Por esos montes
Es una estampa del pasado, salta a la vista. Hay muchas cosas en ella que ya no se llevan, como esa anarquía en el vestir de una plantilla de deportistas profesionales. Tampoco es ya fácil encontrarse a un grupo como el de la foto en escenarios campestres salvo que se trate de una concentración de pretemporada. En la actualidad casi todos los equipos de fútbol suelen llevar a cabo su preparación física y técnica cotidiana en recintos cerrados y apartados de las miradas de curiosos, y a propósito de ese enclaustramiento futboleril de ahora uno recuerda que, no hace mucho, ya no, las sesiones mañaneras de entrenos en Los Cármenes eran acogedor refugio de desocupados y de niños haciendo novillos. Servidor sigue siendo tan forofo rojiblanco como entonces, pero aunque hace ya muchos lustros que no necesita hacer rabona para ver los entrenamientos del Granada, la cosa se ha puesto dificilísima porque se los han llevado a Jun (o “Yun”, para Canal Sur) y además no a cualquiera franquean la entrada en la a medio construir CDG. Desde que se vallan todas las obras y desde que los entrenamientos del Graná son misión imposible, cada vez van quedando menos espectáculos gratuitos para un jubilado.
La curiosa foto que encabeza este escrito es de un entrenamiento de finales de noviembre de 1986 y está tomada en los escalones del reloj de sol del Llano de la Perdiz. Faltaban décadas para que se dispusiera de otras instalaciones distintas de Los Cármenes, y como el terreno del viejo campo era -y fue toda la temporada y la siguiente- un patatal y no se podía machacar más de lo que ya estaba, la muchachada rojiblanca solía completar su preparación física corriendo por esos montes, para lo que contaba como “liebre” con alguien ajeno por completo a la plantilla o a su equipo técnico, otra cosa muy difícil de ver en los tiempos actuales; hablamos del periodista de Vélez-Málaga Jesús Hurtado, en sus años granadinos, suya es la foto (gracias, una vez más), en la que está situado justo detrás del míster Joaquín Peiró. El entrenador aparece con chaqueta de chándal blanca y hombreras oscuras de pie en la primera fila, y a su derecha en la imagen vemos a su segundo, Antonio (Díaz Vaquerizo), en activo hasta la temporada anterior. También acababa de colgar las botas y era entonces asimismo ayudante de Peiró, Pepe Macanás, actual vicepresidente del Granada, con su bigote, es el segundo a la izquierda del entrenador. Más a la izquierda está la barba del ex internacional Ángel Castellanos, reciente presidente honorífico del Granada, apurando su última temporada como futbolista en activo. La piña campera la completa la totalidad de la plantilla del Granada CF de la exitosa temporada 86-87, incluido fisio.
Hay alguien más también ajeno por completo a la plantilla del Granada o a su staff técnico y que hace muy curiosa la foto, un personaje muy famoso pero al que lo único que le une con el fútbol es su afición. Es el torero Espartaco, Juan Antonio Ruiz, hoy retirado pero por entonces número uno en su profesión, a quien se ve también de pie en la primera línea, entre Macanás y Peiró. Los toros no lograron apartarlo de los ruedos pero, lo que son las cosas, sí el fútbol, una pasión que le costó al diestro hace años un serio percance en forma de lesión grave de rodilla, y es que hay por ahí, en esas peñas de Dios, muchos defensas centrales vocacionales que cuando entran tienen más peligro que un Miura. La razón de que Espartaco haya cambiado la taleguilla y los alamares por el chándal y de haberse sumado al footing por el Parque de Invierno es, obviamente, la de mantener la forma física, imprescindible para poder lidiar un morlaco, pero también la amistad que le unía a Macanás, con quien se dijo por entonces que estudiaba montar a medias algún tipo de negocio en nuestra ciudad.
Los esforzados de la imagen preparan en esos momentos su partido en El Arcángel cordobés del domingo siguiente, jornada 14 de la liga de 2ª B 1986-87, la única hasta el momento en que esa categoría estuvo compuesta por un solo grupo de veintidós equipos, con ascenso directo para los primeros cuatro clasificados. Fue una temporada bastante buena en lo deportivo para el Granada, que consiguió el ascenso al terminar tercero, pero en los momentos en que está hecha la foto pintan bastos para los rojiblancos, que llevan cuatro jornadas seguidas sin ganar y han perdido comba cayendo al sexto puesto de la clasificación, y ya hay quien pide la cabeza del míster. Todavía vendrían dos partidos más sin vencer, con empate en Córdoba y derrota en Almería, bajando hasta el octavo puesto en la jornada 15, pero afortunadamente hubo paciencia con Peiró y a partir de la jornada 16 se encadenaron cinco victorias y un empate y volvió a meterse el Granada en los puestos de ascenso sin desconectar ya de ellos hasta el final y conseguir subir a segunda en Zaragoza una jornada antes de terminar la liga. El hecho de que todos los desplazamientos se hicieran en autobús (la mitad de Madrid para arriba, incluidos seis al norte peninsular; aparte hubo tres salidas a las islas) y de que no estuvieran todo lo al día en sus emolumentos como hubieran deseado no impidió que los futbolistas dieran el do de pecho y ascendieran. En la más pura tradición rojiblanca en lo que se refiere a ascensos de categoría, faltando tres jornadas para terminar la liga, en Los Cármenes tocaba recibir al Ceuta; la victoria hubiera dado el ascenso matemático, pero un inoportuno empate lo aplazó hasta la siguiente, la jornada 41, con visita al Aragón, donde una victoria 0-2 convirtió en trámite el último partido.
