Pegatina Dani
Llego mal del colegio. “¿Qué te pasa, Dani?, le pregunté. “No lo sé. Me duele la barriga…”. Su madre aún no había llegado. Merendó y nos pusimos a hacer los deberes. Es difícil hacer deberes con Dani. Se despista con nada. Crees que te está prestando atención y, en cambio, está en su mundo, buscando territorios mentales por explorar o desafiantes metas que trata de hacer suyas.
A eso de las siete y media lo soltó: “Oye papá, ¿por qué a veces los papás o las mamás se van de casa?”. Así, de sopetón. Sin venir a cuento. Entre una división y un problema de trenes.
¿A qué viene eso, Dani? Pero Dani es Dani. Y aún no adivinaba la relación con la cuestión ferroviaria, cuando, sin levantar los ojos de la tarea, me dijo que su amigo Óscar le había contado que su padre no estaba por las noches en la casa desde la semana pasada y que dormía solo con su madre y con Nuria, su hermana. Que su madre había estado muy rara toda la semana y que, en ocasiones, la oía llorar por las noches y que echaba de menos a su padre.
Que por qué se van los papás y las mamás de casa. Hoy es esto, pero podía haber sido cualquier otra cosa. Qué pasara por la mente de nuestros hijos cuando un día dejan de procesar las referencias de su niñez. Qué sucederá cuando la melodía de su vida se desacompasa. Cuál será el duelo, cuánta la insatisfacción, cuántos los complejos por sentirse distinto hasta que su propio conocimiento le devuelva la imagen de que su problema no es único, que hay muchos como él y seguro que podrá adaptarse y superarlo.
Entretanto, me pregunto si Dani sabe secuenciar estas vivencias, y cuáles de ellas le ayudarán a crecer como persona. Si sabrá levantar la vista de su ombligo, adivinar que en la ayuda a los demás puede encontrar un cacho de su felicidad, la de saberse útil, la de sentirse colocador de pegatinas, taponador de agujeros por donde pausadamente escapa en ocasiones la alegría de sentirse vivo. Me encantaría fichar a la pegatina Dani, la que ofrece sosiego y calor suficiente como para que en su alrededor nadie sienta que, una y otra vez, huye de un dolor, que todo lo tambalea y termina derrumbando sin tener a quién acudir y llorar a escondidas en su hombro.
- “Mañana me gustaría ir con Óscar y hacer los deberes en su casa. Me lo ha pedido. ¿Puedo ir, papá?”
Suspiré. Al menos evité contestar a su pregunta del inicio. No hubiera sabido qué decirle. Ha crecido Dani. Mucho. Por dentro y por fuera. Y me gusta lo que veo. La pegatina Dani… por muchos años que lo sea…