Pon un perro en tu vida, o dos
Mucha gente dice que son como las personas, pero, discúlpenme la corrección, son infinitamente mejores que nosotros
Como ha pasado en casi todas las columnas, aquí estoy el día de antes de publicarla sin saber muy bien en qué va a acabar. Sentada delante del ordenador mientras me deleito con el sonido de las gotas chocando contra el cristal. Con una bata de un rosa que odio, como todos, pero que es de mi abuela y que, aunque ya no huele a ella, si consigo sentirla un poco más cerca cuando la llevo puesta.
Me he despertado y no había café. Algo que me mosquea muchísimo, desde siempre y me temo que para siempre. Luego, al ratito, me ha saltado un recuerdo de Instagram de justo hace un año, 10 de febrero de 2020, donde compartía lo mal que me sentaba levantarme y que no hubiera café. Muchas cosas han cambiado desde entonces, otras no tanto, pero supongo que esta insignificancia no es más que un mero recordatorio de que hay cosas que van a pasar siempre, que se repetirán, que su ciclo y su destino es ese, repetirse una y otra vez.
Cuando pienso que hace ya un año desde que nuestras vidas empezaron a cambiar siento miedo y respeto al paso del tiempo. Creo que más miedo que respeto. Me he dado cuenta de que es algo en lo que reparo casi a diario, cómo vuela la vida y qué dificil a veces seguirle el ritmo. Ojalá hubiese un botón que poder pulsar cuando quisiésemos detenernos en algún momento exacto y que durase lo que nosotros quisiésemos. Ojalá muchas cosas, y así pasamos la vida, deteniéndonos más en recuerdos y ojalases que en el presente que nos está pisando los talones, y que, este en concreto, nos ha echado al ring para ver hasta dónde estamos dispuestos a llegar.
Está empezando a salir el sol. Justo me da en la espalda, y empiezo a tener un poco de calor. La bata rosa chicle de mi abuela es de terciopelito y quizás empiece a sobrarme, pero no me la voy a quitar. Tengo enfrente a Vegeta luchando por no dormirse mientras intenta sin éxito mantenerme la mirada. Creo que quiere decirme que me deje ya de divagar y que escriba sobre él, sobre ellos. Suena de fondo una canción preciosa que me confirma que lo haga, que me recuerda que sobre pocas cosas voy a poder escribir más real que sobre mis perros. Empezaré contando cómo llegaron a mi vida.
Como muchos sabéis, tenemos dos perros, Goku y Vegeta, de casi 6 y 5 años respectivamente. A Goku me lo encontré en la calle, metido en una caja y con un cartel que ponía "busco dueño". Tenía un mes y era como mi mano de pequeño y gordito. Lo metí en el bolso y me lo subí a Huétor, a casa de mis padres. El Claudio, mi padre, el hombre de mi vida y un larguísimo etcétera de cosas más, aún no había llegado del trabajo. Goku dormía hecho una bola en la alfombra.
Cuando papá llegó a casa, mientras se aflojaba la corbata y dejaba la chaqueta en la silla, me miró y, esbozando una sonrisa, me dijo: lo que te faltaba. Ni se acercó a él. Ninguno podríamos imaginar que la historia iba a cambiar tanto con el paso del tiempo.
A Vegeta me lo encontré justo al año. Estaba en Güejar Sierra, había estado de excursión con la familia y reponíamos fuerzas en un bar de la plaza del pueblo. Comiendo chistorra y bebiendo cerveza helada. A unos 100 metros había otra familia con un bebé de dos años y un perro de agua gigante, precioso. A su lado se divisaba una mancha negra enana que se movía incesantemente. Era él, Vegeta, uno más entre todos ellos, parecía. A los minutos se fue acercando a nuestra mesa. Lo cogí en brazos y no debía pesar más de medio kilo. Estaba sucio, muy sucio, pero parecía sano. Les pregunté a la familia si era suyo y me dijeron que no.
Llamé a Pepe para consultarle si nos lo quedábamos y me dijo que no. Que o el perro o él. No le hice caso y me lo llevé a casa, igual que hubiera hecho él independientemente de lo que yo le dijera. De camino en el coche le di medio sandwich que me había sobrado y os juro que nunca lo he vuelto a ver comer así. Goku no lo recibió bien. Le gruñía e intimidaba. Justo al día siguiente habíamos reservado un hotel que aceptaban perros en Cumbres verdes, un sitio que sacará lo mejor de mi siempre. Nos fuimos los 4.
