Los otros Cármenes de Granada
Sobre estas líneas tenemos el viejo estadio de Los Cármenes o, más exactamente, lo que del mismo queda. La foto, publicada en portada por el diario Ideal en fecha 7 de junio de 2003, nos muestra una de las últimas imágenes del coliseo de la carretera de Jaén cuando, aunque muy maltrecho, todavía parece una instalación deportiva. Su sentencia de muerte se había dictado en 1996, al ser vendido al mejor postor, pero todavía sobrevivió malamente siete años, invadidas sus gradas por jaramagos y su terreno de juego utilizado como polvoriento garaje hasta 2003, cuando, como se ve en la fotografía, sin respeto alguno a la historia sentimental del granadinismo, las máquinas entraron a saco e hicieron su trabajo, convirtiendo lo que fue templo futbolero durante 61 años en solar edificable.
Por esas misma fechas, junio de 2003, cuando acababa de empezar a materializarse la transformación del estadio en bloques de pisos para 188 viviendas, andaba el club de nuestros amores inmerso en la dura batalla por escapar de la cuarta categoría a la que le había conducido su mala cabeza y, sobre todo, la torpeza de sus dirigentes, quienes no supieron sacar utilidad del hecho de haberse librado del dogal de las astronómicas deudas que arrastraba la entidad ni de las pesetas extras que el comprador de los terrenos del viejo estadio se avino a entregar después, y dilapidaron los millones que reportó la venta de esos terrenos, llevando al Granada al escalón más bajo de su historia. En esos momentos todavía se respiraba optimismo ya que los rojiblancos lideraban su grupo de liguilla de ascenso a 2ª B tras haberse jugado las dos primeras jornadas. Pero lo que parecía que terminaría con un happy end granadinista y su retorno a la categoría de bronce, se transformó el penúltimo día de este mismo mes junio de 2003 en una nueva tragedia en su asendereada existencia y, tres años después del último zurriagazo al costillar de la sufrida hinchada un 25-J, volvió el equipo rojiblanco a protagonizar un esperpento balompédico, esta vez en forma de gol en propia puerta en tiempo de descuento que condenó al club, y con él a su cada vez más escuálida torcida, a tres temporadas más en tercera. Por aquellos años de penibético bajón futbolero la realidad del GCF era muy distinta de la actual: al nuevo estadio, construido en el otro extremo de la ciudad, apenas acudía un millar de incondicionales, y al indiscutible primer club deportivo provincial le habían salido competidores directos que le disputaban una primacía que venía durando ya más de setenta años, y su existencia como club de fútbol estaba más en el aire que nunca.
Nació el viejo estadio de Los Cármenes en 1934, fecha de la segunda foto que ilustra este escrito, en la que vemos el que es el primer vagido del recinto: obreros excavan la zanja que acogerá los cimientos de la cerca norte, separada de la cárcel provincial por la calle Concepción Arenal, por entonces terriza y sin más edificación que la prisión. No iba a ser ése su emplazamiento. La intención primera de la directiva que presidía en 1933 el pintor Gabriel Morcillo fue la de levantar el estadio en unos terrenos tomados en alquiler en la zona que hoy conocemos como Villarejo y que pertenecían a la llamada Casería de los Peces, un área rural justo enfrente de la estación Sur de ferrocarriles y separada de ésta por la carretera de Málaga, en la actualidad ocupada por las primeras edificaciones del barrio de La Chana: bloques de viviendas y calles que llevan todas nombre precisamente de peces: Esturión, Pargo, Lubina, Morena, etc. Cuando ya estaba suscrito el contrato de arrendamiento de esos terrenos surgió la oportunidad de hacerse con otros en propiedad, mucho más cerca de la que hasta ese momento venía siendo la sede de los partidos del Recreativo Granada, el campo que conocemos como de las Tablas, que estaba al otro lado de la calle Concepción Arenal, a espaldas de la cárcel y en terrenos que años después ocupó la finca llamada La Ponderosa, de la Policía Armada. Fueron dos hectáreas de olivar adquiridas en propiedad (y nunca totalmente pagadas) en la Casería de Muriel por el precio de 110.000 pesetas.
El bonito nombre de Los Cármenes se le ocurrió al por entonces directivo Rafael Baquero Sanmartín, militante del partido Izquierda Republicana, por el que fue concejal en el Ayuntamiento republicano y que pagó con su vida su militancia política muriendo fusilado dos años después, agosto de 1936, en las tapias del cementerio de San José, como otros tantos paisanos cuyo único “delito” era ser de ideas más o menos progresistas. Todo esto forma parte de la historia no oficial del club, al igual que la suposición nuestra de que en la elección de ese nombre algo influyó el título de una novela de mucho éxito por entonces: “Los Cármenes de Granada”, que se publicó en 1927 y que firma un autor muy cotizado en aquellos años, Armando Palacio Valdés, una especie de Pérez Reverte de la época.
