La procesionaria del pino se adelanta en Granada
El director de Anecpla, Jorge Galván, y el investigador de la UGR Karim Senhadji explican sus características, riesgos y tratamientos
En plena época de primavera, la llegada de esta estación provoca que la flora vuelva a cobrar vida. Las noches se acortan y el sol tarda en esconderse. Las temperaturas se vuelven más agradables y los campos, jardines y parques nos regalan paisajes dignos de contemplar. La primavera trae consigo, también, la aparición de determinada fauna. Muchos animales abandonan su estado de hibernación, vuelven a aparecer y exhiben comportamientos característicos esta temporada. La procesionaria del pino es una de las especies que tienden a reproducirse en estas fechas. Se trata de una oruga que pertenece a la familia de los lepidópteros, un insecto que abunda en los pinos de Europa, Asia y el norte de África. En España, se reconoce como el principal defoliador de los pinares, su alimento, causando la pérdida prematura de las hojas de los árboles. Aunque puede consumir especies de los géneros Pinus, Cedrus y Abies, muestra una preferencia notable por los pinos, especialmente el pino laricio (Pinus nigra).
Este animal se deja ver entre los meses de marzo y junio. En su fase adulta pasa a ser una mariposa y, a partir de mayo, los insectos adultos comienzan a revolotear por los pinares. En verano, se aparean y los huevos son depositados en las copas de los árboles. Sin embargo, esta especie se ve condicionada en la actualidad por el cambio climático y los riesgos que su proliferación supone para la población y el resto de animales.
Su amplia historia y presencia en el sureste peninsular implica que la provincia de Granada también sea el objetivo de esta especie para su reproducción y esparcimiento. Es por ello que la Junta de Andalucía, desde el año 1991, realiza un control de la procesionaria del pino que se enmarca dentro de su ‘Plan de Lucha Integrada contra la Procesionaria’. El objetivo de este plan es gestionar la plaga de manera ambientalmente consciente. Se busca minimizar las intervenciones, limitándolas a donde sean imprescindibles y utilizando técnicas altamente precisas. De esta forma, se previene la resistencia a los pesticidas, la proliferación de nuevas plagas, así como la contaminación y toxicidad, mientras se mantiene el equilibrio entre parásitos y depredadores. Esta acción ha permitido conocer su evolución y facilitar, por lo tanto, su control.
En España, existe la Asociación Nacional de Empresas de Sanidad Ambiental (Anecpla), una organización estatal que representa al sector de servicios de control de plagas español. Vela por la salud pública y la preservación del bienestar y el medio ambiente. Su director general e ingeniero de montes, Jorge Galván, considera que hay que diferenciar dos cosas muy importantes cuando se habla de la situación de la procesionaria. Por un lado, se destaca el casco urbano, donde la oruga puede verse en parques o jardines, y por otro lado, está el ámbito forestal, donde hay grandes masas de pinos que favorecen la presencia de procesionaria.
“La procesionaria es un defoliador, es decir, se alimenta de las hojas. En este caso, como son pinos se llaman acículas. Lo que hace es defoliar el árbol. Normalmente no suele acabar con él porque no hace una defoliación tan intensa. ¿Puede llegar a una defoliación tan intensa que lo mate? Podría pasar, pero no es lo habitual”, dice el director de la asociación. Tanto en las áreas urbanas como en las forestales, lo común es que la oruga debilite al árbol. Tras conseguirlo, tiene más facilidad o tendencia para coger otros patógenos, hasta el punto de acabar con su muerte.
El cambio climático, un factor que propicia su distribución
En primavera, la oruga procesionaria baja del pino en forma de “procesión” para, una vez en tierra, enterrarse. Dicha fase se propicia más fácilmente cuando llueve, pues el suelo está más blando. Este es el momento en el que se hace un capullo para, tras escarbar con su pico córneo, salir en forma de mariposa. Galván alerta sobre la interrupción del cambio climático, tanto en la oruga como en cualquier artrópodo. “Los artrópodos no pueden mantener su propia temperatura corporal. Necesitan que en el medio haya una temperatura favorable para poder desarrollarse, para hacer su ciclo vital, alimentarse, reproducirse, etc. ¿Qué ha pasado ahora? El cambio climático ha hecho que se abra la ventana temporal de reproducción. La bonanza de temperatura empieza antes. Este año, a principios de enero ha habido procesionaria bajando los árboles, cosa que no es para nada habitual”, asegura el director de Anecpla. Esto ha provocado que nos encontremos con diferentes ciclos: estos ya no están tan contabilizados como antes, cuando las orugas bajaban en una fecha concreta, sino que son más “continuos”. “Como la temperatura aumenta, en general todos los artrópodos aumentan su metabolismo, por lo que se reproducen más veces”. Por lo tanto, "hay más plagas”, añade Galván.