Después de que pasaran la tarde ladera arriba y abajo, vamos a montarnos en el coche y cuando quiero darme cuenta he cerrado la puerta con la pata de Vegeta dentro y él fuera. Literal. Me di cuenta cuando lo escuché chillar cómo lo hizo. Me quise morir. Deseé muy fuerte poder sentir yo el dolor en vez de él. Rota de pena llamé a mi amiga Sofía desesperada en busca de alguna palabra de alivio. Me dijo que esperara a ver si a la mañana siguiente apoyaba. Conforme me vio llorar dejó el de hacerlo y empezó a secarme las lágrimas a base de besos, igual que hace ahora. Llegamos al hotel y le pusimos en su cama. Yo no podía dejar de escuchar sus chillidos y su llanto en mi mente. Como un martillo que repite su golpe una y otra vez haciendo el agujero cada vez más grande y profundo.
Goku se acercó a él, le olió la pata y se puso a su lado. Hasta hoy. En ese preciso momento dejó los celos para convertirse en el mejor hermano mayor del mundo. La verdad es que intento explicar con palabras lo que siento hacia ellos y todas se quedan enanas, absurdas, ni tan siquiera se acercan a ese sentimiento que hay dentro de mi y que lleva sus nombres. Mucha gente dice que son como las personas, pero, discúlpenme la corrección, son infinitamente mejores que nosotros. Nunca podremos parecernos a ellos, ni en nuestros mejores sueños.
Tener perro es recibir constantemente lecciones de amor y lealtad. Ese amor y esa lealtad que nosotros nos encargamos de manchar y cargarnos a diario. Tener perro es que te lo den absolutamente todo sin esperar nada a cambio. Que un corazón explote de felicidad sólo porque tu estés llegando a casa. Que les da igual que se acabe el mundo si tú estás cerca.
Yo siempre digo que Goku es la reencarnación de algún humano que en su día mereció disfrutar de una segunda versión suya pero mejorada. Es intuitivo, pasional, inteligente y noble como no lo son la mayoría de las personas. Lo ve venir a leguas todo, lo bueno y lo malo. Sabe cómo tiene que recibirte, si haciéndote una emboscada porque tu día ha sido redondo o si primero moverte el rabo y después besarte sutilmente porque ha sido un lunes insulso y estúpido. Pasa de los perros como yo de lo que me transmita toxicidad y lo más importante de su vida es, en este orden, el Claudio, las salchichas, la pelota y nosotros. Pasa de los perros menos cuando alguno intimida a Vegeta, que entonces su ladrido se transforma y es capaz de provocar un vendaval. Si no lo conoces y lo escuchas ladrar así igual temes por tu vida y la de tu perrito, cuando en realidad es incapaz de hacerle daño ni a una mosca.
Vegeta es el perro más cariñoso del mundo. Perdí la cuenta de los besos que es capaz de darme al día cuando iba por el 250. También es muy inteligente, pero celoso como él solo. Dominante también, aunque claro, pesando 4 kilos y midiendo 10 centímetros de alto poco daño puede hacer. Y ese es el problema. Que él provoca y deja que su hermano lo saque de apuros. No pretendo resultar graciosa cuando digo que tiene un pene que no le corresponde. Es enorme. Vegeta Vidal le llamo a veces. Si se tumba boca arriba se le va para un lado. Pero luego te mira con esos ojos negro fuego y sólo puedes reparar en lo bonita que te puede hacer la vida un animal.
Siempre digo que después de ellos no tendré más perros. También sé lo escasa que es mi convicción en estas palabras. No puedo ni pensar en el día que me falten porque sé que ese día también morirá algo en mí. Solo sé que deberían de acompañarnos durante toda la vida y que nunca nadie está preparado para perder a un miembro de la familia, que es en lo que se convierten desde que esas patitas pisan casa por primera vez. Porque para mi son mis hijos. Ellos dependen de mi para todo. Mis planes dependerán de ellos siempre mientras ellos vivan. Mi vida en general.
El vínculo emocional es tan tan fuerte que nunca se romperá. Os invito a todos a que os alegréis la vida adoptando a un perro. Que os deis la oportunidad de convertiros así en mejores personas. Que descubráis lo que es no sentirse solo jamás. Y si no preguntadle al Claudio; a día de hoy, os prometo que Goku es, junto a nosotros, lo que más feliz le hace. Se aman. Mi padre tiene otro concepto de los animales desde que Goku está en su vida. La forma en la que se miran es demasiado especial. Todo lo que tenga que ver con ellos lo es.
"lo que os amo dios miooooo"- les digo una media de 70 veces al día. Y yo, con Vegeta aún enfrente pero en el séptimo sueño, sólo puedo sentirme la más afortunada del mundo por tener los perros que tengo. La forma en que llegaron a mi vida fue tan especial como lo son ellos. Que son como las personas, dicen...Ojalá, ojalá.