Perdidos en la nieve y goleando
El Granada CF de la 49-50 protagonizó una aventura extra-futbolera digna de un guión de cine. Ocurrió entre los días 12 y 15 de diciembre de 1949. Todo empezó el sábado 10 de diciembre, cuando la expedición rojiblanca compuesta por trece futbolistas, más el míster Cholín y el masajista Bombillar, partieron en autobús hacia Alicante, parada y fonda, para continuar al día siguiente su viaje hasta Alcoy, donde por la tarde el Granada jugó su partido de la jornada 14 del grupo sur de segunda división. El Granada era en esos momentos líder de su grupo, pero el Alcoyano, recién descendido de primera, era también un gallito de la categoría (acabaría campeón y ascendido). Con quejas hacia la actuación del árbitro, que permitió un gol local en claro fuera de juego, el equipo rojiblanco cayó derrotado 2-1 y perdió un liderato que ya no volvería a recuperar.
Lo singular de esta historia ocurrió a la vuelta de tierras alicantinas. La culpa la tuvo el meteoro. Una gran masa de aire polar que afectó a toda la Península y dejó los termómetros bajo cero durante casi una semana. En Granada lunes y martes sopló un vendaval que derribó árboles e hizo volar tejas y persianas, mezclado con una tímida nevada que no llegó a cuajar y acompañado todo de una notabilísima bajada de las temperaturas y de cortes de fluido eléctrico de varias horas que no fueron sino otra vuelta de tuerca en el ya deprimido y gélido panorama urbano de tranvías detenidos en mitad de su recorrido y calles como boca de lobo, porque las restricciones decretadas por la compañía Mengemor por culpa de la pertinaz sequía venían siendo desde hacía meses algo cotidiano. Como siempre que en esta época apretaba la meteorología, Granada quedó varios días incomunicada del resto del mundo por carretera, ferrocarril y telégrafo.
En la zona de Baza, por encima de los mil metros de altitud, llegó a acumularse más de un metro de nieve, bloqueando durante tres días en la estación de Baúl al tren expreso que venía de Alicante y obligando a su pasaje a buscar cobijo en las casas de los vecinos de este pequeño anejo. Baúl era una cortijada perteneciente a Baza de no más de cuarenta o cincuenta casas que dieron alojamiento a gran parte de los 400 viajeros, hacinados como podían, permaneciendo una parte importante de los mismos en el propio tren, al que pronto se le acabó la escasa calefacción con que contaba; allí, a bajo cero, hubieron de pernoctar tres jornadas a oscuras y helados, derritiendo la nieve para beber y sin apenas víveres que llevarse a la boca.
También los jugadores del Granada que volvían de Alcoy en autobús se vieron bloqueados en la nieve y sin poder avanzar ni retroceder. El jueves 15 de diciembre Ideal informa en primera página que los futbolistas no han vuelto todavía y que su autobús se encuentra cercado por la nieve en Gor. Esta situación duró hasta la madrugada del viernes, cuando por fin pudieron los jugadores regresar a la capital. Lo hicieron en ese mismo tren detenido en la estación de Baúl una vez que éste pudo volver a circular. Los pasajeros de este tren de Alicante a su llegada relataron a la prensa su odisea de 72 horas y la prueba física y mental que la experiencia les había supuesto. Los jugadores del Granada por su parte contaron que se vieron obligados a abandonar el autobús que los traía de Alcoy en la Venta de Charches, cerca de Gor, y de allí, calzando sus botas de tacos y con varios pares de calcetines superpuestos, se trasladaron con la nieve por la cintura hasta un cortijo situado a unos cien metros, donde pasaron la noche del lunes, todos sin dormir y sin probar bocado. Al día siguiente dos de ellos consiguieron con gran esfuerzo regresar al autobús para recoger algunas cosas de comer que en el vehículo llevaban. La segunda noche unos pocos la pasaron en otro cortijo cercano, y otro grupo consiguió llegar a la estación de Baúl después de dar mil vueltas y desorientarse varias veces en la estepa nevada. Finalmente todos se reunieron en Baúl después de penalidades sin cuento y así consiguieron continuar su viaje hasta Granada en el tren de Alicante una vez despejadas las vías. La entrada del convoy en la estación de Andaluces se produjo ya en la madrugada del viernes 16. Cholín, el entrenador de aquella plantilla, que sigue siendo a día de hoy el que más partidos de segunda división dirigió al Granada en toda su historia, relató la epopeya sufrida en propias carnes, resaltando la angustia y el miedo pasado durante la travesía, deambulando por unos parajes para todos desconocidos, hundidos en la nieve que había borrado cualquier vestigio de camino, sin calzado ni vestimenta adecuados y sin saber si iban o venían; algunos de los expedicionarios creyeron llegada su hora.
