Sin trabajo, con estudios, sin futuro: Tres historias sobre el voto joven en Granada
Según el último CIS, el 60% del electorado comprendido entre los 18 y los 35 años no tenía decidido su voto. A pesar de contar con formación superior, es una de las generaciones más afectadas por las consecuencias de la crisis económica de 2008
Julia tiene 23 años y acaba de terminar su contrato como recepcionista en un céntrico hotel de Granada. Se trataba de un contrato en prácticas, una de las modalidades más demandadas en esta franja de edad. Tras un año en la empresa, desde la dirección han decidido no renovar su vínculo laboral, alegando no tener los medios económicos para sostener su contrato.
Según apunta Julia, para entrar a formar parte de la plantilla, desde el hotel pidieron que solicitara un 'bono de empleo joven', una de las ayudas que el Fondo de Garantía Juvenil de la Junta de Andalucía aporta a las empresas para fomentar la contratación de aquellos jóvenes que se encuentran sin trabajar o estudiar. En su caso, la administración andaluza aportaba un total de 5000 euros de ahorro a los empresarios al finalizar el año, financiando prácticamente el 60% de su sueldo, que alcanzaba a duras penas los 600 euros al mes. Ella es la cuarta recepcionista de este establecimiento en los últimos 5 años. La excusa por parte de los dueños del hotel, relata, ha sido la subida del Salario Mínimo Interprofesional, algo extraño dado que apenas supuso un discreto aumento de 50 euros en su nómina. De la misma manera, se quejan de la presión fiscal y las dificultades para contratar empleados.
Cuando Julia habla de las elecciones generales de este domingo la respuesta es un suspiro y un silencio largo, aunque confiesa que va a votar. "No creo que nada de lo que dicen se vaya a cumplir. Voto, estoy comprometida con ello, pienso que es un derecho y hasta cierto punto un deber. Pero a la hora de la verdad no se toman medidas. Creo que la preocupación política por la situación de los jóvenes no pasa del discurso. Voto por no empeorar, aunque lo haga con miedo, no es por una cuestión personal con respecto a mi anterior empleo, sino de mantener conquistas sociales".
Hasta este momento, la vida laboral de Julia se limitaba a una tienda de alimentación de su pueblo en Jaén, en la que trabajaba días sueltos a 5 euros la hora y pagos puntuales en especias que llenaban su maleta cuando volvía a su habitación en Granada, donde comenzó a vivir al comenzar el Grado en Historia del Arte. A ella accedió gracias a las ya entonces escasas becas del Ministerio de Educación y a unas notas brillantes, con una mención especial de su promoción en bachillerato. Tras 4 años de carrera y estar cursando actualmente estudios de posgrado, las oportunidades laborales brillan por su ausencia. Su situación es verosímil con respecto a los datos facilitados por la OCDE: el porcentaje de graduados universitarios contratados para puestos que requieren una baja cualificación llega hasta el 34,4%, una subida de más de cuatro puntos porcentuales si se compara con el mismo informe del año 2010.
"Si me preguntas cómo me siento te diría que abandonada. Parece que todo el esfuerzo no ha servido para nada. Después de todo, tengo un título enrollado en un cajón. Te empiezas a cuestionar si tienes algo que ofrecer, si sirves para algo. Nunca se me han caído los anillos por desempeñar ningún trabajo, pero la frustración es enorme. Te baja mucho la autoestima sentir el fracaso con respecto al esfuerzo que han hecho tus padres, que se han partido el lomo para que tengas una educación y prosperes. Soy la primera mujer graduada de mi familia y al final te queda la sensación de que todos los años dedicados se han ido a la basura. Siento que ni siquiera he tenido una oportunidad".
Volver a casa de sus padres para ahorrar, un exilio interior
Un caso parecido es el de Rafa. Tiene 24 años, graduado en Ciencias Políticas en la Universidad de Granada y con un máster en Filosofía Contemporánea por la misma institución. Tras 7 años en la ciudad ha tenido que volver a casa de sus padres en el País Vasco tras no encontrar un empleo que le permitiera mantenerse económicamente ganando más de lo que le costaba el alquiler. Una 'salida del nido' frustrada, que según los últimos datos del barómetro europeo Eurostat no es nada excepcional. Un perfil como el suyo debería de tardar al menos 5 años más en emanciparse del núcleo familiar. Sólo de promedio, los jóvenes españoles no consiguen independizarse a nivel económico hasta los 29 años.
Lo llamativo al hablar con Rafa es que uno tiene la sensación de hablar con un experto en el derecho laboral del sector servicios más que con especialista literatura y lenguaje filosófico. Después de trabajar ininterrumpidamente como camarero desde que cumpliera la mayoría de edad para, al igual que Julia, costearse los gastos que no cubría su beca, se sorprendió hace unos meses al descubrir en la oficina de empleo que únicamente llevaba cotizados apenas 80 días. La práctica totalidad de su sueldo ha venido siempre en un sobre. "No me han hecho una trasferencia en mi vida", apunta entre risas.
