Otto, antihéroe magiar
A caballo de los cuarenta y los cincuenta del siglo pasado existió en Italia y en España un equipo de fútbol semi-clandestino llamado Hungaria. Lo formaban jugadores del otro lado del Telón de Acero: rumanos, yugoslavos, checoslovacos y, sobre todo, húngaros, de ahí el nombre que adoptó. La mayoría eran evadidos de sus países al olor de los mucho más sustanciosos emolumentos que los futbolistas del bloque capitalista percibían pero, en su condición de prófugos, no podían fichar profesionalmente por ningún otro club. Por esa misma razón montaron este equipo “pirata” y, como si de un circo ambulante se tratara, se dedicaron a jugar partidos amistosos de exhibición para subsistir con lo recaudado. Liderados por un futbolista de los que hacen época como era Kubala, junto con su cuñado Fernando Daucik, que hacía las veces de preparador, en principio se establecieron en Italia, pero a mediados de 1950 aterrizaron en Barcelona iniciando una gira por toda la Piel de Toro en la que maravillaron a las aficiones de los distintos sitios por los que pasaron, con su fútbol rápido, técnico y con mucho gol, muy distinto a lo que se estilaba por estos predios
En aquellos tiempos de rabioso anticomunismo, la Federación llegó a considerar la posible incorporación a la liga española del Hungaria, como éste formalmente había solicitado, pero no se decidió a dar ese paso que, para una España repudiada por el mundo occidental (más bien su régimen político), hubiera supuesto un retroceso en su camino de salida del aislamiento internacional que tímidamente iniciaba por entonces. Pero lo que sí que ocurrió fue que varios de los hungarianistas ficharon por clubes españoles después de nacionalizarse, como el propio Kubala, incorporado a un Barcelona que antes de su llegada sólo había ganado cuatro ligas. Dos integrantes de aquel equipo de apátridas recalaron en el verano de 1950 en el Granada CF, entrenado por el mago Gaspar Rubio y preparándose para afrontar su sexta temporada consecutiva en segunda después del descenso de 1945: Sandor Licker (aunque la prensa granadina en un primer momento lo llama Lering), rumano de nacimiento pero húngaro de nacionalidad, de 28 años, y Andrey Otto, de 23 años (o eso se dijo), también húngaro, interior y delantero centro respectivamente. A estos dos futbolistas no afectaba el veto FIFA para jugar profesionalmente en otros clubes porque ambos llevaban varios años fuera de Hungría y ya habían militado con todas las bendiciones en equipos austriacos, checos e italianos.
La situación económica del Granada de la 50-51 era la normal a lo largo de su historia, o sea, muy precaria, tal como había dejado patente la directiva que presidía Joaquín Serrano en asamblea de socios celebrada apenas dos semanas antes, sin embargo los dos húngaros aparecieron por Granada un día de agosto e inmediatamente quedaron fichados a razón de (publicó la prensa local) veinte mil duros por barba y por un solo ejercicio, aparte del sueldo de 1.500 pesetas mensuales y otras gabelas como las 25.000 del ala también por cabeza que se estimaba que habría que pagar a sus clubes anteriores. Una exageración para el Granada CF si tenemos en cuenta que el mismísimo Pepe Millán, que acababa de dejar el club y se había marchado al Coruña, tenía de ficha anual 35.000 pesetas.
Los dos húngaros dedicaron su primer día en nuestra tierra a hacer turismo y conocer los monumentos, y también se acercaron al cementerio de San José a dejar un ramo de flores en el nicho de su compatriota Alberty. Su segundo día fue ya de trabajo con balón, convocando al entrenamiento en Los Cármenes a un ejército de hinchas boquiabiertos ante los malabarismos y filigranas que los magiares prodigaban con el pelotón. Todos salieron convencidos de que acabábamos de hacer los fichajes del siglo, y de que, con las dos perlas de rojiblanco, esta temporada no se escapaba el ascenso. Pocos días después se presentó la pareja en un amistoso de pretemporada con taquilla, aprovechando la expectación levantada por el dúo, ante el filial Recreativo, de tercera, al que los mayores derrotaron 9-0 (dos goles de Otto) con Los Cármenes lleno a pesar de ser agosto (en el intermedio se sortearía ¡¡¡una pareja de mulos!!! donada por alcaldes de municipios cercanos). Los plumillas locales en sus crónicas casi agotan los adjetivos elogiosos que dedican al juego de los dos fichajes y la única pega que ponen es que al tal Otto se le ve algo metido en carnes.
El Granada que derrotó 1-0 al Salamanca en Los Cármenes el 30 de septiembre de 1951. Forman: Carbelo (suplente), Salvador, Sáenz, Chaves, Toñín, Martín y Mompeán; agachados: Ibáñez, Vecino, Morera, Pérez y Otto en su cuarto y último partido de rojiblanco
La transferencia internacional de Licker llegó antes de empezar la liga 50-51, en la que fue titular casi toda la temporada, destacando en algunos partidos pero recibiendo también fuertes críticas por su aparente apatía en otros, hasta el punto de que el club llegó a sopesar en algún momento repescar a Trompi, que había sido traspasado al Jaén, de tercera. Pero el otro húngaro, Otto, protagonizó un interminable culebrón porque sus papeles no llegaban ni a la de tres. Al parecer, este futbolista, que no era latino pero sí bastante pícaro, mientras malvivía en Italia había llegado a suscribir contrato con tres clubes distintos sin llegar a enrolarse en ninguno, pero uno de esos tres, el Pro Goritzia (lo correcto es Gorizia, nombre de una ciudad del norte de Italia, cerca de Udine), había pagado a su agente una cantidad cercana a las 200.000 pesetas que exigía le fueran reembolsadas o de lo contrario no habría transfer. Tras larguísimas negociaciones se consiguió que el club italiano se aviniera a rebajar la cantidad y dejarla en 75.000 y al mismo tiempo se alcanzó un acuerdo con Otto que suscribió un nuevo contrato por 50.000 pesetas y dos temporadas. Pero para cuando por fin terminó el culebrón Otto estábamos metidos casi en febrero y más de media liga se había jugado ya, aunque el Granada, que había despedido a Gaspar Rubio y lo había sustituido por Paco Mas como jugador-entrenador, marchaba tercero en la tabla y conservaba intactas sus posibilidades de ascenso.
