aleccionar (sin efecto alguno, aunque ver a los humanos intentar comunicarse con sus mejores amigos siempre me ha parecido enternecedor).
Acentos gallegos, catalanes, vallisoletanos (porque sí, en Pucela también tienen acento)… Y, por supuesto, andaluces. La mayoría de ellos emitidos por personas que llegaron a la capital con un sueño, aunque a veces son ellos más que sus animales quienes necesitan acudir al oasis de Azca para refugiarse momentáneamente del estrés de la gran urbe.
Madrid es una ciudad frenética, en efecto, a veces demasiado, pero a la vez cálida y acogedora. En el fondo es como un perro. Decía Milo Gathema: “A un perro no le importa si eres rico o pobre, inteligente o tonto. Dale tu corazón y él te dará el suyo”. Así nos quiere Kiro. Y así nos quiere Madrid desde que mi familia y yo nos instalamos hace ya casi una década. A pesar de haberle entregado nuestro corazón solo a medias, puesto que la otra mitad permanece en Granada.
Vuelvo a nuestro oasis de paz y tranquilidad dentro de la gran urbe. ¿Por qué os hablo ahora de él? Considero que estas son las fechas mejores para visitarlo. Y si venís a Madrid, os lo recomiendo, a pesar de que no lo vais a encontrar en ninguna guía turística. En mayo, los Jardines de Azca se llenan de la alegría que le insuflan sus zonas verdes, sus árboles, su gran fuente y las terrazas con música.
También se llenan de gente que prefiere hacer deporte al aire libre antes que encerrarse en su gimnasio-cueva. Al menos esos a los que a mí me gusta llamar deportistas domingueros. Los vigoréxico-vampiros, esos a los que solo ve uno en las máquinas del gimnasio de día y las puertas de los antros de noche, siguen en sus cuevas, supongo.
He de reconocer que esta presencia no siempre me agrada, sobre todo en el caso de los skaters. Para mí estos son un poco como los ecologistas de Cortylandia; no hacen otra cosa que asustar a los perros. Sí me resulta más simpática la presencia de jugadores profesionales de pachangas de baloncesto, amantes del yoga y tiktokers. Por tiktokers me refiero a los niños que plantan el móvil en el suelo y hacen coreografías extravagantes, las cuales estimo que yo tardaría una o dos vidas en aprenderme.
Conviene precisar que Azca no son solo sus jardines. Se trata de un acrónimo que hace referencia a la “Asociación Mixta de Compensación de la Manzana A de la Zona Comercial de la Avenida del Generalísimo”. Hablando en cristiano (o en musulmán, que estamos en un estado aconfesional), una gran manzana superpoblada de altos edificios de oficinas y restaurantes de lo más variopintos.
Azca es la ciudad del futuro con la que se soñó en el pasado. Situada, al igual que estructuras célebres como el estadio Bernabéu, en lo que antes era la periferia y hoy es el centro financiero de Madrid. Todos los jueves, los trabajadores bajan de sus despachos en las alturas a los bares de los bajos para participar de los célebres afters madrileños. Estos son un evento de teambuilding (término moderno robado a los ingleses para denominar a las cervezas entre compañeros de curro de toda la vida) que es voluntario en la teoría, pero obligatorio sobre la práctica.
Una vez, sacando a Kiro a Perrilandia, me encontré con una dueña que se había escapado de uno de estos acontecimientos alegando nosequé para pasar a su chucho. La excusa se le cayó al momento. Es lo que tiene sacar a tu mascota a la misma zona donde trabajas (yo agradezco trabajar a tres kilómetros). Espero que siga en su puesto después de esa falta injustificada.
Problemas de abstentismo laboral a un lado, la presencia de estas oficinas dota todavía de más vida y colorido a los Jardines. En ocasiones resulta hasta cómico ver a los ejecutivos trajeados mezclarse con los paseadores de perros, tiktokers y deportistas domingueros.
Los Jardines de Azca son, por tanto, el ecosistema con la flora y fauna más variadas que conozco. Jardines, por cierto, para los que hay un proyecto de reforma. Para hacerlo más verde, dicen. Yo prefiero quedarme con Perrilandia tal y como la conozco, que ya saben lo que dicen de las promesas de los políticos. Con su fuente, sus terrazas, su césped, sus deportistas, sus ejecutivos, sus chuchos y sus dueños, los Jardines de Azca son para mí un oasis donde pongo en pause mi frenesí en la capital. Un agujero dentro del agujero del donut, podríamos decir.