Por fútbol se puede llorar
Un padre tiene muchas responsabilidades, lógico. Desde el momento que te dan ese retoño lloroso en el paritorio del hospital, las dudas comienzan a inundarte por momentos. Asuntos importantes sí, como cuándo cambiarle el pañal o elegir la guardería; pero también cosas triviales, prácticamente absurdas, como la marca del chupete o quién le da su primer biberón. Sea lo que sea de lo que se trate, siempre quieres coger la mejor opción, no hay espacio para la equivocación.
Una de estas cosas por las que jamás pensé que me preocuparía fue cuando empecé a llevar a mi hija de casi tres años a Los Cármenes. Pensaba que estar juntos era lo mejor que nos podría pasar a ambos, pero me aconsejaban tantas cosas que comencé a dudar: que si se iba a aburrir, que si iba a escuchar muchos insultos, que si no es un ambiente apropiado para una niña… Dudé y dudé hasta que leí el fabuloso “Como siempre, lo de siempre” de Lucía Taboada y comprendí que para ella no había habido nada mejor en su niñez que haber ido cada semana al estadio de Balaídos de la mano de su padre.
Sin embargo, aclarado este asunto, lo que me empezó a atormentar a partir de entonces era si le hacía algún bien al inculcar a esa inocente niña el sentimiento de la Eterna Lucha. Más aún cuando empezó a venir a casa cabizbaja tras jugar con los vecinos de la urbanización y ver que ella era la única del Granada. Se sentía apartada y fuera de lugar en las charlas y disputas entre minimerengues y miniculés. Siempre le contestaba lo mismo, que levantara la cabeza bien arriba porque era más valiente que todos los demás. Y tengo que reconocer que por momentos me sentí el padre más responsable de la vecindad.
Pero la seguridad la perdí de un plumazo aquel día, aquel 22 de mayo del 22, después del terrorífico penalti de Molina.
-¿Por el fútbol se puede llorar? Me preguntó de vuelta a casa por la autovía con los ojos llorosos.
Recuerdo bien el punto, pasada la salida de La Chana y cómo el silencio que nos acompañaba me heló el corazón.
-Claro que sí, Paula. Le contesté casi por intuición. Pero mis dudas, desde ese preciso instante, regresaron con más fuerza que nunca. ¿Seguro que estaba haciendo bien? ¿No estaba siendo un irresponsable? Aquel berrinche que tenía la niña y que le iba a durar meses, era solo culpa mía, no había más.
Todas estas ideas las llevo rumiando desde pretemporada, prometiéndole un ascenso a mi hija en el que, lógicamente, nada tenía que ver. Me sentía peor jornada tras jornada, hasta el partido del sábado. Hasta que el gol de Bryan me liberó y grité por el ascenso y por haber tomado una buena decisión: sí Paula, por el fútbol se puede llorar, pero también reír, saltar y bailar.