Total, tres días sin apenas dormir ni alimentarse y ya estábamos a viernes y el domingo esperaba el siguiente rival en la jornada 15, el Levante, porque a nadie se le ocurrió solicitar de la Federación el aplazamiento del choque. Lo que son las cosas en el fútbol. O lo que eran las cosas en aquellos años. Ninguno de los que sufrieron la aventura errante por los páramos bastetanos pescó ni si quiera un constipado y el Granada, vestido de blanco, camiseta y pantalón, ya que las equipaciones titulares estaban todavía en el abandonado autobús que le servía en todos sus desplazamientos esta temporada, con el solo cambio respecto de la alineación de Alcoy de Trompi (que no jugó pero viajó y padeció las mismas peripecias que los demás) por Sosa, consiguió en la fecha histórica de 18 de diciembre de 1949, jornada 15 y última de la primera vuelta, la que sigue siendo a día de hoy la tercera mayor goleada de toda su historia mientras fue equipo de segunda división: 8-1 al Levante (sólo superada por un 8-0 al Badalona de la 40-41 y un 9-2 al Linense de esta misma 49-50), equipo de la zona baja de la tabla que salvó al final la categoría agónicamente. Más amplio pudo ser incluso el palizón porque el árbitro anuló –mal, según los plumillas granadinos- dos goles a los rojiblancos cuando el marcador iba todavía 0-0. El absoluto triunfador de la tarde fue el ariete Morales, autor de cinco de los ocho rojiblancos, la segunda mayor cifra de goles conseguidos por un granadinista en un partido. Sin descansar ni alimentarse convenientemente durante cuatro días y sin prácticamente entrenar, los rojiblancos pasaron literalmente por encima de su débil rival. Definitivamente, eran otros tiempos y eran de muy distinta madera los que se dedicaban a esto de patear un balón.
Era ya la cuarta gran goleada en lo que iba de temporada, junto a un 6-0 al Castellón, un 7-2 al Salamanca y un 6-1 al Cartagena (todavía faltaba el 9-2 al Linense en la recta final del campeonato), porque otra nota que caracteriza a esta temporada es que a lo largo de ella hubo más grandes escardones (en granaíno castizo) rojiblancos que en ninguna otra. Y eso que la prensa y la afición venían pidiendo insistentemente, incluso a gritos, que el equipo se reforzara con delanteros. De los años de primera quedaban en la plantilla solamente Millán, Sosa, Trompi, Mas y Rey, pero esta temporada fue, números en mano, la que mejor promedio de goles a favor arrojó de las treinta y tres de segunda, 2,37 goles por partido, sólo superado por el 2,46 de la 41-42, récord histórico absoluto que estableció la mítica delantera a base de Marín, Trompi, César, Bachiller y Liz del debut primerdivisionista. La segunda vuelta de la liga 49-50 fue otro cantar y las lesiones de hombres importantes y las bajas formas de la mayoría depararon al final un insulso noveno puesto.
En las largas y tediosas veladas de las tres noches pasadas dentro de los vagones desvencijados en la estación de Baúl, algunos aprovechados, que nunca faltan en este tipo de situaciones, ejercieron de estraperlistas e hicieron su agosto cobrando un potosí por un caldo de gallina arrugado y plagado de estacas o por un bocadillo pétreo de chorizo revenido o un cabo de vela. Pero, según contaron los viajeros de aquel tren de Alicante, lo que más imperó fue la solidaridad y la camaradería entre los prisioneros forzosos y los vecinos de la pequeña pedanía. A pesar de todas las incomodidades, no faltaron la alegría y las improvisadas verbenas, y en cuanto alguien soplaba su armónica y tocaba aquello tan de moda de La Raspa, se organizaban unos alegres bailoteos en los que participaba un buen número del pasaje. Hasta algún romance nació en medio de aquel destierro.