Quiso la directiva del momento que las 150.000 pesetas que se calculaba que iba a costar la construcción de las instalaciones las sufragara la sociedad granadina, iniciando una suscripción popular en la que las aportaciones, 25 pesetas la mínima, se hacían a cambio de unos títulos o bonos reintegrables sin intereses y sine die. Es decir, eran cantidades que se anticipaban al Recreativo para sufragar los gastos que originara la construcción del estadio y que en un futuro ilusorio de bonanza económica, sin especificar, éste devolviera lo aportado por cada cual. Pero en la práctica las cantidades entregadas lo fueron a fondo perdido y el club jamás devolvió ni un céntimo de lo ingresado. Además, de los 30.000 duros que costaba la cosa, el club finalmente recaudó por esta vía menos de una tercera parte, teniendo el resto que aportarlo de su bolsillo los directivos con su presidente Matías Fernández-Fígares a la cabeza. Más o menos lo mismo que ha ocurrido en otras situaciones posteriores en las que también se pulsó por el club la generosidad penibética.
En 1973 el periodista del diario As Miguel Vidal escribió: «Granada tiene un estadio diferente al de todas las ciudades que conozco. Con la fachada de la tribuna principal adornada artísticamente con ladrillos de color rojizo, la cárcel provincial oteando el fondo de la portería norte y la impresionante Sierra Nevada mostrando su curiosa figura en el horizonte de la portería sur». Ciertamente, Los Cármenes con sus amplias y hermosas panorámicas solía dejar impresionados a los que nos visitaban. Así fue hasta por lo menos los años ochenta, cuando feas edificaciones se construyeron casi adosadas a sus muros, arrasando inigualables perspectivas. Para servidor, junto al olor de la hierba recién segada, la vista desde la portería de la cárcel con la sierra al fondo y todo el colorido de las tardes soleadas de partido, constituyen uno de sus positivos primeros recuerdos futboleros y son sin duda otras más de las causas de haber quedado enganchado desde niño a esto del hinchismo. Lo que, por forastero, le pasó desapercibido a Vidal fue el telón de fondo por el lado este del viejo campo: el Monte del Sombrero, una imagen que no deja de ser curiosa y que preside cientos de fotos de todas las épocas obtenidas desde Los Cármenes.
Algunos autores de temas granadinos sostienen que el Monte del Sombrero o Golilla de Cartuja está hueco y guarda en sus entrañas una estancia en la que puede haber esqueletos y ajuares de la Edad de Hierro. Dicen que más que monte podría ser en realidad un túmulo del tiempo en que algún pueblo céltico andaba por estos predios, y su forma de catite o de sombrero de cura no se la habría dado la naturaleza sino que la habría adquirido cuando, hace lo menos dos mil y pico años, unos señores con faldilla y gorro astado acumularon piedras y tierra sobre la tumba de algún rico hacendado o de un guerrero famoso.
Puede ser. Uno no se atrevería a contradecir a las doctas plumas que suscriben lo que va delante. Se trate de obra humana, divina o diabólica, como servidor más ha conocido el lugar y sus alrededores ha sido como zona popular de esparcimiento, no hace demasiado tiempo, cuando el Albaicín lo habitaba el pueblo llano y todavía no se había convertido en parque temático y zona residencial para unos pocos, cuando no había que pedir la vez para asomarse al pretil de San Nicolás. Los aledaños del Monte del Sombrero, sitio de abundantes fuentes y filtraciones de la acequia de Aynadamar que por allí discurre, solían ser lugar de reunión y solárium los días de fiesta para familias enteras de albaicineros que, por el arco de Fajalauza y la huerta de la Albérzana, acudían a esa zona y organizaban sus merendicas, bien provistos de viandas y vino mosto, sin que faltaran unas buenas sogas con las que improvisar mecedores y, al sol o al fresco, echar el día, que se dice.
Claro que tampoco faltan escribidores de tema penibético según los cuales en aquellos parajes se daban otras meriendas, pero éstas eran nocturnas y de tipo satánico porque el lugar era escenario de aquelarres en los que brujas y brujos autóctonos e importados ofrecían al gran Cabrón (con perdón) tiernos niños que eran inmediatamente devorados por los presentes, de ahí el nombre de Panderete de las Brujas con el que también es conocido este montecillo, bien visible desde prácticamente toda Granada. Lo que sí que es muy cierto y está documentado es que varias decenas de impenitentes salieron de este lugar para acabar sus días ardiendo en multitudinarios autos de fe del Santo Oficio en Bib-Rambla en siglos pasados, cuando todavía no se habían inventado los toros ni el fútbol. La afirmación de que el lugar está maldito parece respaldarla también el hecho de que toda una comunidad de monjes cartujos tardó muy poco en huir de sus cercanías donde en principio se había establecido para buscar otro lugar más llano y alejado de sus perversos influjos.
Pueden ser esos mismos malignos aires descendiendo desde la Golilla y dejándose sentir sobre Los Cármenes los que influyeron en que, a pesar de ser el viejo estadio de la carretera de Jaén durante 61 años el sancta sanctorum del granadinismo, nunca pudiera la hinchada rojiblanca celebrar sobre su césped alguno de sus triunfos más señalados: ninguno de los seis ascensos de categoría del Granada durante esos 61 años (cuatro a primera y dos a segunda) pudo festejarse sobre su césped, todos se consiguieron a domicilio.
Comentarios
2 comentarios en “Los otros Cármenes de Granada”
Terry
16 de enero de 2020 at 07:12
Articulazo, gracias.
José luis entrala
23 de enero de 2020 at 03:31
Original, certera y muy divertida de contar la historia del viejo los Carmenes. Estupendo como siempre