Por fin, el 28 de enero de 1951, jornada 20 (de 30), el deseado Otto debutó de rojiblanco con el 9 a la espalda en un partido que perdió 3-1 el Granada en Cartagena, equipo de la cola, y en el que a nuestro Otto ni se le vio, aunque se le quitó importancia a la petardada porque en la ciudad murciana había soplado durante todo el partido un vendaval que impedía jugar con normalidad. Un domingo después volvió a ser alineado en el eje de la delantera, esta vez en Los Cármenes, frente al Mestalla, que arrancó un empate sin goles y en el que los hinchas tampoco vieron más que de pasada el rubio pelo del gordoncho Otto en los noventa minutos, sin que en esta ocasión pudiera culparse al meteoro. Pocos días después, en un amistoso entre semana frente a una selección de modestos granadinos, Otto fue el centro de las iras de los aficionados, que no pararon de meterse con él hasta que se lesionó (o eso pareció)… y ahí se acabó.
Con Otto desaparecido de las alineaciones y de los entrenamientos, las jornadas iban avanzando y el Granada cada vez se distanciaba más de los puestos de ascenso mientras que los medios locales ponían en duda la pretendida lesión del magiar, insinuando además que llevaba una vida demasiado alegre. El presidente Joaquín Serrano lo llamó al orden amenazándolo con rescindir su contrato y así volvió por fin a los entrenos y salió de 7 en el último partido de la liga, cuando ya los rojiblancos nada tenían que hacer para mejorar su clasificación (acabaron 6º, a sólo un punto del 3º, el Las Palmas, que ascendió en liguilla). En ese partido Otto volvió a ser nulo de toda nulidad mientras le llovían desde las gradas todo tipo de maldiciones y el húngaro respondía a la parroquia con gestos obscenos. Fernández de Burgos en Ideal dice que el caso de este jugador no tiene remedio, no es tan malo como aparece en el campo o como quiere él aparecer, sencillamente no quiere ni además se encuentra en condiciones físicas de jugar.
En su segunda temporada el culebrón en torno a este polémico jugador se centró en si estaba o no lesionado de menisco, como el propio Otto sostenía y como varios médicos locales negaban. Sólo en un partido de la 51-52 volvió a vérsele de rojiblanco, en la jornada 4, frente al Salamanca en Los Cármenes. Cuando apenas se llevaba un minuto de juego, el amigo Otto comenzó a dar cojetadas y hubo de retirarse del terreno para reaparecer en la segunda parte ocupando esa posición que en el fútbol actual sólo es un recuerdo pero que en crónicas ya añosas está bien presente: la de figura decorativa, cosa que en el caso de Otto significaba una redundancia. Y punto final. Ya nunca más, ni siquiera en un amistoso, volvió Otto a enfundarse la rojiblanca. Calculando así por encima, cada uno de los únicos cuatro partidos que el relleno Otto jugó de rojiblanco salieron al club por la astronómica cifra de 9.000 pesetas (el sueldo mensual normal en la plantilla granadinista oscilaba entre las 1.500 y las 2.000), una burrada para el pobrísimo rendimiento del magiar y para un club al que atenazaban las deudas.
La truculenta historia del deseado Otto junto a la de otros malditos en rojiblanco pueden los granadinistas conocerla en un ameno libro que acaba de salir, Los Antihéroes del Granada CF se titula, y lo firma el amigo José Manuel Quesada. Es en realidad una segunda edición ampliada del trabajo que con el mismo título se publicó a finales de 2017, y no deja de ser meritorio para un novel autor conseguir en los tiempos actuales una reedición. Es un libro que recomiendo desde esta tribuna a los aficionados rojiblancos que quieran profundizar en la historia menuda de este club, modesto entre los modestos pero con una trayectoria cercana al centenario en la que abundan situaciones parecidas a la historia del tal Otto. Quesada, con un toque de humor y lejos de intenciones revanchistas, ha confeccionado un nomenclátor de heterodoxos en rojiblanco de todas las épocas. Son los antihéroes, pretendidos craks que salieron ranas por completo o que tuvieron mala suerte o fueron víctimas de las circunstancias que les tocó vivir, relatando sus andanzas y sus despropósitos. Por las páginas de su bien confeccionado volumen desfilan todo tipo de futbolistas raros que alguna vez militaron en las filas de nuestro GCF dejando para el recuerdo situaciones esperpénticas o trágico-cómicas que también forman parte de la Historia (con mayúsculas) del GCF. ¡Corran, corran a adquirirlo, que se agota!
Comentarios
2 comentarios en “Otto, antihéroe magiar”
José Luis entrala
20 de febrero de 2020 at 22:08
Yo vi jugar a otro dos veces,en la primera me maraviio y en la seg va me cabreo. Sigo sin saber cual versión era la auténtica
JL Ramos
21 de febrero de 2020 at 19:12
Es un caso parecido al de Lalo Maradona treinta y tantos años después . Un abrazo.