Probablemente
Probablemente este domingo, al cierre de las urnas, estaremos en la misma situación que viene atravesando la política española de los últimos años.
Probablemente el bloque de derechas y el bloque de izquierdas sumen tantos escaños como imposible es la aritmética para desempatar un empate técnico que tiende a consolidarse como perpetuo.
Probablemente esa misma noche electoral, con las urnas aún calientes, los representantes de las principales fuerzas políticas dediquen buena parte de su argumentación a cargar sobre las espaldas del contrario esta repetición electoral que nadie deseaba pero todos contribuyeron a materializar.
Probablemente los días subsiguientes y las semanas y los meses que seguirán asistiremos al acostumbrado cruce de reproches acerca de quién tenga más responsabilidad en el bloqueo que seguirá a los resultados electorales y la nula flexibilidad de unos y otros para facilitar siquiera el mínimo justo que desbloquee la situación.
Probablemente Pedro Sánchez se mirará al espejo y lamentará haberse creído únicamente la única encuesta que le aseguraba un incremento de la distancia con sus inmediatos perseguidores.
Probablemente Pablo Casado considerará que ha capeado la mayor crisis electoral que atravesó el PP en toda su historia y, embriagado en su probable ascenso, se ratificará en que la estrategia de bloqueo y el camino abordados conduce a medio plazo a la planta noble de la Moncloa.
Probablemente los resultados de Vox confirmen que el conglomerado total de los votantes de derechas es -y era- más de derechas que los propios partidos de derechas y que en la era de la información bastan mensajes simples de rápido y bajo consumo para crecer y crecer y crecer.
Probablemente Albert Rivera pasará a la historia de los tratados políticos como el mejor ejemplo sobre cómo arruinar en unos meses la fuerza ascendente de un partido que nació en el centro izquierda para aportar sentido común y voluntad de diálogo, para armonizar y pactar, y viró en corto tiempo hasta adelantar al PP por la derecha en una estrategia que pretendía ocupar el espacio de los populares y consiguió resucitarlos.
Probablemente Pablo Iglesias añorará aquellos tiempos en que Podemos, todavía sin los ¿aportes? de tanto izquierdista de salón y con acné, surgidos en las entrañas confluenciales de las muchas autonomías que pululan por España, se permitía salir de una audiencia con el Jefe del Estado haciendo público todo un Consejo de Ministros en el que los ministerios -este p'a ti, este p'a mí- estaban ya repartidos, para mendigar poco después, ahora en fase menguante, siquiera una secretaría de Estado.
Probablemente sea que yo estoy recordando ahora las elecciones de hace 40 años, las de marzo de 1979, las que -hasta este enloquecido momento- menos tiempo las separaron de los comicios precedentes, que se habían celebrado menos de dos años antes, en junio de 1977. Aquellas elecciones, que eran las primeras convocadas bajo el paraguas de la Constitución recién estrenada, arrojaron pistas que quizá entonces no supimos entender. Por un lado, la aparición emergente del PSA en Andalucía, más el ejemplo cierto del PSUC -versión catalana del PCE- con sus segundos buenos resultados en Cataluña, tiñeron de 'autonomismo' a los partidos de izquierdas que hasta entonces no habían sido 'autonomistas'. En el PSOE se abrió la barra para colocar guión y 'A' a continuación de sus tradicionales siglas. En el PCE cambiaron la 'E' de España por la correspondiente inicial, una maniobra a la que se tuvo que plegar Santiago Carrillo sin entusiasmo, según reveló en sus memorias. También en aquel 1979 reapareció la extrema derecha, con ¡un diputado!, lo que causó gran revuelo entre las fuerzas democráticas. De un diputado a los 40 que se prevén ahora, momento justo para que esa izquierda 'autonomistizada' se pregunte por qué si en aquellos primeros tiempos llevar la banderita de España en el reloj era sinónimo de 'ultra' y los demócratas conseguimos arrebatársela, 40 años después se la hemos vuelto a regalar.
Y es que, como ha escrito David Gistau en 'El Confidencial', "Cataluña es la maldición de la izquierda española y la cocaína de la derecha". Por eso hemos llegado hasta aquí: izquierdistas acomplejados que se creían en deuda con los nacionalistas y derechistas a quienes siempre les ha dado rédito electoral arremeter contra los catalanes a este lado del Ebro.
Improbablemente, a los políticos españoles les dé un ataque de responsabilidad este lunes que les ponga a dialogar con espíritu positivo una salida a este bloqueo que nos mantiene en el 'día de la marmota' demasiado tiempo. Pero, como hemos comentado otras veces en esta recóndita columna, esta generación política de ahora ha puesto de actualidad una canción de Adamo, años 60: "...y de este raro laberinto no podemos ya salir".