Para poder poder vivir en un futuro en Granada, donde ha dejado su pareja y la vida que ha ido construyendo a lo largo de este tiempo, ha tenido que volver con sus padres a Álava y seguir trabajando en el sector de la hostelería sin tener que soportar el peso económico del pago de la vivienda y aspirar así a ahorrar la diferencia. Allí, menos mal, los salarios son algo más altos.
Del porcentaje de votantes indecisos entre los jóvenes, cercano al 60% según el último CIS, él es un ejemplo de manual. Después de mucho pensarlo, cuenta que finalmente votará, aunque mostrando un convencimiento nulo. "En ningún momento estoy votando en positivo. Voto por no ir para atrás. Los pocos derechos que tenemos, conservarlos. No quiero que la situación grotesca que vivimos afecte a la gente que me importa. Que acaben legalizando lo que, aunque ahora ocurra, sigue siendo ilegal. Me siento cabreado y frustrado. Es evidente que, como no cambie, será la última vez que vote".
Donar óvulos para ser mileurista
Mención aparte merece la situación de África, 22 años y estudiante del grado en Ciencias Ambientales, que aún no aparece en el registro de la Seguridad Social como trabajadora. Según el Instituto de Cartografía y Estadística de Andalucía, que sigue haciendo una labor de evaluación de aquellos ciudadanos nacidos a partir del año 94, una de cada cinco personas cuyo dni data de esas fechas en nuestra Comunidad Autónoma jamás ha podido ingresar en el mundo laboral. Su caso no es, por desgracia realmente singular.
Harta de pasar frío ejerciendo de relaciones públicas para algunos 'pubs' granadinos en el fin de semana, una amiga suya le comentó la posibilidad de la donación de óvulos. Como indican, vagamente todo sea dicho, los muchos folletos anónimos que aparecen intermitentemente por las facultades granadinas, este tipo de donación es algo más compleja de lo que supone la donación de esperma. Se trata de una operación quirúrgica, rutinaria, eso sí, pero, como cualquier procedimiento de esta índole, no exenta de riesgo.
África era el 'target' perfecto. Joven, sana y con una conocida que ya había pasado por el proceso, por lo que ambas podían incluso beneficiarse del 'plan amigo' , como si de una compañía telefónica se tratara, que la clínica tiene preparado de cara a dinamizar el negocio y que este tipo de perfiles se animen con el incentivo de una "compensación" económica, evidentemente mucho mayor al de la donación masculina.
En la primera cita médica, a pesar de preguntar al especialista de la clínica sobre si el hecho de tener ovarios poliquísticos, esto es, no poder recibir determinado nivel de hormonas, podía ser un problema para llevar a cabo el proceso, este le respondió, tal y como incide África, con un "no tiene nada que ver, eso no es lo que me interesa". Finalmente, tras un proceso de hormonación severo como es el introducido por este tipo de centros, cuyo objetivo no es otro que conseguir la máxima efectividad haciendo lo más grande posible el óvulo antes de extraerlo, vino lo peor. El día de la operación vomitó la anestesia varias veces y después de la cirugía llevada a cabo, acabó siendo ingresada al día siguiente al no poder siquiera ponerse en pie mientras sufría un proceso de hiperestimulación ovárica. El dolor, de hecho, le dura hasta el día de hoy, ya que aunque de forma controlada, esta situación, de extremo peligro para la salud de quien la padece, puede extenderse durante varios meses.
1000 euros es la cifra de "compensación" por "dietas y molestias causadas" que recibió, una forma de denominar el pago encubierto por el servicio prestado por la donante, que no deja de jugar un papel de mercado en este negocio. Sería el primer 'sueldo' de África, que hasta entonces no había llegado a ingresar nunca una cantidad similar. "En su momento me pareció una fortuna. Viendo lo que ha pasado, no puedo estar más arrepentida".
En cuanto a las elecciones, eso sí, se trata de su tercera experiencia como electora. Esta vez no piensa votar. Se siente totalmente ajena, "cansada e indignada". En este caso el voto, aunque con dudas, va a la abstención. Eso sí, tiene claro con qué se siente identificada: "Desde el trabajo como relaciones públicas hasta la donación: estoy harta de que sólo mi cuerpo tenga importancia", explica mientras comenta que el feminismo es, quizás, el movimiento "con más futuro" y que puede que la mueva a votar en el último momento. Quién sabe si será ese voto el que incline la balanza de estos comicios, donde a excepción de la tranquilidad de aquellos que ya han pasado por Correos, apenas se tiene alguna certeza más que la del día en que se celebran.