Karim Senhadji Navarro es un investigador de la Universidad de Granada que también se ha adentrado en el mundo de la procesionaria. En este caso, desde una perspectiva más académica. Actualmente, pertenece al Departamento de Ecología de la Facultad de Ciencias con un Contrato Investigador con Cargo a Proyecto. Ha participado en proyectos que estudian la ecología de la procesionaria del pino en el sureste peninsular, así como los efectos de los entornos climáticos y la depredación en esta oruga. Según este investigador, existen tres factores fundamentales que influyen en sus poblaciones: el cambio climático, pues las altas temperaturas están propiciando que esta especie se expanda; la poca biodiversidad de hábitats, ya que existen pinos de repoblación que favorecen el aumento de la procesionaria puesto que son su principal alimento; y la escasa diversidad de controladores de la oruga y sus posibles depredadores al no haber vegetación. Para Senhadji, “tenemos una especie de cóctel perfecto para que la plaga aumente y sea difícil de controlar”. Y ñade que “todo pasa por intentar crear hábitats más biodiversos en los que se propicie vegetación más variada y en los que se facilite que haya un mayor número de depredadores que puedan controlar a la especie". "Contra el clima no podemos luchar en principio”, asegura. Aunque use el término “plaga”, recalca que no le gusta especialmente su empleo. “Me parece un término muy antrópico”, cuenta Karim.
Riesgos que implica su proliferación
La procesionaria no solo afecta a la masa forestal, sino también a las personas y los animales. Cuando está en fase de oruga tiene todo el cuerpo recubierto de unos vellos urticantes. Cada oruga puede tener alrededor de 500.000 pelitos que, además, son muy finos y casi microscópicos. Estos vellos tienen la forma de un “anzuelo de pescar”. Cuando la oruga se siente amenazada o atacada, los suelta de manera voluntaria, de manera que se nos pueden clavar en la piel. Esto puede producir reacciones alérgicas, cuya sensibilidad va a depender de la zona del cuerpo -no es lo mismo el ojo que las mucosas o zonas que tienen más riesgo sanguíneo, donde el vello es más peligroso-. Con los animales, la situación se vuelve mucho más grave. “Cuando paseamos con las mascotas, los perros al ser muy curiosos se suelen acercar a olerlas y las tocan. Ahí hay más peligro, porque en el hocico o la lengua, si llegan a chupar, se puede producir necrosis, incluso hay que amputar ciertas zonas o trozos de lengua. Si el animal la ingiriera podría llegar a producirle la muerte”, comenta Jorge Galván, director de Anecpla.
Cómo actuar cuando la oruga ataca a una mascota
Este ingeniero de montes cuenta una serie de recomendaciones para los casos en los que nuestra mascota entre en contacto con la procesionaria. “Sobre todo, aplacar la herida para que todos esos vellos urticantes, que no estén clavados y que estén por encima de la piel, salgan. Después, es importante enjuagar la herida con agua abundante”. En todo caso, lo principal es acudir inmediatamente al veterinario, que será quien nos diga si necesitamos aplicar una pomada con cortisona. “Lo que debamos hacer lo tiene que prescribir siempre el personal sanitario que esté facultado para ello”, sentencia Jorge Galván.
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La principal característica que las diferencia de otras orugas comunes son, aparte de su color pardo, su desplazamiento en forma de “procesión”. Cuando bajan del árbol van una detrás de otra, pegadas. Nunca se encontrarán aisladas de las demás. La procesionaria es una oruga que suele pasar el invierno en las partes altas de los árboles refugiadas en lo que se conoce como “bolsones”, que son de color blanco, como unas telas de araña. Esa parte del árbol es donde más incide el sol para mantener la temperatura. Ahí están juntas y captando la mayor radiación solar que pueden y alimentándose del árbol para pasar la estación.
La altitud y latitud, otros factores determinantes
El investigador de la UGR Karim Senhadji estudia el factor del gradiente altitudinal de la oruga procesionaria. Se trata de una parte de su proyecto en la que analiza cómo este insecto se distribuye en altitud mientras aumenta su población, y también latitudinalmente. Con este experimento, el objetivo es comprobar si los parasitoides -unos de los principales controladores de la procesionaria y, por tanto, depredadores- hacen el seguimiento de la oruga y, por tanto, llega a las cotas más altas. “Vimos que hay un retraso, un retardo, fundamentalmente de los 1.300 metros hacia arriba, pues no han alcanzado estas cotas de altitud”, confirma Senhadji. De este modo, se concluye que la procesionaria “tiene todas las papeletas” de extenderse ampliamente como una plaga en las cotas más altas. Sin embargo, en las zonas más bajas esto no ocurre, pues sí hay controladores.
