Puedo verlos llegar...
Desconozco a qué hora debió levantarse Susi para recorrer el sureste de España y llegar a tiempo para ver a su equipo. No sé si hizo parada en Ventaquemada a la hora del almuerzo, ni si eligió la sopa de picadillo de primero en el menú del día. Tampoco sé cómo contestaría el lunes en su puesto de trabajo a esa pregunta… esa dichosa pregunta… “Y tu equipo, ¿qué?”. Solo sé que estaba sentada un par de filas delante de mí y que la desesperación le hizo gritar, ya con la voz rota, hasta el pitido final.
El sábado pasado fui a ver el partido del Recreativo Granada y me reencontré con el Murcia 20 años después. Dudaba si sentiría rabia o regocijo, pero verlo allí, a apenas 5 metros, sufriendo contra nuestro filial y siendo alentado por apenas 30 valientes, con sus banderas colgadas sobre un andamio; desprendió en mí un sorprendente sentimiento de empatía que me envolvió por completo. Aquellos gritos que chocaban contra su propio eco en un campo casi sin público, aquellas bufandas y camisetas granas que recordaban tiempos mejores, me hicieron sentir a mi Granada. Ese que sufría en Úbeda, que guerreaba en Linares, que se manchaba de barro en Loja. Ese que desde lo más bajo del fútbol mantenía la cabeza alta, recordando orgulloso su pasado, manteniendo intacta su dignidad. Y allí sentado en un asiento de plástico, bajo el implacable sol de primeros de septiembre, mientras palpaba la vieja entrada dentro de mi bolsillo y escuchaba los quejidos rotos de Susi, reviví aquel partido. Aquella dolorosa derrota. Aquel desengaño que me hizo ver de otra forma el fútbol... Y seguramente la vida.
A buen seguro este artículo debería haber versado sobre Machís. Sobre si se queda o si se va. Sobre los sorteos de las entradas para acceder a Los Cármenes o sobre si el equipo de Robert Moreno terminará de carburar antes de que llegue la Navidad. Pero presenciar el sufrimiento y la impotencia de Susi, zapateada hasta decir basta por sus tacones rojos, ha hecho que lleve 24 horas sin quitarme de la cabeza una estrofa del Himno de la Afición de los hermanos Valverde. Esa que habla del pasado y de la dignidad.
A buen seguro ahora somos nosotros los que “los ven llegar”. Pero lo hacemos con empatía porque “la sensación de melancolía provocada por la memoria del sufrimiento siempre nos acompañará”. No lo podemos evitar.