Un sentido y respetuoso recuerdo
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Corría una mañana de otoño, casi ya mediodía, era poco antes de las dos de la tarde, de hace ya bastantes años. Concretamente un 2 de octubre. Recuerdo perfectamente esa fecha por varias razones. No vienen a colación las mismas y no cambiarían en nada el fondo de este artículo o historia. Fueron unas muy concretas y es por lo que recuerdo con exactitud que era precisamente 2 de octubre y no cualquier otro día de ese mismo mes o de otro. De todas maneras, ahora, es lo de menos.
Aunque era un día de otoño, la verdad es que parecía más bien de primavera. Sol calentando lo justo, como para desear dejarse abrazar por él, por sus rayos. Temperatura también muy agradable. En la calle el bullicio normal de gente que suele haber a esas horas, ni mucha ni poca, la justa.
¿No les he dicho dónde me encontraba? Disculpen. Era en la calle Doña Rosita, en el barrio del Zaidín, justo en la esquina con la calle Bernarda Alba. Todo muy lorquiano como pueden comprobar.
Andaba yo por la zona realizando unas gestiones y sonó el móvil. Me enfrasqué en la conversación telefónica. Era una de esas veces en las que hablamos estando en la calle y vamos, pegados al móvil, de un lado para otro de la acera pero sin movernos de los mismos 5 o 10 metros cuadrados. Yendo de aquí para allá, como buscando cobertura y al mismo tiempo conversando con la persona en cuestión. Seguro que a ustedes les ha ocurrido también en alguna ocasión.
Pues bien, como les decía, estaba yo muy metido en la conversación cuando de repente reparé, gracias a un pequeño tropezón con la pata de una silla que había en su terraza, en un bar que había (y todavía está) en la esquina entre esas dos calles. Me llamó la atención. Era el bar Manila. Mientras seguía hablando por teléfono me iba fijando en su terraza, en su interior, en su original y atrayente manera de anunciar las tapas del día. La terraza exterior era pequeña. La componían no más de 5 o 6 mesas que, además, estaban todas ocupadas. Cuando por fin acabé de hablar por teléfono pasé a estudiar más detenidamente el lugar. Me suscitó especialmente la curiosidad la gran cantidad de gente que había fuera esperando una mesa libre.
“¿Cómo es posible que no conozca yo este bar, aparentemente con tanto éxito, viviendo tan cerca de aquí durante tantos años y siendo este, se puede decir, como mi segundo barrio?” -me preguntaba a mí mismo mientras seguía “explorando” desde fuera su interior-.
Era un local pequeño, casi diminuto, pero si la terraza de fuera estaba llena, el interior era un hervidero. Su corta barra no dejaba ni un resquicio para poder meter el codo y acomodarse. Dentro, también, un par de mesas o tres. Los clientes, eso se notaba claramente, casi todos vecinos de la zona y conocidos. Los delataban ese acento “saidinero” y esa confianza correspondida con la que trataban al camarero. Mientras observaba todo, ese camarero, a la postre el dueño del negocio, entraba y salía sin parar a servir las mesas de fuera además de atender detrás de la barra.
“Esto tengo que probarlo ahora mismo” -me dije-.
Y así fue como conocí a uno de los mejores profesionales de la hostelería que recuerdo y que he tenido el placer de tratar en mi vida. Su nombre, Jesús Cobo. Un versado y competente conocedor como nadie de su profesión y a la par mejor persona.
Enseguida me hice con él y él conmigo. No tenía el placer de conocerlo hasta entonces pero era una de esas personas cercanas, que te ofrecían una sonrisa y unas buenas palabras siempre. Te daba esa confianza desde el principio y lo hacía, no mirando el bien de su negocio y buscando un nuevo cliente, sino con respeto, con interés, con esa profesionalidad propia tan solo de aquellos que saben lo que se traen entre manos a la hora de dirigir un establecimiento de las características de un bar de tapas de barrio. Un hombre que dignificaba la profesión de camarero, muchas veces tan denostada. Hacía que te sintieras bien, como en casa, aunque fueses por allí muy de vez en cuando.
Había veces que pasaban incluso meses que, por unas razones u otras, no me acercaba a saludarlo y de paso a alimentar los sentidos con sus excelentes tapas. Pero aun así, cuando lo hacía, se acordaba de mi nombre y de muchos detalles de las conversaciones que habíamos tenido meses atrás. “¿Cómo es esto posible?” –me preguntaba y me lo sigo preguntando-.
Ya el primer día, me contó que inauguró el negocio un 12 de octubre de 1992 con la Expo de Sevilla, día pues imposible de olvidar. Me dijo que había estado en las Baleares, concretamente en Formentera, trabajando. Yo le dije que esa profesionalidad no venía de allí, eso se llevaba en las venas o no surgía. Jesús asentía y se sonreía. No llegamos a tener una relación personal de amistad. pero a pesar de eso él te hacía sentir como si fuera así.
Hablábamos de temas intrascendentes y siempre deprisa pues tenía la admirable habilidad de ser capaz de mantener una conversación mientras atendía a otros clientes o se ocupaba de preparar una ración de esa exquisita variedad de quesos que servía. Jesús era un prodigio, al menos para mí.
Hace unas semanas me enteré, por una de esas malditas casualidades, que había fallecido. Rondaba los cincuenta y pocos. Cuando me lo dijeron no me lo podía creer. Me quedé en shock. Desconozco el motivo de su muerte y no quiero saberlo. Me quedo solo con lo mejor de él, con su amable sonrisa, con su profesional nerviosismo, con su conversación. Y con lo más grande, con su recuerdo.
Pasé la otra tarde por la puerta, cerrada de momento, del bar Manila y estaba llena de velas, mensajes de apoyo, amor, cariño, recuerdo y reconocimiento. Me conmoví.
Jesús, allá donde estés, que sepas que Juan Carlos, (Carlos como te dije un día de broma que me llamaras para acortar el tiempo que tardabas en nombrarme pues estabas siempre con la prisa del trabajo) no te olvidará nunca. Tu ejemplo como profesional y persona lo llevaré siempre conmigo, junto a tu recuerdo.
Descansa en paz amigo.
Comentarios
4 comentarios en “Un sentido y respetuoso recuerdo”
José Luis Jiménez
30 de abril de 2022 at 12:30
Me ha encantado tu artículo, tu enfoque, tu manejo del lenguaje y expresión. Eres un artista!!!!!!
No así, el enterarme por tu artículo del fallecimiento del Sr Cobo, D.E.P. y que nos espere muchos, muchos años.
Daniela
1 de mayo de 2022 at 10:16
Precioso y respetuoso artículo homenajeando a un gran profesional.
Espero con ansia el siguiente. Me gusta su forma de escribir y narrar la realidad sencilla de las cosas.
Enhorabuena.
El autor
2 de mayo de 2022 at 11:18
Muchísimas gracias Daniela por sus inmerecidos halagos.
Me es suficiente con que ustedes lo pasen bien y se entretengan, al menos unos minutos, con la lectura de mis artículos. Mil gracias, de corazón.
Brujita
2 de mayo de 2022 at 17:59
Me relaja leer lo que escribes por tu cercanía y naturalidad! a mi también me ha emocionado tu relación con Jesús, esporádica pero sincera!!!....
Sí todas las personas mostrará mos ese lado humilde y humano sería maravilloso!!
Adiós Jesús!!!.... tuvisteis cómo cliente y casi amigo una gran persona que hoy te recuerda con cariño y respeto!!
Gracias J. Carlos!