Paradojas que da la política
Susana Díaz tras conocer los resultados de las elecciones | Foto: E.P.
La política te da paradojas, paradojas te da la política… Así que una presidenta autonómica que se envolvió en la bandera de España va a perder la presidencia de su autonomía como uno de los efectos derivados del desafío supremacista que desde Cataluña plantean grupos xenófobos contra la unidad del Estado. Al mismo tiempo, el primer partido de la derecha, que lleva casi cuarenta años tratando de conseguir el poder en Andalucía va a conseguir su propósito en su peor momento con su peor candidato -a la vista de los resultados- y cuando una sangría de votos lo deja en un escrutinio de mínimos. Una paradoja que, de repente, obliga a arrinconar aquel discurso de la coalición de perdedores. Por la izquierda, una coalición de partidos no recoge ni uno solo del medio millón de votos que ha perdido su principal rival electoral y no solo eso, puesto que además por su cuenta se deja 300.000 votos según la suma de las dos fuerzas que componen la ‘entente’ cuando comparecieron por separado a las urnas de marzo de 2016. El centro ha quedado desierto porque el joven partido que se presentó en sociedad autodefiniéndose situado en esas coordenadas del espectro político ha abrazado ahora el epicentro de la derecha, tras haber detectado en ese espacio el auténtico caladero de votos. Y algo de eso debe haber porque en estos Idus del 2 de diciembre ha irrumpido con fuerza la extrema derecha. Total.
Decíamos antier, o dijimos aquí no hace tanto que si los votos de derechas daban número suficiente Susana Díaz se podía dar por licenciada en la planta noble de la Junta. La derecha suma, Susana Díaz queda licenciada pero, tras recibir el severo varapalo, ha pasado al contraataque apuntando al espantajo de la ultraderecha para apelar a un acuerdo imposible con PP y Ciudadanos para frenar a Vox. Que nunca podría darse porque los votantes populares y ‘naranjas’ no lo tolerarían y en el hipotético caso de que una improbable conjunción de planetas propiciase ese acuerdo todo pasaría como condición sine qua non -no lo dude, señora presidenta en funciones- por la renuncia de Susana Díaz.
En el ínterin, representantes y portavoces de la izquierda, tanto del PSOE como de Podemos-IU, se han lanzado a una cantinela en la que reconocen que “algo” han hecho mal. “Algo”. Solamente “algo”. A mí se me ocurre bastante más que un algo, un término tan impersonal que parece reducir las culpas, por otra parte desconocidas para su reflexión cuatro después de la jornada electoral. Por mi parte, apuntaría a la cantidad de debates estériles en los que andan enfrascados, que al pasar desapercibidos para la gran mayoría de los andaluces .y de los españoles- contribuyen al desinterés y en último término a la abstención.
Entre ellos, y no el menor, ese empeño en la batalla del Valle de los Caídos. Una ‘guerra’ que -además- al plantearla tiene muchas posibilidades de perderse porque nunca faltará un juez preparado para paralizar la iniciativa. En cuarenta años que han pasado desde que murió el general el común de los españoles habrá reparado en que la salma del dictador reposa en Cuelgamuros unas tres veces, más o menos, y en todos los casos al llegar al semáforo siguiente ya se le había olvidado. Sí, está muy feo que los restos de un dictador reposen con honores, pero dicha cuestión ocupa una milésima posición en el orden de prioridades del noventa y tantos por ciento de los españoles…
Así, se llega a cuestiones que sí preocupan a los ciudadanos y para las que la izquierda tiene una respuesta monolítica, sin más. Me refiero, por ejemplo, a la inmigración. Sin llegar a la radicalidad de quien dice que a las pateras habría que bombardearlas, hay quien expresa con claridad la preocupación ante fenómenos como el que estamos registrando desde hace meses en Motril, donde a diario arriban más y más y más. Tanto para el bárbaro cetrino que habla de bombardear como para el que expresa una opinión moderada la izquierda tiene la misma respuesta: racista. Y desde un ‘buenismo’ que nada resuelve le cede el campo entero a la derecha que, con naturalidad, se apropia de él.
Que un presunto humorista se suena la nariz con la bandera no tiene crítica. Libertad de expresión. Cierto. No me busquen entre los que quisieran meter en la cárcel al protagonista de la gracieta sin gracia. No. Se trata de una falta de educación y de respeto que -como los que pitan al Himno desde una grada de fútbol- retrata a sus protagonistas. Allá ellos. Pero despachar con un “¡fascista!” por todo calificativo a todo aquel que se siente identificado con la bandera constitucional, la pasea en manifestación, la saca cuando su equipo gana un trofeo o la cuelga en los balcones refleja otra vez el complejo de la izquierda española ante los nacionalistas. El resultado de actitudes así va teniendo su expresión en los resultados del pasado domingo: muchos de esos tildados de fascistas o racistas sin serlo han votado a la ultraderecha.
Por no llorar, fui de los que reían cuando a las once de la noche apareció Pablo Iglesias en televisión llamando a la movilización, tras conocerse los resultados. Mire, señor Iglesias; en democracia no hay mayor movilización que una jornada electoral. Su escrutinio es el que los ciudadanos han querido. El pueblo, por decirlo con sus palabras, que vota y habla tanto cuando nos gusta como cuando no nos gusta.
Y en cuanto a los que han desempolvado la fotografía de aquellas grandes manifestaciones del 4 de diciembre de 1977 que abrieron la puerta de una autonomía que ahora -dicen- “nos quieren robar", también se me ocurre decirles: hubo autonomía porque una gran mayoría de andaluces quiso la autonomía. Si algún día esa misma mayoría de andaluces no quiere la autonomía, no habrá autonomía. Tan sencillo como eso.