En lo deportivo bien, ya se ve. En lo demás fatal. Con una deuda acumulada estimada en unos 600 kilos de rubias pesetas, arrancó la temporada rojiblanca con el objetivo del ascenso y con dos presidentes: uno efectivo, Candi, y otro adjunto, Alfonso Suárez. El segundo había desembarcado en el club la temporada anterior como una especie de tío de América para con su solvencia crematística sofocar alguno de los muchos incendios monetarios que amenazaban, incluso a corto plazo, la propia existencia de la entidad. Su valedor había sido José Aragón, entonces presidente en funciones del Granada ya que Candi estaba temporalmente apartado del sillón de Recogidas por motivos de salud. El que paga manda, así que, de simple directivo y dado que su bolsillo estiraba bastante bien, se convirtió Suárez en presidente ejecutivo o de facto. Y en éstas volvió Cándido Gómez, una vez sanado de sus dolencias. El club era una pura ruina en todo, sin embargo en cuestión de mandamases se podía decir que nadábamos en la abundancia; dos mejor que uno, dice el dicho, pero como de refranes no andamos cortos, también viene aquí bien aquel viejo proverbio que reza: en cada corral un solo gallo y en cada casa un solo amo. Enseguida empezaron las hostilidades entre ambos, que se iban a prolongar a lo largo de este ejercicio y los siguientes e incluso creo que a día de hoy no han terminado por completo, con graves acusaciones del empresario de las tragaperras hacia don Cándido y su gestión que desembocaron en algún momento en el juzgado de guardia. En noviembre, sólo un par de semanas antes de la fecha de la foto que va delante, Cándido Gómez renunció por escrito a su cargo, quedando ya Alfonso Suárez como único patrón de la nave rojiblanca hasta tanto se convocaran elecciones al cargo, cosa que ocurrió ya en abril de 1987. Para que Candi dimitiera fue necesario que Suárez comprara la deuda que con el primero tenía el club, estimada en ciento y pico millones.
La salida de Candi parecía cerrar el ciclo y asegurar la marcha económica del club. Pero nada de eso. Toda la temporada fue un continuo llamar con los nudillos en el primero derecha de Recogidas 35 y esgrimir facturas y pagarés los más variados personajes, sobre todo ex futbolistas y ex directivos. La gran trampa económica del club se decía que andaba por cerca de 600 millones. Más o menos. Siempre hay que añadir ese “más o menos”, porque las cuentas del Granada CF nunca fueron precisamente un dechado de claridad, y menos por esta época, en la que se puede decir que en el Granada CF se inventó la contabilidad por partida doble, triple y hasta cuádruple, y era relativamente frecuente que las entradas en el libro de mayor no tuvieran más soporte contable que una servilleta de bar arrugada y garrapateada, y eso cuando había tal justificante. De esos aproximadamente 600 millones de pesetas, más del noventa por ciento se debían justo a quienes habían contribuido a que la deuda del club fuera ya estratosférica, antiguos presidentes y directivos, y alguno de éstos llegó incluso a embargar al club rojiblanco y un día unos operarios se presentaron en las oficinas y arramblaron con la tele y tres copas de las grandes, de las del Trofeo Granada. En fin, como queda dicho, eran otros tiempos.
Mientras esto ocurría, en Málaga un ilustre ex granadinista, el gran Jeno Kalmar, el míster de la final de Copa del 59 y del ascenso de La Rosaleda, apuraba sus últimos años en este valle de lágrimas rodeado de gatos y de estrecheces de todo tipo. Todavía hablaba muy mal el español pero él, que lo fue todo en el mundo del fútbol, cercano a cumplir los ochenta se encontraba con que apenas podía llenar la nevera. Un año antes, en 1985, había sido entrevistado en su casa de Málaga por José Luis Entrala para Ideal en su serie “Hicieron historia en el deporte”, y en esa entrevista dijo que a él nunca le había interesado el dinero, pero que lo habían engañado mucho y por necesidad tuvo que desprenderse del patrimonio que le dio tiempo a reunir en sus años españoles, y que en esos momentos sólo le quedaba la casa que habitaba con su esposa, por donde corrían libres un buen número de mininos. Terminaba Entrala su capítulo pidiendo que a Kalmar se le ofreciera pronto un más que merecido homenaje por parte del Granada. Poco más de un año después, simultáneamente al partido del Granada en Córdoba, el treinta de noviembre de 1986 tuvo lugar por fin ese homenaje, pero no fue el Granada quien lo organizó sino que fue la asociación de periodistas deportivos de Málaga y se llevó a cabo en el campo boquerón, un partido de veteranos Málaga-Sevilla que le reportó al gran Kalmar algo más de 500.000 pesetas con las que solucionar en parte sus penurias.
En la crónica ciudadana penibética, es de destacar que todavía estaban humeantes las ruinas del auditorio Manuel de Falla, destruido tres meses antes por completo en su interior sin que las llamas afectaran a la estructura, por un incendio provocado por un ex empleado en venganza por no haberle prorrogado su contrato. La gran columna de humo vista desde la ciudad hizo pensar a muchos que eran los palacios de la Alhambra los que ardían. Había sido inaugurado en 1978 y en apenas un año quedó restaurado y vuelto a la vida cultural de Granada, lo cual no deja de ser sorprendente porque ya sabemos que en nuestra tierra la menor obra pública viene a tardar normalmente más del doble de lo previsto o de lo que es normal en otros lares.