La Raspa, en la actualidad todavía interpretada y bailada cuando de fiestas se trata, fue para nuestros abuelos una especie de himno que no podía faltar en cualquier tipo de sarao. Una canción y un baile inmensamente popular en toda España y también en nuestra tierra desde que se estrenara en febrero de ese mismo año en el cine Granada la película Fiesta Brava, con Esther Williams salida de su piscina y convertida en torera, un musical mejicanizante más bien plomizo y tontaina y con los toros como paisaje de fondo que en su tiempo causó furor y estuvo nominada para un óscar al mejor filme musical, y que incluía entre sus muchos números el de la Raspa, musiquilla pegadiza donde las haya que inmediatamente conoció miles de versiones y letras distintas, algunas muy procaces. Esa misma canción pudo oírse en las gradas de Los Cármenes, entonada por hinchas eufóricos y modificada en su letra para la ocasión, mientras el Granada sobre el césped goleaba inmisericordemente al Levante aquella tarde de mediados de diciembre de 1949.
A propósito de canciones populares extraídas de espectáculos y utilizadas en otro tipo de jolgorios, viene aquí a cuento referir que un año antes, también con variaciones libres en cuanto a la versión original, en Los Cármenes lo que canturreaba alegre la hinchada cada vez que el Granada goleaba era aquella otra cancioncilla también muy popular que decía: «¡Ay qué tío! ¡Ay qué tío! / ¡Qué puyazo l’ha metío!», de la revista, La Blanca Doble. Los estrenos en Granada de La Blanca Doble en el teatro Cervantes, y de la película Gilda en el Coliseo Olympia, cosas que ocurrieron con sólo un mes de separación, entre enero y febrero de 1948, provocaron en esa fecha una guerra entre los dueños granadinos de las salas de espectáculos y el diario Ideal. La Blanca Doble y Gilda, dos hitos en la historia de la censura en España. Ambas fueron en su día ampliamente anatemizadas desde los púlpitos, y todo aquél que fuera a verlos podía considerarse fulminantemente excomulgado.
Los empresarios del espectáculo, encabezados por el jefe provincial del sindicato vertical de la cosa, el entonces presidente del Granada, Ricardo Martín Campos, copropietario del teatro al aire libre Gran Capitán y del Salón Nacional (antes y después Regio de nombre), en febrero de 1948 decidieron dejar de anunciarse (y de pagar por la publicidad, claro) en el diario de la Editorial Católica porque éste, mucho más a menudo de lo que los peliculeros estimaban conveniente, venía calificando como «no debe verse» los productos que éstos vendían. Tanto La Blanca Doble como Gilda por descontado que para Ideal no debían verse. No hay que olvidar que estábamos en pleno nacionalcatolicismo rampante, en el que lo que se entendía como moral cristiana parecía limitarse a cuestiones de escotes o largos de faldas, y las cosas sicalípticas eran el pecado más gordo que podía cometerse. Tampoco hace falta remarcar que a pesar de las amenazas de condenación al fuego eterno a quienes se atrevieran a traspasar los umbrales de aquellos antros de perdición que eran los cines y teatros, la gente de a pié, pasando olímpicamente de la moral de sacristía que quería imponérsele, abarrotó cada día y en cada función los distintos locales en que ambos espectáculos se exhibieron y que, a pesar del cabreo de los empresarios del espectáculo, los de las sotanas con sus mensajes apocalípticos les hicieron al final la mejor publicidad. Los empresarios del ramo mantuvieron esta mini guerra durante cinco años y en ese periodo en Ideal sólo aparecían reseñadas en un minúsculo recuadro las distintas películas u obras de teatro que daban las salas granadinas y su calificación “moral”, dictada por la oficina diocesana del arzobispado. Una guerra que no afectó a los otros periódicos que había en Granada: el diario Patria y el semanario La Prensa, o sea, la Hoja del Lunes con otro nombre, que siguieron incluyendo en sus páginas grandes anuncios con la cartelera de cada día.