Métodos y tratamientos para su control
“Una especie se considera plaga cuando supera el umbral de tolerancia del medio. Es decir, cuando su presencia en el medio -ya sea un parque o una zona forestal- está causando un daño que se nota”, dice Jorge Galván, director de Anecpla, mientras afirma que existen muchas definiciones de plagas. “Por ejemplo: una cucaracha en un quirófano es una plaga porque no puede haber ninguna, pero una cucaracha en medio de una ciudad no es una plaga porque no es cantidad suficiente”, añade Galván.
Las procesionarias son plagas porque se reproducen mucho y llegan a tener altas poblaciones, lo que provoca daños. Cuando se habla de espacios urbanos o periurbanos, la oruga es más fácil de controlar, pues son menos individuos y hay menos árboles. Ocurre al contrario en él ámbito forestal, donde se pueden realizar pulverizaciones de biocidas a mayor nivel. Estos biocidas llevan, principalmente, Bacillus thuringiensis, una bacteria de origen biológico y presente de forma natural en el medio ambiente. No produce ningún impacto en personas ni en animales, pero sí a la procesionaria. Estos tratamientos no están tan limitados como en las urbes, donde solo se pueden usar medidas físicas y la endoterapia -tratamiento fitosanitario del arbolado urbano de bajo impacto ambiental-. La más conocida es la colocación de anillos alrededor del tronco, para que cuando baje la procesionaria quede atrapada en una bolsa que va sujeta. Otro método es poner trampas de feromonas: estas atraen al macho para atraparlo y, así, evitar la reproducción. La eliminación manual de bolsones, cortándolos para después quemarlos es un remedio que se debe evitar por el peligro que conllevan los vellos urticantes. Para ello, Galván siempre recomienda contactar con una empresa especializada.
Siguiendo con el recorrido de Karim Senhadji en cuanto a su estudio de la ecología procesionaria, nos encontramos con que los controladores no solo son parasitoides, sino también aves. En otro estudio, este investigador se focaliza en si estos animales pueden hacer controles aéreos de la oruga. Para ello, Karim cuenta que han colocado cajas nido para controlar a las aves, especialmente las invernantes. “Esto depende mucho también de lo que le ofrece el hábitat a estos depredadores. Es decir, si tenemos hábitats en los que predomina fundamentalmente el pino, pues la disponibilidad de nutrientes para estas aves es muy baja, por lo que muchas de ellas ni siquiera anidan o permanecen”, añade Senhadji.
Granada, escenario de estudio para su ecología
Uno de los enfoques más interesantes de este investigador de la UGR es su trabajo en zonas geográficas como Sierra Nevada o la Sierra de Baza. En estos enclaves de la provincia de Granada, Karim y su equipo realizan un seguimiento de la procesionaria y estudian variables como la altitud y la latitud. Del mismo modo, también se centran en la parte contraria: la costa de Granada. “Es cierto que el comportamiento en esas diferentes zonas, sobre todo en las zonas altas y las bajas de costa, suele ser bastante diferente. En las zonas de costa la procesionaria está más regulada por los depredadores y menos quizá por el clima. En cambio, en las zonas altas la procesionaria está más regulada por el factor climático y menos por los depredadores", concluye Senhadji sobre este experimento en la provincia.
Su labor científica no se caracteriza por trabajar en las zonas urbanas, pero Karim considera que quizá sea conveniente cambiar la idea de plantar pinos y sustituirlos por otros árboles que permitan la entrada de luz y sol. De esta manera, la procesionaria no se aprovecharía de la vegetación para su distribución.
A título personal, este científico cree que “la procesionaria está muy demonizada". "Es como la mala de la película. Creo que hay que explicarle a la población que la procesionaria es una especie que desempeña una función crucial en nuestro ecosistema, no solamente porque sirve de alimento a otras especies, sino porque también es un reciclador de los nutrientes de la vegetación. Permite llevar nutrientes al suelo de una manera rápida y, por tanto, es una especie necesaria", asegura Senhadji, que concluye destacando la importancia de que todo lo que se haga en ciencia llegue también a la ciudadanía, “porque la educación es fundamental”.