Pérez y Salvador, en su laberinto
Todas las relaciones humanas, públicas y privadas, basculan y descansan sobre la confianza. Es el pilar que sostiene la convivencia, tanto en la familia como en el trabajo o el transitar por la vida en cada uno de los pasos cotidianos que damos. Y también, obviamente, en el devenir político de cualquier institución. Salvo en el Ayuntamiento de Granada, donde se ha instalado para largo la desconfianza. Tejida, para más ‘inri’, por uno de los artífices del pacto que actualmente compone el gobierno municipal PP-Cs, en un emplazamiento público al otro artífice, quien en los días de semana que llevamos no ha sabido oponer una respuesta más allá de lo balbuciente en torno a un apretón de manos que, de momento, no sabemos si existió o no y cuál fue la interpretación que cada uno de los ‘apretantes’ dio al saludo.
Volvemos así al ‘minuto uno’ de aquel momento, cuando las manecillas del reloj caminaban alocadas a la hora en que ya no habría solución al único objetivo que, visto lo visto, importaba: ‘¡para quitar a Cuenca!’. Ni acuerdo programático, ni modelo de gestión, ni reparto de concejalías. No. Para echar a Cuenca, casualmente la lista más votada, uno de esos latiguillos que el PP había convertido en axioma-religión a la hora de decidir alcalde. Y casualmente también, que el hombre que en 2015 consumió los días y las horas debajo del foco y haciendo como que rehusaba lo que tenía decidido desde el mismo minuto que cerraron las urnas poniendo sobre el tapete más y más condiciones, no tuviera tiempo en junio de 2019 para apretar su mano con su desde ese momento socio político, tal vez porque el reloj acuciaba…
Tengo para mí que Sebastián Pérez, en esta apertura de curso político que ofició el lunes en Órgiva hablaba para los suyos. Y quiero pensar que Pérez, todavía bajo el influjo de los rayos solares disfrutados hasta unas horas previas a su discurso, no midió las consecuencias de sus palabras. Porque de otra forma no se entiende que a dos meses de aquel acuerdo que aupó a Luis Salvador a la planta noble de la Plaza del Carmen el presidente provincial del PP se dedique a emplazar a su socio con un énfasis y una urgencia incompatible con los dos años que todavía faltan para que llegue el momento del relevo pactado. Si llega y si se pactó. O si los dos entendieron lo mismo y uno se hace de momento el 'longuis' o si... vaya usted a saber qué.
Pérez hablaba para los suyos -digo- porque es a los suyos, es decir a los afiliados del PP granadino, ante quienes tiene que justificar ese pacto que ha orillado a Granada en función de otros intereses, después de pasarse años y más años acusando por activa y por pasiva a los socialistas de hacer precisamente eso, orillar Granada en función de los intereses de otras ciudades o provincias o -más en concreto- conveniencias partidistas.
En el otro lado, Luis Salvador, a quien habrá que reconocerle en su taimada actuación política una intuición por encima de la media para ‘leer’ contextos y anticipar jugadas que resitúen el escenario y hagan imposible la vuelta atrás. El Ayuntamiento y su alcaldía son una de ellas. No solo porque para removerlo habría que poner de acuerdo a los votos de PP y PSOE. Sino también porque sabe que el panorama político nacional y regional también le favorece. Pensar que el PP andaluz, que Moreno Bonilla pudiera poner en peligro la coalición que gobierna en la Junta con Cs con el único objeto de reivindicar los derechos de Pérez en la alcaldía de Granada es algo así como pensar que alguno de los diputados que hemos tenido en el Congreso iba a renunciar a su escaño ante el ninguneo que los sucesivos gobiernos sometieron a la provincia. Y en cuanto a los vientos nacionales, basta con mirar a ese ‘España Suma’ que el PP ha registrado como marca electoral en una invitación a todo el espectro de la derecha política para concurrir en una sola candidatura ante una hipotética repetición de las elecciones generales.
Que en este escenario, en el que las cartas están repartidas, Sebastián Pérez amague con romper el pacto y dejar el gobierno de la ciudad en las solitarias manos de cuatro concejales es una irresponsabilidad. Porque Pérez sabe que el Ayuntamiento quedaría así, en una inestabilidad mayor que la que ahora mismo arrastra. Y lo sabe porque sabe que en la aritmética electoral, una vez votada la investidura de Salvador, ninguna otra combinación suma, salvo alguna contra natura que el presidente provincial del PP sabe que nunca se producirá. Todo lo demás es accesorio, incluida la obviedad del apretón de manos, si lo hubo o no lo hubo, incluso si Salvador miente y lo incumple. En todo caso, la actitud del alcalde ‘naranja’ merecería la crítica tanto de los populares como de los granadinos en general, pero el juicio correspondería a mayo de 2023 y por cuenta de los votantes.
Con emplazamientos y actitudes como la de estos días volvemos a situaciones como la que hemos arrastrado desde el minuto siguiente a la jornada de mayo de 2016 en que, dimitido Torres Hurtado y elegido Cuenca, todos los grupos municipales se colocaron en ‘modo precampaña’, pensando desde aquel mismo momento en las elecciones. Entonces faltaban tres años. Ahora, cuatro.
Lo de Neymar termina entre hoy y mañana. Lo de la alcaldía de Granada dura más, trae pilas alcalinas, no se puede disociar de las personalidades de Luis Salvador y Sebastián Pérez y, sobre todo, tiene una fecha marcada en el calendario, allá por los primeros días del verano de 2021, cuando efectivamente se cumpla esta cuenta atrás iniciada hace apenas dos meses, ecuador del mandato municipal en el que el ‘naranja’ debería -o no- traspasarle el bastón de mando al ‘popular’. Que esa especie de pacto que nunca existió -o sí- gravita y gravitará durante todo este periodo político y corporación municipal que culmina en 2023 es un axioma ya comentado aquí y en cualquier otro foro que analice las claves y avatares que rodean al Ayuntamiento de Granada. Ni el mejor guionista de aquellos culebrones (aquellos peculiares nombres de protagonistas: Ricardo Emilio, Fernando Ignacio, Rodrigo Pedro, Amador Ramiro, Ernesto Jaime…) que se apoderaron de las televisiones mediados los años 90 hubiera imaginado un ‘chicle’ tan a estirar como este del ‘2+2’ sobre el que volverán y volveremos, volverán y volveremos, volverán y volveremos… De este raro laberinto no podemos ya salir.