"¡Parece que ha sido un reventón de gas!"
Patios desiertos y clases suspendidas en el Hospital Real. Así recuerda el escritor jiennense Juan Eslava Galán la mañana del 20 de diciembre de 1973 en Granada. En aquellas, el ganador del Premio Planeta de 1987 estudiaba Filología en la capital nazarí y, en un fragmento de su obra 'La década que nos dejó sin aliento', recuerda algunas de las frases que escuchó en las calles de la ciudad a raíz del atentado terrorista de ETA que, aquel día, acabó con la vida del Almirante Luis Carrero Blanco: el Presidente del Gobierno.
Según narra Eslava Galán, hace cuarenta años exactos vivía en la Calle Pedro Antonio de Alarcón, como el mismo se encarga de destacar, "todavía no asfaltada, pero ya flanqueada de horribles bloques de hasta nueve alturas". El escritor reproduce una conversación en una panadería de la calle granadina: "Un reventon de gas", "una bombona de butano" o "una bolsa 'suterraña'" eran las teorías que , según el jiennense, elaboraban varias mujeres tratando de esclarecer los hechos. No tardarían demasiado en descubrir la verdad.
Eran las 9.28 de la mañana del 20 de diciembre de 1973. El Presidente regresaba a casa, para desayunar junto a su mujer, después de oír misa en una iglesia cercana, como hacía todas las mañanas. Era un hombre de férreas convicciones religiosas. El Almirante Carrero Blanco discurría, a bordo de un Dogde Dart modelo 3700 GT, a la altura del número 104 de la calle Claudio Coello cuando una explosión hizo volar por los aires su vehículo.
La violencia de la onda expansiva envió el coche del ya finado Presidente del Gobierno al tejado de la residencia de los jesuitas, que tendrían tiempo para darle la extrema unción a Carrero Blanco y a sus dos acompañantes antes de que los servicios sanitarios certificaran sus fallecimientos. ETA no tardó en reivindicar la autoría del magnicidio: El crimen de mayor calado político en toda la trayectoria del Franquismo.
La muerte de Carrero Blanco sumió al país en la incertidumbre. Franco, otrora enérgico general autoritario, y, en aquel momento, anciano venido a menos, tomó la decisión de situar en el lugar de Carrero Blanco a un hombre de carácter conservador, perteneciente al búnker: Carlos Arias Navarro, que, menos de dos años después sería el encargado de anunciar el fallecimiento del dictador a todos los españoles.
Posteriormente, otros hombres condujeron a España al proceso de transición democrática, un tránsito que, fuese para mejor o para peor, hubiese sido muy distinto si, en aquella mañana del 20 de diciembre de 1973, de aulas vacías en el Hospital Real de Granada, Carrero Blanco no hubiese sido asesinado.